sábado, 29 de enero de 2011

1901-LA NUBE PÚRPURA - M.P.Shiel


La influencia que ejerció H.G.Wells, tanto en su Inglaterra natal como en el extranjero, dependió de las circunstancias particulares de cada país. En el caso de Gran Bretaña, la extensión del romance científico más allá de los márgenes del subgénero de las guerras futuras fue explotada por otros escritores además de Wells, como es el caso del que ahora nos ocupa.

A menos que se sea un fanático de la literatura de detectives o de la temprana ciencia ficción, difícilmente se habrá oído hablar de este escritor. Y, sin embargo, Matthew Phipps Shiel (1865-1947), tuvo una vida de lo más peculiar. Nació en Montserrat, en las Indias Occidentales, y su padre, tendero y predicador, reclamó como propia la isla rocosa de Redonda, de la que el pequeño Matthew fue coronado rey el día de su decimoquinto cumpleaños. No aprendió a escribir hasta los doce años pero ese retraso no condicionó su carrera: llegó a hablar siete lenguas y trabajó como intérprete antes de dedicarse a la medicina y la enseñanza de matemáticas. Corría nueve kilómetros diarios -costumbre que mantuvo hasta los setenta años-, practicaba montañismo y yoga; se casó dos veces y engendró varios hijos ilegítimos.

Impresionado desde su juventud por las obras de Edgar Allan Poe, la prosa de Shiel era única; ha sido comparada por algunos comentaristas como una pieza improvisada de jazz con elaborados efectos de sonido. Utilizaba poderosas imágenes y una aliteración bien calculada (que solo se puede apreciar, claro está, en su inglés original) y aunque su florido estilo poético se haya quedado algo trasnochado nadie le puede negar su originalidad y destreza literaria .

Entre sus 25 novelas y numerosas historias cortas destacan narraciones detectivescas como "Príncipe Zaleski" (1895), cuentos de horror como "La casa de los sonidos" (calificada por H.P.Lovecraft como obra maestra) e historias de ciencia ficción como esta que comentamos, una novela post-holocausto en la que se explora el papel que juegan la integridad personal y el conocimiento en el desarrollo -en este caso conservación- de la humanidad.

Adam Jeffson, un hombre que se halla de expedición en el Ártico, sobrevive a una letal nube
tóxica que cubre la Tierra. Al regresar a la civilización, se da cuenta de que es el único superviviente de la raza humana. Sin una sociedad que ejerza control sobre él, se convierte en un enloquecido ser que se autoproclama monarca y quema ciudades enteras en un frenesí destructivo antes de emplear diciesiete años tratando de construir un palacio en honor a sí mismo. Recuperada cierta lucidez, viaja a Estambul, donde descubre a otro superviviente, una mujer. Ésta era una niña cuando tuvo lugar la desaparición de la raza humana y sufre de un retraso mental derivado de la soledad. Jeffson abusa de ella y la esclaviza, pero ante el creciente afecto que va sintiendo por ella, se cuestiona si la Humanidad, responsable última de los peores crímenes contra sus propios miembros, debería ser resucitada. Decide abandonar a la muchacha y se marcha a Inglaterra, pero cuando se presenta la amenaza de otro holocausto en forma de nube púrpura, su humanidad se impone: regresa junto a ella y la hace su esposa.

A menudo se ha acusado a Shiel de antisemita y racista. Sus defensores argumentaban que utilizó el racismo inherente a su época para desacreditarlo y como vehículo para exponer su peculiar ideología: una filosofía basada en la superioridad del conocimiento científico sobre la fe/esperanza (que él identificaba con la ignorancia). Varias de sus obras proponían la eugenesia y el concepto del superhombre nietzscheano, aunque no como un ser individualista adscrito a una determinada raza o credo, sino como un estatus alcanzado gracias al aprendizaje en el seno de una comunidad.

