jueves, 24 de octubre de 2019

1966- LA LUNA ES UNA CRUEL AMANTE - Robert A.Heinlein (y 2)



(Viene de la entrada anterior)

Es posible que para quien no esté particularmente interesado en los debates políticos y las extrapolaciones sociales, esta novela se haga árida en varios de sus pasajes porque hay muchos discursos y reflexiones al respecto. De todas maneras y aunque se tengan reservas respecto a la viabilidad de un sistema político-social como el que describe Heinlein, describe con tanta convicción los entresijos del gobierno lunar, las intrigas entre las naciones de la Tierra, el conflicto primero diplomático y luego bélico entre metrópoli y colonia, que resulta fácil obviar las incongruencias, las grietas en el sistema plantea y ejercitar con éxito la suspensión de la incredulidad. El libro convence al lector de que las cosas, dado el tablero, las reglas y los peones en juego, bien podrían suceder de esa manera, con cada evento fluyendo lógica y verosímilmente del inmediatamente anterior y preparando a su vez el siguiente. Los libros de ciencia ficción política y militar tienden a tropezar cuando pasan del nivel táctico al estratégico o viceversa; no es el caso de “La Luna es una Cruel Amante”.



El cuarteto de protagonistas se cuenta entre lo mejor del libro, auténtico motor de la historia y una de las razones por las que esta novela está tan bien considerada.

Manny es uno de esos arquetipos heinlenianos que podemos definir como “el hombre competente”, tan utilizado en muchas de sus novelas y cuentos: alguien práctico, con iniciativa, eficiente e individualista pero con sentido del deber hacia el grupo. No es, sin embargo, capaz hasta niveles sobrehumanos, o intelectual y arrogante como otros personajes de Heinlein. De hecho, es alguien bastante normal, que inicialmente no tiene intereses políticos más allá de robar a la Autoridad Lunar todo lo que pueda sin llamar la atención. Sin embargo, durante buena parte de la trama es convencido, manipulado y dirigido por terceras personas, especialmente Wyoh y el Profesor.

Dado que es él quien narra la historia, Heinlein nos da una perspectiva de su código de valores, de la forma en que ve el mundo propio y ajeno, lo que conoce y lo que ignora. Es, también, un portavoz de parte de la ideología del autor, expresada, eso sí, de una forma bastante curiosa. Aunque se pierde con la traducción, el original está escrito en un interesante estilo futurista. Muchas de las palabras que habla o piensa Manny son australianas más que americanas o inglesas, una elección justificada por la
gran proporción de deportados de esa nacionalidad cuando China conquistó Australia. Además, la ausencia de artículos y escasez de pronombres posesivos recuerda al ruso, idioma del que también se escogen algunos vocablos aquí y allá. Dado que, como acabo de decir, la novela está narrada en primera persona, este mestizaje lingüístico funciona muy bien, como si el Inglés hubiera evolucionado a consecuencia de la lejanía geográfica de sus fuentes y su adopción por parte de hablantes para quienes no es su lengua nativa.

También merece la pena destacar que Manny, tiene sólo un brazo. El otro es una prótesis que en según qué momentos y según para qué funciones, le sirve mejor que un miembro auténtico. Hay un momento memorable, cuando se dispone a ir a la Tierra y, mientras está drogado, le colocan un traje presurizado habiéndole quitado antes el brazo prostético, lo que le causa algún que otro problema durante el viaje. Es el tipo de estupidez bienintencionada que la gente hace tan frecuentemente y que, siendo un simple detalle –y estos abundan en la novela- aporta verosimilitud a la historia. Heinlein pasó mucho tiempo en hospitales y sin duda tuvo oportunidad de ver este tipo de cosas en un momento u otro.

