sábado, 26 de octubre de 2013

1937- ASTOUNDING SCIENCE FICTION / ANALOG (2)



(Viene de la entrada anterior)

El intento de aplicar principios científicos al funcionamiento de la mente humana tuvo resultados más irregulares. Entremezclados con sobrias historias sobre la ley natural y complejas especulaciones acerca de tendencias sociales, “Astounding” incluyó muchos relatos relacionados con la telepatía y otras formas de percepción extrasensorial. Campbell consideraba estos poderes “psi” como una especulación científica tan válida como la vida alienígena o la ingeniería de vuelo espacial.


Uno de sus escritores favoritos especializados en este subgénero fue A.E.Van Vogt, quien, paradójicamente, era la antítesis de lo que Campbell defendía. En lugar de escribir el tipo de historias científicamente rigurosas que el editor exigía a Heinlein o Asimov, Van Vogt ofrecía narraciones que bordeaban lo onírico sobre superhombres psíquicos ocultos entre la gente normal, tales como su personaje Jommy Cross, protagonista de la enormemente popular “Slan” (1940). La ficción de Van Vogt era enérgica y vívida, pero desde luego no coherente, rigurosa ni lógica. Sus protagonistas se asemejaban a héroes de cuentos fantásticos más que a los eficientes ingenieros que tanto gustaban a Heinlein. Sus mentores no se diferenciaban tanto de los brujos de la literatura de fantasía y sus poderes psíquicos eran el equivalente a los anillos de poder o las capas de invisibilidad.

Otro escritor cuya CF tendía a disolverse en la fantasía fue L.Ron Hubbard, colaborador habitual y muy apreciado por los lectores tanto en “Astounding” como en “Unknown”, otra revista dirigida por Campbell aunque centrada en la Fantasía. Hubbard es hoy más conocido por ser el fundador de una teoría psicológica, la Dianética, que luego
evolucionó hacia una religión, la Cienciología. Ambas se caracterizaban por la creencia en que los poderes ocultos en nuestro cerebro podían transformarnos en superhombres psíquicos, tema éste que dominaba sus relatos. Van Vogt, se hizo seguidor de las ideas de Hubbard, como también, hasta cierto punto, el propio Joseph Campbell. Éste, aunque escribió editoriales elogiosos sobre la Dianética, consiguió mantener vivo un sano escepticismo religioso que le impidió abrazar incondicionalmente la Cienciología.

Aunque las ideas de Campbell sobre la ciencia a menudo parecían confundir “la magia que funciona” con la magia pura y simple, a la hora de crear futuros de ficción verosímiles demostró un excelente ojo y una firme dirección editorial. Exigió a sus escritores que retrataran el futuro como si sus lectores fueran ciudadanos de ese mismo futuro, esto es, sin detenerse a explicar cada detalle, dejando que la narración fluyera ágilmente y permitiendo que el sentido de lo maravilloso invadiera al lector emanando desde la propia historia. Robert A. Heinlein demostró ser un maestro en esta técnica; a diferencia de la mayoría de los escritores pioneros del género, Heinlein no sentía necesidad alguna de explicar la tecnología que se ocultaba tras el nombre de este o aquel aparato, o las actitudes sociales hacia la tecnología. Gracias a su pericia narrativa, los lectores eran capaces de llenar por sí mismos esos huecos.

La creación de personajes creíbles y diferenciados, alejados de los tópicos repetidos hasta la
saciedad en el pulp, fue otra de las exigencias de Campbell. Insistió en que los personajes debían ser tan creíbles como aquellos sobre los que podía leerse en publicaciones “serias” como el “Saturday Evening Post”. Asimov resumió así la forma en que Campbell había liberado a la CF de sus limitaciones en este aspecto: “En primer y más destacado lugar, retiró la relevancia de lo no humano, lo no social. La ciencia ficción se convirtió en algo más que una batalla personal entre el héroe puro y el malvado villano. Los científicos locos, el sabio viejo y gruñón, la bella hija de éste, la sosa amenaza alienígena, el robot al estilo del monstruo de Frankenstein… todos fueron descartados. En su lugar, Campbell quería hombres de negocios, tripulantes de naves espaciales, jóvenes ingenieros, amas de casa, robots que fueran máquinas lógicas…”.

Los autores respondieron de forma entusiasta a tales requerimientos y aunque, inevitablemente, ahuyentaron a algunos lectores ya habituados al tono aventurero de la antigua revista, convirtieron a “Astounding Science Fiction” en la indiscutible referencia del género.

La Edad de Oro vio la consolidación de muchos de los conceptos que la ciencia ficción había ido introduciendo de forma dispersa a lo largo de las décadas anteriores así como la creación de otros nuevos. Los autores tomaron las ideas de los primeros pulps y luego las transformaron en algo nuevo y emocionante. La ciencia se convirtió en parte integral de muchas de las historias y aquellos escritores desarrollaron sus relatos a partir de teorías científicas que en el momento resultaban novedosas y sugerentes. De hecho, algunos de ellos eran auténticos científicos (Asimov , E.E.”Doc” Smith o el propio Campbell, por ejemplo). Fue entonces cuando surgió lo que hoy conocemos como “Ciencia-Ficción Dura”, una forma del género apoyada en la “verdadera” ciencia y que pasaría a dominar el tono de la revista.