La visión del individuo que Shiel presenta en la novela está cercana a ese concepto del "Übermensch" capaz de enfrentarse a todo sin moralidad alguna. Jeffson se salva a costa de otros (envenena a la persona que iba a ir al Ártico originalmente para así ocupar su puesto), destruye por el simple placer de hacerlo y abusa de su fuerza con la joven que encuentra. En definitiva, se pasa años intentando enterrar su humanidad y aunque al final sienta que deba recuperarla junto a la joven, no es un personaje que despierte simpatías en el lector.


El tema del apocalipsis que arrasa la civilización humana dejando tan solo un puñado de
supervivientes endurecidos se convertiría con el tiempo en uno de los escenarios más populares de la CF, especialmente a raíz de la Guerra Fría y el temor a una catástrofe nuclear global. Quizá la novela más representativa de esta tendencia sea "La Tierra permanece" (1949), de George R.Stewart, pero en 1901 aún faltaba recorrer un largo camino, temporal e ideológico, para llegar hasta la ecologista visión de Stewart. Shiel, en cambio, optaría por una visión más descarnada del ser humano (y menos romántica que la de "El último hombre" de Shelley, otro trabajo pionero sobre el mismo tema) pero también, desgraciadamente, más creíble.

sábado, 22 de enero de 2011

1901- A LA CONQUISTA DEL AIRE – Ferdinand Zecca


Ferdinand Zecca (1864-1947) tuvo unos orígenes humildes. Segundo hijo del conserje del Théâtre de l'Ambigu en París, comenzó su carrera artística actuando y tocando la corneta en los cafés de la capital. En 1899, Zecca y otro compañero de profesión, Charlus, actuaban juntos en una fantasía musical titulada “Le Muet mélomane”. A petición de Georges Dufayel, propietario de los grandes almacenes que llevaban su nombre, realizaron un corto adaptando el número.

En abril de 1900, en la Exposición Universal de París, el empresario cinematográfico galo Charles Pathé se encontró con retrasos en la instalación de su pabellón y contrató a Zecca para realizar la tarea. Éste debió hacer un trabajo realmente bueno porque Pathé lo contrató como ayudante del director de los estudios que tenía en Vincennes. Hasta 1906, el propio Zecca dirigiría o supervisaría cientos de películas. Las primeras eran descarados plagios de cintas inglesas, pero no tardaría en dirigir sus propios films. “A la conquête de l´air” (1901), fue uno de los primeros además de ser una cinta pionera en el cine de ciencia ficción.

En ella aparecía una extraña y ridícula máquina impulsada a pedales, llamada Fend-l´air (“hiende aires”), que volaba sobre los tejados de Belleville. Su importancia reside no en su duración (1 minuto) ni en su argumento, sino en que es el primer ejemplo conocido en el que se utilizó la técnica de pantalla partida: primero rodó en el estudio a un anónimo individuo montado en el ingenio volador cubriendo la mitad inferior del objetivo; luego, desde puntos elevados, hizo tomas aéreas de París con la mitad superior cubierta. Confluían así en un solo plano dos filmaciones distintas.

Resulta sorprendente la velocidad con la que evolucionó la técnica cinematográfica en estos primeros años. Cuando todavía el público consideraba al nuevo medio una novedad, ya aparecían los primeros efectos especiales. El sueño de volar, que todavía no se había concretado en ningún ingenio en aquellos años, se hacía realidad en la pantalla de una forma muy convincente para el público de la época, que llegó a pensar que no existía truco alguno.

En una época en la que los derechos de autor no existían y donde no se hacían remilgos a la hora de copiar el trabajo de otros creadores, el corto de Zecca no quedó a salvo del plagio. En 1902, tan solo un año después de su realización, tuvo un calco casi exacto en Estados Unidos, ““The Twentieth Century Tramp”, dirigida por Edwin S.Porter, si bien aquí el avión era sustituido por una simple bicicleta y el “piloto” representaba un personaje de cómic enormemente popular por aquellos años, Happy Hooligan, creación de Fred Opper.

