A medida que los aficionados iban encontrándose cada año con más y más títulos de ciencia ficción en las librerías, se iba haciendo proporcionalmente más difícil para los autores destacar en -no digamos ya revolucionar- el género. Pero hubo uno que sí lo consiguió: William Gibson. Su novela “Neuromante” fue, de lejos, la que más impacto causó en la década de los ochenta.
Nacido en Carolina del Sur y criado en Virginia, William Gibson se mudó a Toronto en 1968, un traslado motivado en parte por el activo movimiento contracultural que se estaba desarrollando en el barrio de Yorkville de esa ciudad. Se casó en 1972, se graduó en literatura inglesa por la universidad de la Columbia Británica en 1977 y se estableció en Vancouver, manteniendo su doble nacionalidad.
Aunque Gibson había leído ciencia ficción en su juventud, no consideró el escribirla hasta que

En mayo de 1981, la prestigiosa revista Omni publicó otra de sus historias titulada “Johnny Mnemonic”, una vigorosa fusión techno-noir en la que las calles iluminadas por las luces de neón se reflejaban en las gafas de espejo de sus protagonistas. La buena acogida de este relato propició otro que seguía similares parámetros, “Quemando Cromo (1982), y que fue nominado para un premio Nébula. Se trataba de una historia ambientada en un futuro cercano dominado por la tecnología informática, omnipotentes corporaciones y el ciberespacio, una especie de dimensión alternativa creada mediante la conexión de decenas de millones de ordenadores. Fue este último un concepto tan seductor que Gibson volvió a utilizarlo en sus dos primeras novelas largas.

El término “ciberpunk” fue inventado por el poco conocido Bruce Bethke en noviembre de 1983 en un cuento publicado en “Amazing Science Fiction” y que llevaba por título precisamente esa palabra. Gardner Dozois definió el movimiento en un artículo del Washington Post: “obras ambientadas en futuros cercanos dominados por los ordenadores y la alta tecnología y protagonizadas por pícaros de los suburbios marginales para los que el mundo real es un entorno, no un proyecto. En términos de la ciencia ficción norteamericana tradicional, esto es una herejía”.
Más que herejía, fue una consecuencia del nuevo mundo del que surgió, un mundo en el que

El ciberpunk, uno de cuyos temas es la fusión de hombre y máquina en una exótica y a menudo volátil unidad, fue el principal avance de la ciencia ficción desde la Nueva Ola de los sesenta. No es que la relación entre la humanidad y sus creaciones artificiales fuera un campo nuevo dentro de la CF, pero la creciente presencia de la ciencia en la vida cotidiana –en realidad, ya casi omnipresente en el ámbito urbano- así como los asombrosos avances conseguidos en el campo de la informática, propiciaba una reelaboración de los viejos clichés.

Por todo ello resulta irónico que fuera un tecnófobo declarado como William Gibson quien se convirtiera en la figura señera de ese nuevo movimiento tan obsesionado por la tecnología. Aunque Gibson acuñó el término “Ciberespacio” y concibió el concepto de los hackers –él los llamó “cowboys de consola”- en el mencionado cuento “Quemando Cromo”, fue su primera novela, “Neuromante”, encargada en 1982 por el editor Terry Carr, la que se convirtió en la carta de presentación del ciberpunk en el

Lo cierto es que Gibson, aunque dispuso de todo un año para escribir la obra, sentía que ese encargo era prematuro. Aún estaba ensayando su músculo literario en el formato de relato corto y una novela era un proyecto que le sobrepasaba. Para colmo, cuando llevaba un tercio del libro ya escrito, se estrenó “Blade Runner”. Gibson, desesperado, pensó que todo el mundo creería que había copiado de ese magnífico film buena parte de su imaginería y temática, así que se atascó en un laborioso proceso de revisión que le llevó a reescribir más de la mitad del volumen hasta doce veces. Por fin, sin estar satisfecho y en la convicción de que crítica y aficionados le dirigirían sus más ácidos comentarios, entregó el manuscrito al editor en 1984. Estaba lejos de imaginar que “Neuromante” se convertiría en el paradigma del ciberpunk y uno de los trabajos más importantes en la historia de la ciencia ficción.

Para los “cowboys”, su inmersión mental en el ciberespacio constituye una forma de trascender la desagradable condición orgánica del cuerpo (“la carne”) y cuando las habilidades neurales de Case para entrar en esa dimensión virtual fueron mutiladas por una corporación a la que trató de engañar, se hunde en una conducta autodestructiva. Adicto a las drogas, sobrevive como puede traficando con información y cometiendo delitos por encargo en Night City, un enclave dominado por el crimen organizado en la ciudad japonesa de Chiba.
Sus fallidos intentos por que los cirujanos locales restauren su capacidad para proyectar su

En resumen, “Neuromante” es una historia de robos y manipulaciones corporativas mezclada con el tema de la Inteligencia Artificial. En realidad, la esencia del argumento es muy sencilla y no esconde demasiados niveles de lectura bajo su estructura de thriller ultratecnológico. Gibson

