domingo, 5 de junio de 2016

1985- CONTACTO - Carl Sagan (1)



Los libros del astrónomo Carl Sagan son las obras de divulgación científica más leídas del mundo. “Cosmos”, publicada por primera vez en 1980, es el libro en lengua inglesa sobre Ciencia más vendido de la historia. La serie de televisión basada en él ganó múltiples premios, incluido el Emmy, y fue emitida en sesenta países. Éxitos similares cosecharon otros libros con su firma, como “Los Dragones del Edén” (1978, ganador del Premio Pulitzer), “El Cerebro de Broca” o el póstumo “El Mundo y sus Demonios”.


Pero Sagan no fue sólo un incansable y entusiasta divulgador que creía firmemente en que la Ciencia era algo que el público general debía conocer si nuestra especie quería evolucionar, sino que estuvo muy involucrado en los proyectos de exploración planetaria de la NASA mediante sondas automáticas “Mariner”, “Voyager” y “Viking”. Además, se erigió en apasionado defensor, tanto en foros públicos como ante el Congreso estadounidense, de la necesidad de financiar la investigación espacial y el proyecto SETI de búsqueda de señales de radio con posible origen extraterrestre. Realizó importantes aportaciones a los campos de la evolución química, la topografía marciana y la meteorología venusiana. Ejerció de profesor de Astronomía y Ciencias del Espacio en la Universidad de Cornell y fue director del Laboratorio de Estudios Planetarios del Centro de Radiofísica e Investigación Espacial. Los premios que recibió a lo largo de su vida son demasiado numerosos para glosarlos aquí, pero baste decir que la Fundación Nacional para la Ciencia dijo de él que “sus investigaciones revolucionaron la ciencia planetaria (…) sus contribuciones a la Humanidad fueron infinitas”.

Carl Sagan resumió gran parte de su interés por el tema de la inteligencia extraterrestre así como su filosofía acerca de la naturaleza de la Ciencia, sus limitaciones y su relación con la Religión en la novela “Contacto”, basada en la propia experiencia del científico en esas áreas y en la que se aborda la cuestión del destino de la Humanidad en el caso de que allá fuera, en el cosmos, existiera una plétora de civilizaciones extraterrestres cultural, intelectual y tecnológicamente superiores a nosotros.

Ellie Arroway sintió desde la niñez una pasión por las maravillas de la Ciencia, pasión que su adorado padre apoyó antes de morir prematuramente. Ellie se doctoró con honores en astronomía, dedicándose luego durante años a especializarse en radioastronomía y, concretamente, a su uso como medio de rastrear señales provenientes del espacio que pudieran haber sido generadas por una civilización extraterrestre. Cuando ella y su equipo captan la transmisión de una serie de números primos procedentes de las cercanías de la estrella Vega, se dan cuenta de que existe una pauta que no puede deberse al simple azar. Se trata de un mensaje, un posible intento de
comunicación por parte de una inteligencia alienígena. La noticia conmociona al mundo y coloca a Ellie en el centro de un torbellino científico, político, social y religioso. Además, debe enfrentarse a problemas personales en forma de rivalidades con colegas y líderes religiosos, nuevos afectos sentimentales y su siempre difícil relación con su madre y padrastro.

Cuando se consigue descifrar el Mensaje, éste resultan ser las instrucciones para la construcción de una Máquina de propósito desconocido. Los gobiernos del mundo se cuestionan la conveniencia de fabricarla habida cuenta de que absorberá una colosal cantidad de recursos económicos y que se ignora prácticamente todo de ella. ¿Quién ha enviado el mensaje? ¿Con qué objeto? Su diseño incluye una cabina en cuyo interior, supuestamente, viajaría un reducido grupo de personas hacia un destino desconocido. Pero también podría ser un arma de destrucción planetaria, o la llave para abrir un portal a través
del cual penetraría una invasión alienígena.

Sorteando múltiples dificultades geopolíticas, finalmente se decide construir dos máquinas en dos puntos diferentes del planeta, Estados Unidos y Japón. Para ello deben crearse por entero nuevas industrias con las que fabricar, de acuerdo con las instrucciones del Mensaje, componentes cuya función nadie comprende. Cuando años después se completa la colosal tarea y Ellie y otros cuatro científicos entran en la máquina, ésta se activa propulsándolos a un sorprendente viaje por la galaxia…