La idea de plasmar artilugios voladores en la pantalla era demasiado atractiva como para que otros realizadores la desdeñaran en estos primeros años de experimentación temática y narrativa. Entre ellos cabe destacar a Georges Méliès con “Le Dirigeable Fantastique” (1906) o Stuart Blackton con “The Airship” (1908)

La carrera posterior de Zecca fue muy amplia y, con un par de excepciones (
“El amante de la luna” (1905) y “Viaje a través de una estrella” (1906)) escapa al campo de la ciencia ficción, por lo que no entraré en ella en detalle. Baste decir que dirigió, supervisó e incluso actuó en cientos de películas, desde odiseas históricas a comedias pasando por cuentos de hadas o dramas sociales. Codirigió “La Vie et la passion de Jésus Christ” (1905), que, con una duración de 44 minutos, fue quizá el primer largometraje sobre Jesús. En 1909, ayudado por el aragonés Segundo de Chomón, fue pionero en el cine a color…

Con todo, no he conseguido encontrar en la web una imagen –mucho menos un video- de este corto pionero. Mucho me temo que haya quedado reducido a una pequeña entrada en las enciclopedias de cine.

.

miércoles, 12 de enero de 2011

1899-CUANDO EL DURMIENTE DESPIERTA - H.G.Wells


El primer ciclo de novelas de Wells se cierra con dos trabajos fascinantes pero parcialmente fallidos: “Los primeros hombres en la Luna” (1901) y este “When the Sleeper Awakes” (1899), el que se nos traslada al futuro para mostrarnos los detalles de una megalópolis futurista regida por el capitalismo y la tiranía despiadada. Fue la primera ficción política explícita escrita por Wells.

Graham, un inglés normal y corriente del siglo XIX, cae en un coma y se despierta doscientos años en el futuro para descubrir que sus inversiones financieras han ido multiplicándose, extendiéndose en forma de compañías y holdings cada vez mayores y más poderosos, hasta apropiarse de la mitad de las empresas y tierras del mundo. Es, de facto, el dueño de medio mundo. Durante su extraña catalepsia, se ha ido convirtiendo en una celebridad popular, un símbolo de carácter místico/religioso. Sus intereses económicos han sido administrados por el Consejo Blanco, el resultado de la fusión de miles de consejos de administración a lo largo del tiempo. Sus doce miembros, literalmente los gobernantes del mundo, ven peligrar sus privilegios y posición por la inesperada resurrección de quien a fin de cuentas es su jefe y deciden encerrarlo y asesinarlo. Un resentido aspirante a miembro del Consejo, Ostrog, secuestra a Graham y da un golpe de Estado, aprovechándose de la reverencia que las masas tienen por el durmiente. Tras el éxito de la conspiración y ocupar su puesto como dirigente supremo, el desorientado Graham trata de encontrar su lugar en el mundo del futuro y sobrevivir al involuntario papel de mesías salvador a y las intrigas políticas que se tejen a su alrededor.

Como primer apunte, cabe destacar que es una pena que Wells no volviera a utilizar nunca más uno de sus mejores hallazgos, la máquina del tiempo. Con una excepción –la extraña pero entusiasta “Historia de los días por venir" (1897)- aquellos de sus trabajos posteriores que situaban la acción en el futuro, utilizarían un artificio narrativo tan tradicional como aburrido: la animación suspendida.

Wells describe un amplio catálogo de maravillas tecnológicas: las calles rodantes que sustituyen al transporte colectivo e individual, un antecesor de nuestras modernas PDA, el reproductor de vídeo, la televisión por cable, aeroplanos, máquinas de noticias parlantes, publicidad omnipresente, un sistema de comunicaciones global, la utilización de la hipnosis como medio tanto de aprendizaje como de olvido, niñeras robotizadas, la manufactura individualizada e instantánea de ropa, aerogeneradores de energía y una ciudad construida como un solo y gigantesco edificio, con clima y luz controlados.