Los comentarios y críticas que recibió esta obra cuando salió editada por primera vez se polarizaron de una forma rara vez vista en la ciencia ficción. Sus defensores alabaron su oscura visión de la vida bajo el capitalismo global y la savia nueva que inyectó en un género que muchos consideraban moribundo. Sus detractores, por otro lado, renegaron de su cinismo, nihilismo, estilo recargado la perspectiva romántica del crimen, la adicción y la depravación. ¿Cuál fue la razón de tanta polémica? ¿Qué tuvo de especial esta novela?
“Neuromante” destaca menos por su argumento que por su prosa, su perfecta integración con la cultura de masas y la forma en que sintetiza y engarza en una historia de género negro toda una serie de temas e imágenes que en breve transformarían la ciencia ficción: la estética punk rock; la imaginería hiperbólica; la naturalidad –rayana en la desfachatez- con la que se describe el consumo de drogas; los delincuentes de poca monta que operan a la sombra de las insidiosas multinacionales que han ocupado el vacío de poder dejado por la desarticulación de las naciones-estado; la sustitución de lo local por lo transnacional y el borrado de fronteras geográficas y culturales; las alteraciones del cuerpo humano a través de prótesis o implantes cibernéticos; y la influencia económica y tecnológica de las culturas no

“Neuromante” ofrece una poco habitual fusión de estilo y sustancia, algo que se demuestra ya en la mismísima frase de apertura de la novela: “El cielo sobre el puerto tenía el color de una pantalla de televisor sintonizado en un canal muerto”. Esta metafórica descripción del mundo natural subraya hasta dónde la tecnología y los medios de comunicación han alterado la percepción de la realidad de los ciudadanos del futuro. El mundo natural se convierte en un desecho de la tecnología mass media, el “canal muerto” representa una

La solidez de esa primera frase sienta las bases para el tono de todo el libro, de prosa espesa y múltiples significados, a mitad de camino entre el lirismo y el género negro. De éste último toma sus frases cortantes salpicadas de metáforas exageradas y la combinación de cinismo y nobleza. En su trama, el thriller detectivesco y la ciencia ficción dura llegan a mezclarse incluso con el género gótico en los pasajes que tienen lugar en Villa Straylight, hogar de los decadentes multimillonarios de la familia Tessier-Ashpool, en cuyos laberínticos pasajes acechan el incesto, el asesinato y la locura.
Gibson no sólo bebe de la ficción policiaca que Raymond Chandler o Dashiell Hammett

Su lenguaje está salpicado de momentos de pura poesía visual que añaden una textura extra. Nunca antes un autor de ciencia ficción, por ejemplo, había ofrecido a sus lectores la visualización de una matriz informática en la forma de paisajes virtuales, o el baile de datos inmateriales en una realidad materialmente inexistente. En un futuro despiadado y violento, Gibson encontró el arte en el interior de los microcircuitos electrónicos.

“Neuromante” enfatiza la capa más superficial de la realidad y abundan las referencias a

En el otro lado de la balanza, hay que decir que, especialmente hacia el final, el libro se torna pretencioso y algo lento precisamente cuando más necesitaba mantener e incluso acelerar el ritmo. Aquí, el estilo de Gibson, que al comienzo del relato había contribuido a construir la atmósfera ambiental, se interpone en la trama sumiéndola en el oscurantismo. Aunque consigue mantener la mayoría de los giros argumentales lo suficientemente claros como para que un lector –muy atento, eso sí- pueda seguirlos, tampoco se puede decir que la narración discurra con la suficiente fluidez (algo que mejoraría considerablemente en su siguiente historia, “Conde Zero”).
(Continúa en la siguiente entrada)
No he tenido el placer de leer otra novela de Gibson, en las cuales su estilo seguramente mejoró. Sin embargo, Neuromante es una lectura entretenida, desafiante y necesaria para quienes intentamos adentrarnos a conciencia en el mundo de la cf. Yo la disfruté, a pesar de su densidad (a veces un poco gratuita) y el final me pareció muy bueno (no excelente, pero justo, no se cayó ahí). Saludos desde el sur del mundo, Manuel.
ResponderEliminarCoincido contigo chamico. También es cierto que su impacto en los lectores modernos, como comentaré en las siguientes entradas, ha ido disminuyendo respecto a lo que significó en su momento. Un saludo.
ResponderEliminarMuy buena crítica.
ResponderEliminarAñadiría algo sobre la obesión de la novela con el espacio y la atmósfera, algo muy característico de la obra de Gibson. He descubierto recientemente que uno de sus escritores favoritos es Iain Sinclair, un prosista genial cuya obra gira sobre Londres. Del ciberespacio al espacio, y vuelta a empezar.
Buenísima reseña de la mejor obra de Gibson. Enhorabuena por el artículo.
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