Hacia mediados del último tercio del siglo XIX, el darwinismo había ganado la batalla abriendo la puerta a una profusión de conceptos científicos que, a su vez, sirvieron de alimento a los escritores
de ficción. La teoría de Darwin explicó la evolución de la vida no sólo en la Tierra, sino en otros planetas. Como tiempo atrás había sucedido con el copernicanismo, el darwinismo, al revolucionar la perspectiva cósmica y sugerir que la vida era una propiedad básica del Universo, dio nuevas alas a la hipótesis de la vida extraterrestre. El antropocentrismo fue destronado, el planeta Tierra y sus habitantes relegados a un mero peldaño en la larga escalera evolutiva del cosmos. En este nuevo contexto, la Ciencia pudo por fin considerar la existencia de alienígenas, una idea que hallaría su correspondencia en la ciencia ficción y que, de hecho, ha dominado el género en todos sus frentes hasta el día de hoy.

Pero no sólo la biología dio alas a la idea de vida extraterrestre. El avance de otras ciencias, como la astronomía y la física, también dio argumentos –o esperanzas- a los defensores de esa posibilidad. El desarrollo de la espectroscopía transformó la astronomía en astrofísica, descubriendo evidencias de que las mismas leyes naturales gobernaban todo el Universo y que el propio cosmos está sujeto a su propia evolución. La dialéctica entre antropocentrismo y pluralismo
se veía continuamente golpeada por asombrosos descubrimientos en física: primero la Teoría de la Relatividad y la Física Cuántica, luego por el modelo del Big Bang y la expansión del Universo… Lo que es básicamente un tema emocional o filosófico, esto es, el lugar que ocupa el Hombre en el Cosmos, pasó a formar parte indisoluble de las discusiones científicas sobre la vida en el Universo, pero estaba claro que la idea de un cosmos centrado en nuestra única y privilegiada posición en el espacio-tiempo había quedado superada. Al aplicar a gran escala la Teoría General de la Relatividad se deduce que no existe un lugar especial en el Universo. Esa postura es lo que Martin Amis definió como “asunción de la mediocridad”.

Cuando la ficción sobre el contacto de nuestra especie con seres extraterrestres ya era algo
común en la ciencia ficción y en el mundo real hacía furor el fenómeno ovni, Frank Drake, pionero del programa SETI, fue el primer radioastrónomo en proponer la idea de que los alienígenas podrían comunicarse mediante señales de radio. En 1960, su proyecto Ozma estudió dos estrellas similares a nuestro Sol, Tau Ceti y Epsilon Eridani con el objeto de localizar posibles señales inteligentes emitidas desde hipotéticos planetas en la órbita de esos astros. Le siguió, en 1964, el proyecto CETI (Communication with Extra-Terrestrial Intelligences) que influyó en buena medida en el diseño de posteriores programas de “escucha” utilizando los principales radiotelescopios de la Tierra.

En una importante conferencia pronunciada en Green Bank, Virginia Occidental, en 1961, Frank Drake presentó su ahora famosa “Ecuación Drake”, que integra y cuantifica los factores que podrían determinar el número de civilizaciones de seres inteligentes de nuestra galaxia. Otro paso importante en esa dirección fue la publicación en 1966 de “Vida Inteligente en el Universo”, escrito conjuntamente por Carl Sagan
y el astrofísico ruso Josef Shklovskii. Fue el primer texto científico en plantearse seria y rigurosamente la cuestión de la inteligencia extraterrestre.

Una cosa era escuchar, pero, ¿podríamos hacernos oír? ¿Lanzar una señal al cosmos? El 20 de agosto de 1977, la Humanidad emitió un carísimo mensaje al Universo. El Voyager 2, una sonda automática de 815 kg y un coste de 250 millones de dólares, fue lanzada desde la Tierra con un cohete Titan III-E Centaur en dirección a los confines del Sistema Solar. El Voyager sigue siendo a día de hoy la representación más icónica de la aspiración de la filosofía New Age a la exploración del cosmos y la unificación de toda la especie, de experimentar y dirigirse a los
límites de lo conocido. Su cuerpo metálico expresaba el deseo de establecer una comunicación interestelar en la forma de dos discos de oro, sucesores de las placas que transportaron las sondas Pioneer 10 y 11. Estos discos eran en sí mismos un ejercicio de exploración interior, puesto que trataban de resumir nuestra esencia a través de una colección de sonidos, música e imágenes seleccionadas por un equipo liderado por Carl Sagan: un archivo de 115 fotografías, saludos en 55 lenguas, una compilación de sonidos naturales y artificiales y una grabación de 90 minutos de músicas del mundo que aspiraban a ser una especie de piedra Rosetta interestelar.