Pero todo ese despliegue tecnológico no ha mejorado en nada los fundamentos de la sociedad o la política. Y en este aspecto, Wells introduce una idea novedosa al plantear una distopia que se aleja mucho del paraíso utópico de corte socialista que otros autores del género habían imaginado (de hecho, el propio Graham, decepcionado por lo que ve, recuerda esos libros, que ya hemos comentado en este blog: "Noticias de Ninguna Parte", "La Edad de Cristal" o "El año 2000: una mirada retrospectiva"). El futuro de Wells no ha devenido en igualitarismo y justicia social ni en un Estado intervencionista, omnipresente y protector que se ocupa cordialmente de sus ciudadanos. Todo lo contrario.

La sociedad sigue fracturada en una élite poderosa, que disfruta de todos los avances tecnológicos mientras se abandona a sus vicios en las Ciudades del Placer por un lado; y grandes masas de trabajadores esclavizados, ignorantes y dispuestos a dejarse manipular por cualquier demagogo advenedizo, por el otro. Los ciudadanos obedecen, trabajan y sirven, pero no toman parte en ninguna decisión sobre los asuntos que les atañen. La eutanasia feliz es un privilegio solo al alcance de los ricos, al igual que los aeroplanos o la privacidad doméstica. Bajo el lustre de una ciudad futurista y avanzada, acecha el egoísmo, la violencia y la absoluta indiferencia por la suerte del prójimo.

Una vez en el poder, Graham se entera del proceso histórico que ha dado lugar a una sociedad
tan hostil, un proceso que comenzó muy atrás en el tiempo, en la Edad Media, cuando el rey depositó parte de su poder en el Parlamento, entonces controlado por las clases aristocráticas de terratenientes. Con el tiempo, el sistema de partidos políticos se haría con los engranajes políticos. Financiados por hombres de negocios cada vez más poderosos -y a los que los propios partidos, con sus decisiones, contribuían a enriquecer aún más-, la corrupción y el deseo de permanecer en el poder a toda costa llevaba a la venta de sus ideales al mejor postor y la manipulación de masas de votantes ignorantes. Los políticos de uno y otro bando, cada vez más dependientes de los industriales y financieros, tomaban medidas que facilitaban el expolio de los recursos del planeta, la especulación del mercado de divisas y la guerra arancelaria. La consecuencia era una miseria cada vez más extendida entre las clases más desfavorecidas que no conseguían aliviar la mecanización y el avance tecnológico resultante del crecimiento industrial. Finalmente, como hemos indicado, la agrupación de holdings, fusión y compra-venta de empresas, acabaron poniendo el poder ejecutivo en manos del Consejo Blanco, la élite de las clases mercantiles más adineradas. En resumen, una mezcla de interesantes comentarios sobre la naturaleza de la revolución industrial, el capitalismo y los cambios sociales, pero distorsionados por la lente victoriana a través de la cual veía el mundo el propio Wells.

"Cuando despierta el durmiente" es también un libro de parodia religiosa (en este sentido, similar a "La isla del Dr.Moreau") pero esta lectura no es evidente a primera vista. La megalópolis en que se ha convertido Londres y las maquinaciones políticas que amenazan la vida de Graham constituyen el armazón del libro; pero bien podría ser que su núcleo fuera la sátira religiosa: una fábula sobre un individuo normal y corriente, reverenciado por las multitudes, que resucita milagrosamente como un mesías y cuyos intereses han sido administrados por doce “discípulos” de sospechosa conducta y cuya forma de hablar esconde una suerte de tono místico-burlón.

Un aspecto llamativo de la novela es cómo Wells plasma la diferencia en la moralidad dominante de una y otra época. Graham descubre una especie de reproductor de video e inserta uno de los cilindros que contiene una película: "No eran cuadros o idealizaciones, sino realidades fotografiadas... se levantó, enfadado y avergonzado por haber presenciado aquello incluso a solas". Esta es probablemente la reacción que un estirado caballero victoriano tendría ante la visión de pornografía, y no una especialmente dura, sino cualquier escena erótica que pueda verse en películas y programas de televisión de lo más normales -para nosotros- y que resultarían total y absolutamente inaceptables para la moral victoriana.