Es difícil cuantificar el efecto global que Campbell tuvo en
el género. Muchos autores le citan como fuente no sólo de una nueva ciencia ficción, más inteligente y meditada, sino como fuente directa de muchas de las ideas en las que basaron sus narraciones. Asimov, por ejemplo, nunca ha ocultado que fue Campbell quien le dio la idea tanto para su clásico relato “Anochecer” como para las “Tres Leyes de la Robótica” que se convirtieron en la base de su saga de los Robots. Theodore Sturgeon recordaba la forma en que el editor desafiaba a sus escritores: “Escríbeme una historia sobre un hombre que morirá en 24 horas a menos que pueda responder a esta pregunta: “¿Cómo sabes si estás cuerdo?” o “Prepárame un relato sobre una criatura que piensa tan bien como un hombre, pero no de la misma forma que un humano".

Un ejemplo de la aplicación de las ideas de Campbell y su forma de influir en las historias lo encontramos en un polémico relato publicado en 1954, “Las Frías Ecuaciones”, escrito por Tom Godwin aunque fuertemente moldeado por su editor. El protagonista es el piloto de un transbordador espacial en misión de rescate que descubre por el camino a una joven atrapada en su propia nave. Las leyes de la física hacían que la náufraga no pudiera ser rescatada, pero la misión original aún
puede culminarse con éxito si el piloto sacrifica a la mujer. En el curso de la historia, el piloto trata de encontrar una alternativa que permita salvarla, pero Campbell insistió en que el autor y su personaje jugaran según las reglas: cuando la joven se entera de los hechos, acepta la inevitabilidad de las “frías ecuaciones” del título y abre la esclusa al vacío. El piloto completa su misión aunque no salva a la chica. Es un final rápido, coherente y plausible que reafirma los valores propugnados por la élite tecnológica que Campbell quería inspirar. Para Campbell, el universo no favorece los finales felices sólo porque a nosotros nos resulten agradables

Hubo otras claves en el éxito de la revista, claves que no fueron inventadas por Campbell, sino
que las copió de la fórmula ya ensayada por Hugo Gernsback en “Amazing Stories”: los editoriales de tono informal, los anuncios (de publicaciones científicas, cursos por correspondencia, cuchillas de afeitar, métodos de culturismo o venta de aparatos de radio por piezas) y, sobre todo, la sección de correo del lector, bautizada “Brass Tacks”. Algunos de los fans que escribían a la revista demostraban tener un especial conocimiento del género, su historia y posibilidades. Los debates que mantuvieron a través de la revista representaron el primer intento de construir una teoría y crítica especializada de la ciencia ficción. Algunos de los aficionados que escribieron a la sección de correo de los lectores se convertirían más adelante en reputados escritores, como John Beynon Harris (más conocido como John Wyndham) o Isaac Asimov. Al apoyar la colaboración de los lectores, Campbell –como Gernsback antes que él- fomentó un sentimiento de fraternidad entre éstos.

Hasta la llegada de Campbell, la CF había avanzado de forma insegura, incluso extravagante, nunca sintiéndose del todo cómoda al mezclar lo lúdico con lo científico, lo emocionante con lo riguroso. El estallido de la Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias para todo el planeta, marcaron el comienzo de una nueva etapa de madurez del género, consolidándolo en forma de hongos atómicos.

Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, en agosto de 1945, Campbell siempre relacionó la validez de su trabajo con la precisión predictiva de las historias que publicaba. Ya en 1939, había escrito un editorial en “Astounding” en el que se detallaban todos los descubrimientos en el campo de la física nuclear. Pero para él, la energía atómica era menos un arma potencial que una fuente de energía barata que permitiría hacer realidad muchos de los relatos de ciencia ficción con que habían soñado los aficionados de los años treinta. Sentía que había un paralelismo no casual entre el comienzo de la era atómica y la emergencia de la ciencia ficción como género popular.

Efectivamente, entre 1944 y 1946, a raíz del desarrollo y la invención de la bomba atómica,
Campbell consiguió una asombrosa permeabilidad entre su revista de ficción y el mundo científico gracias a la bomba atómica. En marzo de 1944, un grupo de oficiales de contrainteligencia del Ejército estadounidense registraron las oficinas de “Astounding Science Fiction”. Su misión era descubrir posibles filtraciones de seguridad. La sospecha había surgido a partir de la publicación de un cuento sobre el desarrollo de la bomba atómica, “Deadline”, de Cleve Cartmill.

Aquella anécdota entró a formar parte de la mitología de la ciencia ficción cuando Campbell reveló más adelante que los agentes del gobierno pasaron por alto el gran mapa colgado en la pared en el que aparecían señalados, con llamativas chinchetas rojas, los suscriptores de la publicación. Un abultado grupo de ellos se localizaba en el apartado de correos 1663, Santa Fe, Nuevo México, sede del Proyecto Manhattan, en el que los más brillantes científicos del momento desarrollaban en secreto la bomba atómica. El cuartel general de contrainteligencia habría caído igualmente en la histeria si se hubieran enterado de que Wernher von Braun, diseñador de las V1 y V2 nazis, era uno de los suscriptores, importando una copia de la revista a Alemania todos los meses mientras duró la guerra.

Fue un episodio chocante, divertido, que figura en cualquier historia de la ciencia ficción. Pero lo que se esconde tras él es más serio. Fue una demostración de que la ciencia ficción no consistía solamente en cuentos fantásticos e imposibles. Había predicho el advenimiento de las armas nucleares; la existencia del Proyecto Manhattan, ese montaje conspirador de sabios y militares, había venido anunciándose de una forma u otra en muchas historias de Astounding junto a la industrialización de la ciencia, el auge del espionaje industrial, la paranoia de los laboratorios de investigación… La ciencia ficción se acercaba cada vez más al mundo real, un fenómeno en el que mucho tuvo que ver la extensión de la energía atómica como arma. 


(Finaliza en la próxima entrada)

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