sábado, 11 de febrero de 2012

1920- UN VIAJE A ARTURO – David Lindsay

Esta novela continua siendo relativamente desconocida, aunque tiene fans que la alaban de forma entusiasta. Se trata de una historia que se ajusta al arquetipo que podríamos denominar “Camino del Peregrino” (aunque Lindsay, como Tolkien, repudiaba la alegoría), en la que el protagonista avanza poco a poco y a través de pruebas diversas hacia la comprensión de la naturaleza espiritual del cosmos.

Maskull es un hombre de los años veinte que se ve transportado al planeta Tormance, un mundo en la constelación de Sirio. Allí despierta con su cuerpo transformado en el de un alien humanoide, embarcándose inmediatamente en una serie de aventuras pintorescas y atropelladas. En su periplo intervienen, entre otros, dos seres extraterrestres, Muspel y Crystalman, espíritus de tipo dualista bien/mal: Muspel es la fuente de la luz espiritual mientras que Crystalman rompe esa luz en fragmentos materiales. Lindsay dramatiza estos fragmentos (equivalentes al mundo material y más concretamente a “nosotros”) como “corpúsculos verdes” parecidos a gusanos que se esfuerzan por alcanzar a Muspel pero “demasiado débiles y diminutos para hacer algún progreso”, “bailando contra su voluntad” al ritmo que marca Crystalman, en un proceso en el que “sufren una espantosa vergüenza y degradación”. El libro termina con un Maskull transfigurado que reconoce que sólo a través del dolor se puede conseguir escapar del tormento generado por Crystalman.

El lector va pasando de una metáfora a otra mientras sigue el viaje de Maskull por diferentes tierras que encarnan sistemas filosóficos o estados mentales, desarrollando y perdiendo nuevos apéndices, encontrando que sus pensamientos, creencias y visión de la vida cambian de forma similar a la manera como nuestros sueños nocturnos se funden unos con otros. Precisamente, una forma –y no la única- de leer “Un Viaje a Arturo” es como si fuera un sueño, una narración que hace uso de la imaginería propia del mundo onírico para reflexionar sobre cuestiones filosóficas: qué significa ser humano, cuál es la naturaleza de la realidad y cuán mutables son nuestras interpretaciones del bien y el mal. El protagonista es un personaje hueco, sin personalidad: confuso y aferrado a sus antiguas creencias, simboliza la búsqueda del auténtico conocimiento que pueda llenar el alma otorgándole comprensión.

“Un viaje a Arturo” es uno de esos libros que o amas u odias. Algunos lectores encuentran sus
retorcidas complejidades frustrantes y autoindulgentes; para otros, se trata de una revelación intuitiva y elocuente sobre la verdadera naturaleza de la vida. Sea como fuere, está claro que no fue escrito con ánimo de contentar a las masas. Novela situada en la difusa frontera entre fantasía y ciencia-ficción, su adscripción a la segunda viene dada por su inclusión de viajes interplanetarios, aventuras en lejanos planetas y aparición de seres alienígenas. Pero además del cultismo que la integra en el movimiento Modernista, no hay duda de que tiene abundantes elementos que lo acercan a la fantasía pura: sus barrocas peripecias sin justificación racional, los extraños personajes y estrafalarias conclusiones conforman una mitología privada, un ethos y una autocontemplación mística que valora la mortificación de la carne. El lector a menudo se siente incapaz de diferenciar lo que es real o no en la novela, empapándose de una sensación etérea, onírica, que emana tanto de las situaciones expuestas como de la prosa utilizada

Es fácil decir que el reiterado desagrado de Lindsay por el deseo sexual y su fetichismo por la “pureza” (“abrasadoras chispas espirituales aprisionadas en una horrenda pasta de suave placer”), junto a su creencia de que la vida es dolor (un dolor, además, que debe ser soportado e incluso celebrado) son sencillamente repelentes. Otros pueden encontrar estas ideas no sólo tranquilizadoras sino profundas, una mirada al sustrato espiritual que subyace en el cosmos.

Aunque no es difícil reconocer aquí una alegoría de la mitología cristiana, el sentido de su elaborado simbolismo es más oscuro. El enigmático Maskull puede ser Jesús, pero también el Anticristo. El planeta Tormance bien podría ser el cielo, aunque también el infierno. Y todos los intervinientes tienen una naturaleza dual. Si bien las intenciones de Lindsey no son fáciles de entender, sus orígenes sí lo son. Nacido y educado en una estricta ética calvinista, estuvo también influido por Nietzsche, un choque de ideas contradictorias que dio origen a la base de su exploración literaria acerca de la moralidad, la filosofía y el sentido de la vida. Sus conclusiones no son optimistas, lo que no debería sorprendernos dado que escribió este libro en las postrimerías de la catastrófica Primera Guerra Mundial.

Ciertamente, esta novela no se parece a ninguna otra: un trabajo de extraordinaria aunque poco convencional grandeza mítica y poética. Su singularidad, que a la larga aseguraría su pervivencia, también fue la causa de su fracaso inicial. Los lectores no supieron cómo interpretar lo que leían y el resultado fue que “Un viaje a Arturo” sólo vendió 596 copias cuando se publicó por vez primera. Lindsey murió en 1945 sin que su carrera como escritor hubiera despegado jamás, pero su obra sigue aquí, alabada como un relevante mojón en el camino de la fantasía y la ciencia-ficción contemporáneas, acumulando más ediciones que muchos de sus prolíficos y populares colegas que trabajaban para las revistas pulp. Veinte años después de la publicación de este libro, JRR Tolkien siguió los pasos de Lindsey y reconoció su deuda con ese escritor.

Casi un siglo después de su aparición, no es fácil recomendar “Viaje a Arturo”. Trabajos como estos, que desafían una definición convencional, pueden gustar a lectores que busquen algo diferente. Quien quiera leer algo extraño, retorcido, onírico y exigente, puede intentarlo. Aquellos cuyos gustos se decanten más por novelas en las que exista una progresión narrativa definida, pueden sentirse decepcionados por una obra en la que no hay forma de predecir lo que va a suceder cinco páginas más allá y en la que resulta muy complicado ordenar todas las piezas de una forma coherente.

1 comentario:

  1. Hace casi treinta años leí éste libro que me prestó un amigo, era una edición argentina que nunca pude encontrar en España. Lo que acabo de leer concuerda bastante con idea que guardo de éste libro, por entonces yo devoraba novelas de ciencia-ficción y con esa idea lo abordé pero, a medida que avanzaba por las páginas, mi desconcierto aumentaba hasta que asimilé que la obra no tenía ninguna connotación científica al estilo de Asimov o de Lem, situarla en otro planeta (disparatadamente lejano) era solo un recurso para ambientar una especie de parábola onírico-filosófica, algo parecido, salvando las distancias, a cuando Ray Bradbury coloca sus cuentos en el cercano Marte. Hay mucha fantasía en esta obra pero impregnada de anti-poesía y desencanto, es un libro realmente extraño.
    Recuerdo que, en la edición que yo leí, el personaje que aquí se llama Cristalman aparecía como Krull o algo así. La imagen, imborrable, de uno de los pasajes finales describe a Maskull flotando sobre una especie de nube gris, unos golpes graves y profundos van aumentando de volumen a medida que se acerca a un imponente farallón del que tanto la base como la cima se pierden en la distancia, allí encuentra a Krull batiendo un enorme mazo y se dirige a él: -¿Que haces Krull? -Golpeo tu corazón Maskull.

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