Abundando en lo mismo, otro indicador de la moral más relajada que Wells imaginara para el año 2100 aparece en el mismo capítulo, cuando un ayudante de Graham le propone una forma de entretenimiento que para los lectores victorianos debió haber sonado incluso más escandaloso que la pornografía: "Nuestras ideas sociales" dijo el ayudante "son más liberales en comparación con su época. Si un hombre desea eludir el tedio con, por ejemplo, compañía femenina, no lo tomamos como algo escandaloso. Hemos limpiado nuestras mentes de fórmulas preconcebidas. Hay en nuestra ciudad una clase [de trabajadores/as], necesaria, discreta y no despreciada".

Tales ideas debieron haber sido realmente atrevidas a finales del siglo XIX y no podemos sino admirar el valor de Wells al extenderse en la descripción de estos "placeres". Aunque la prostitución sigue sin estar legalizada, nuestros parámetros morales son considerablemente diferentes, más relajados, que los de la Inglaterra victoriana. En este sentido, Wells supo predecir la dirección hacia la que evolucionaría la sociedad y las modas de su tiempo.

Otro tema que subyace en la novela y que Wells trata con éxito parcial, es el multiculturalismo.
Por una parte, Wells supo entender que las sociedades actuales, en lugar de estar compuestas exclusivamente por caucásicos, comprenderían una diversidad de grupos étnicos, una idea que en 1899 parecía bien poco plausible. Por ejemplo, cuando Graham sale a explorar sus dominios, se le asigna un guía, Asano, "cuyo rostro le delataba como japonés, aunque hablaba inglés como un británico". Graham le pregunta -con bastante poco tacto-: "¿y qué hay del peligro amarillo?", Asano le responde que "se dieron cuenta de que todos somos blancos después de todo", una clara postura en favor de la igualdad racial.

Pero, desgraciadamente, Wells no amplía esa tolerancia racial a las etnias africanas. El prejuicio del escritor contra la gente de color es algo bien documentado y en esta novela resulta más que evidente. En ella se menciona en diversas ocasiones a un brutal y temible cuerpo de seguridad, la "Policía Negra", regimientos de africanos a los que en ocasiones se refieren los ciudadanos como "malditos negratas" y que no dudan en mutilar, violar y torturar. Uno podría pensar que Wells sólo reflejaba aquí los prejuicios de su época, pero en un libro donde lo que se pretende es predecir lo que sucederá, es decepcionante comprobar que no fue capaz de sobreponerse a su racismo.

Uno de los asuntos a los que Wells presta más atención es al transporte, y su error a la hora de predecir la evolución del mismo es una de las razones por las que el libro no ha envejecido tan bien como otras novelas suyas. Las carreteras rodantes, que se desplazan a la velocidad de trenes, nunca fueron más allá de la imaginación de los escritores y los ilustradores de CF. Por otra parte, Wells dedica muchas páginas a describirnos el vuelo, que, de hecho, es fundamental en el clímax de la historia. Desgraciadamente, las ideas que el escritor albergaba acerca del futuro del vuelo tripulado (cuyo descubrimiento en el mundo real estaba a la vuelta de la esquina) eran tan inexactas y desnortadas que para el lector del siglo XXI resultan casi cómicas.

Sería injusto, no obstante, juzgar a Wells según la óptica actual. Al fin y al cabo, en 1899 las descripciones que hace de sus ingenios voladores debieron resultar bastante impresionantes. Además, no había forma de que Wells pudiera haber predicho descubrimientos tales como el motor de propulsión -aunque no deja de ser irónico que viviera el tiempo suficiente como para ver sus profecías ampliamente superadas (murió en 1946)-. Simplemente, echó un vistazo a las líneas de desarrollo que entonces se estaban siguiendo y realizó una extrapolación por lo demás habitual en la época.