En el fondo, el verdadero propósito de semejante esfuerzo no era enviar a una nave para vagar durante miles de años por la galaxia a la espera de ser detectada y recogida por alguna lejana inteligencia; no, su auténtico mensaje iba dirigido no a las estrellas, sino a la Tierra. Porque lo que trató de hacer la misión Voyager 2 fue reunir las aspiraciones de todo el planeta en forma de nave espacial y así, conforme se alejaba hacia el espacio profundo, contribuir a sanar las heridas de una sociedad globalizada y al mismo tiempo dividida en política, ciencia y cultura. Como decía, una esperanza muy propia del pensamiento New Age que, evidentemente, ha tenido poco éxito en la práctica.

Sagan sentía una auténtica pasión por la Ciencia sólo igualada por su confianza en nuestra
capacidad como especie. En este sentido, pensaba que lo alienígena podría ser, hasta cierto punto, alcanzable, comprensible e incluso inspirador, sin dejar por ello de ser extraño y tan intimidante como cualquier vaga noción de Dios. Esa reflexión halla su reflejo en los pensamientos de Ellie: "Es probable que haya tantas categorías de seres más adelantados que el hombre", pensó, "como las hay entre el hombre y las hormigas". Sin embargo no se deprimió. Por el contrario, aceptar esa idea despertó en ella una profunda sensación de asombro. En ese momento era mucho más a lo que se podía aspirar".

La ciencia ficción siempre ha tenido una vertiente optimista y otra pesimista. También la concepción que de los alienígenas han tenido sus autores. Entre los más extremos se encontraban
aquellos que los imaginaban bien como seres bondadosos que brindaban desinteresadamente su ayuda a nuestra problemática especie; o bien como violentos invasores y destructores de nuestra civilización. Pero también puede encontrarse otro tipo de pesimismo: aquel que piensa que, aunque podamos encontrar vida, ésta será tan ajena a nosotros, a nuestra biología, experiencias, preocupaciones y aspiraciones, que cualquier comunicación resultará imposible. Incluso es probable que ni siquiera pudiéramos reconocernos mutuamente como seres inteligentes. Ejemplos de ello los encontramos en obras como “Los Oscuros Años Luz”, de Brian Aldiss, o “Solaris”, de Stanislaw Lem.

Sagan eligió conservar la esperanza y creer no sólo que el contacto sería posible, sino que nuestro interlocutor sería de la variedad benevolente. Esa esperanza no se basaba en ninguna realidad científica, sino en sus innatos optimismo y humanismo cósmicos. En “Contacto” propone que las matemáticas podrían utilizarse como un lenguaje universal que permitiera establecer una comunicación con otra especie inteligente, una idea no sólo fascinante, sino incluso verosímil. Dos civilizaciones inteligentes que hayan alcanzado cierto grado de avance tecnológico y conseguido
superar las barreras físicas de sus respectivos planetas, forzosamente han de dominar las matemáticas sea cual sea la notación utilizada para ellas. Es un acierto que el contacto extraterrestre no consista en una interacción personal con el consabido ovni, sino en la recepción de un mensaje que lleva décadas viajando por el espacio a la velocidad de la luz –algo que, por otra parte, tiene todo el sentido ya que, dadas las distancias cósmicas, sería prácticamente imposible cubrirlas a bordo de una nave.

Sin embargo, en la novela, el misterio, suspense y sentido de lo maravilloso que suscita la recepción del Mensaje y las hipótesis sobre su procedencia, contenido y naturaleza de la especie emisora, se diluye en la última parte cuando finalmente los viajeros contactan con los alienígenas, unos extraterrestres desdibujados, buenistas y poco imaginativos que más bien parecen sacados de un episodio televisivo de la “Star Trek” (1966) primigenia.

Es cierto, eso sí, que pocos libros pueden igualar a “Contacto” en cuanto a rigurosidad científica. No sólo propone un escenario de contacto extraterrestre verosímil, sino que analiza cómo diferentes culturas y religiones del mundo reaccionarían ante semejante acontecimiento. Cada nación aborda el problema de si construir la Máquina y cómo hacerlo de una forma diferente y Sagan vuelca en la trama su esperanza de que la necesidad de cooperación internacional ante un desafío de tal magnitud conllevaría cambios en muchos ámbitos, incluido el gasto en la carrera de armamento nuclear. Mientras que en algunos capítulos las reacciones nacionales o religiosas al Mensaje parecen casi satíricas, otros son factibles dada nuestra trayectoria histórica y la forma en que el fervor religioso y la peor política se alimentan de nuestros miedos.

(Finaliza en la siguiente entrada)

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