En su primer viaje en aeroplano, Graham tiene la oportunidad de salir de Londres para ver desde el aire cómo ha cambiado la manera de vivir de la gente. Observa que han desaparecido prácticamente todas las ciudades pequeñas y pueblos. Las comunidades agrícolas y las granjas, tan importantes en la economía y la sociedad británicas del siglo XIX, no son más que ruinas desiertas. El cultivo de vegetales y la cría de animales se realizan ahora en gigantescas industrias. En eso no se equivocó Wells, pero sí lo hizo al pensar que las ciudades acabarían convirtiéndose en megalópolis compactas que absorbían, incansables, personas y recursos del campo. En realidad, los centros urbanos de las ciudades actuales han tendido a convertirse en cascarones vacíos más allá de su papel como motores de la economía diurna. Al término de la jornada, la gente se dispersa por los extensísimos suburbios en lugar de apiñarse en colosales edificios-hormiguero.

Hay varias razones por las que este libro no se cuenta entre los más conocidos de Wells. En primer lugar, queda a la sombra de las novelas que el escritor publicó inmediatamente antes ("La Guerra de los Mundos") y después ("Los primeros hombres en la Luna"). En segundo lugar, al pasar el tiempo, su relevancia ha ido disminuyendo conforme muchos de los avances tecnológicos predichos en el libro fueron ampliamente superados antes incluso del año 2000, cien años antes del momento en el que la acción del libro tiene lugar. Así que es difícil de imaginar que el año 2100 será tal y como nos lo presenta Wells. Un entorno verosímil, no totalmente ajeno a lo posible, es algo fundamental en la pervivencia de estos libros y su disfrute por generaciones venideras.

En tercer lugar, la propia novela no está a la altura de otras obras de Wells. Los personajes están
mal caracterizados, el ritmo es irregular y, sobre todo, la historia, que en manos de otros escritores como Asimov o Heinlein hubiera resultado intrincada y apasionante, queda reducida a un mero vehículo para describir la visión que el escritor tenía del futuro. El propio Wells no quedó conforme con el resultado, como lo demuestra el hecho de que reescribió el relato en dos ocasiones. "Cuando el durmiente despierta" fue serializado originalmente entre 1898 y 1899 en la revista The Graphic, siendo a continuación revisado y acortado para su publicación en novela en 1899. En 1908. Wells había acordado con sus editores escribir otra novela futurista pero, al verse incapaz de cumplir su compromiso, ofreció a cambio revisar esta obra, que fue modificada y aligerada en tono y estilo. Fue esta revisión la que continuó reimprimiéndose una y otra vez hasta que en 1994 los aficionados pudieron volver a leer la versión original (en castellano continuamos sin tener una edición reciente de la obra).

La ciudad del futuro, con sus rascacielos, carreteras rodantes y miniaeródromos, pronto se
convirtió en la ciudad futurista “estándar” del género incluso aun cuando el mismo Wells la abandonó rápidamente como profecía tecnológica, apuntando en cambio a las fuerzas que llevarían a una dispersión de la población y la suburbanización. Sus élites entregadas a los placeres de la carne, las masas de trabajadores enfurecidos tomando el control de las calles, la bella y tierna mujer rogando al rico protagonista que se ocupe de los más desfavorecidos y, sobre todo, el aspecto de la ciudad, con los sórdidos niveles inferiores en contraste con los brillantes rascacielos, son imágenes e ideas que Fritz Lang tendría muy en cuenta para su mítica "Metrópolis". Woody Allen también adaptó este relato -muy libremente- en su film "El dormilón".

Como conclusión, estamos ante una novela menor de Wells si la comparamos con "La máquina del tiempo" o "La Guerra de los Mundos", un relato con más ideas interesantes que desarrollos acertados y un trabajo de ficción especulativa que ha perdido su peso como profecía del mundo futuro. Sin embargo, el peso de algunos de esos conceptos e ideas, como hemos apuntado en el párrafo anterior, dejaría una huella duradera en el género.