El Profesor representa otro arquetipo común en las novelas de Heinlein: el hombre maduro y
sabio, al que también utiliza el escritor para articular algunas de sus propias ideas filosóficas y políticas. Es el corazón, el intelecto y el espíritu de la revolución y a lo largo de la trama da abundantes discursos sobre cómo organizar un alzamiento y la sociedad libertaria que debe seguir al triunfo del mismo. Lo que lo diferencia de otros personajes similares es su ingenio y carisma. Tiene un seco, irónico y cortante sentido del humor que lo hace destacar respecto tanto a sus compañeros de reparto en la novela como a otros ancianos sabelotodo de la bibliografía de Heinlein. Y aunque posee firmes ideales y opiniones muy claras, también es lo suficientemente pragmático como para entender y aceptar cómo funciona el mundo real.

Wyoh se ajusta también al prototipo femenino preferido de Heinlein: mujeres bellas y atractivas al tiempo que capaces y enérgicas (sólo mientras no interfieran con el macho alfa, claro). Es una política práctica y apasionada que al principio toma un papel activo en el proceso revolucionario y cuyo pasado está marcado por la tragedia, lo que le da una capa extra de profundidad. Por otra parte, su relación con Manny da pie a describir la peculiar naturaleza del matrimonio en la
sociedad lunar. Por desgracia, una vez empiezan los movimientos políticos y bélicos verdaderamente serios, el personaje es marginado y pasa a ser un mero secundario hasta el punto de que hacia el final se limita a aparecer para servir café.

En relación con el tema de género, se ha dicho que Heinlein trató de imaginar cómo sería la liberación de la mujer…y lo entendió todo mal. A menudo se alude a ese término sin entender sus implicaciones, a saber, que antes de la segunda ola del feminismo, las mujeres no eran verdaderamente libres. Si se piensa que todas las mujeres que Heinlein conoció, por muy capaces que fueran profesional e intelectualmente, vivían en un sistema que constreñía sus posibilidades, es meritorio y digno de elogio que quisiera imaginar un futuro en el que por fin fueran libres, pero al mismo tiempo no debe sorprendernos que no pudiera concebir la sociedad a la que daría lugar tal avance.

En la colonia lunar imaginada por Heinlein, la escasez de mujeres les ha aportado un estatus superior al que disfrutan en la Tierra y, aparentemente, lo que se presenta allí es una utopía feminista. Las mujeres pueden elegir tantos compañeros como deseen y tener sexo con quien quieran.

“-Me asusta pensar en ello. Es una menor. Podrían haberme acusado de violación.

—¡Oh! Ni hablar, amigo. Las mujeres de su edad están casadas o deberían estarlo. En Luna no
existe la violación. Los hombres no lo permiten. En un caso de violación no se hubieran molestado en buscar un juez, y todos los hombres al alcance del oído habrían acudido para ayudarles. Pero las probabilidades de que una muchacha de su edad sea virgen son desdeñables. Durante su infancia, sus madres las vigilan, con la ayuda de todos los ciudadanos: aquí, los niños gozan de seguridad. Pero al llegar a la pubertad no hay quien las sujete, y las madres renuncian a intentarlo. Si les da por trotar por los pasillos y divertirse, nadie puede impedírselo: cuando una muchacha es núbil, se convierte en su propia dueña.”

Así, cuando un turista se atreve a ponerle la mano encima a una joven en un club mientras ambos flirtean y ella se asusta, los hombres que deambulan por allí a punto están de acabar con él forastero antes de que Manny intervenga y se erija en juez. Es una situación que parece apuntar a que Heinlein creía que porque cualquiera que maltrate a una mujer sea castigado con la muerte, las mujeres y no los hombres ostentan el poder. En realidad, si por cualquier circunstancia los hombres decidieran que las cosas deben funcionar de otro modo, las mujeres nada podrían hacer al respecto.

Tampoco es que parezca que las mujeres puedan decidir si quieren o necesitan ser protegidas y sospecho que su principal función es la de estar disponibles para los hombres como amantes o esposas. Si su situación de “poder” deriva de su capacidad para proveer al hombre de sexo e hijos, no hay liberación de la mujer que valga, especialmente si además tenemos en cuenta la machista división de trabajo en la Luna: las mujeres pueden encargarse de un salón de belleza o realizando tareas tradicionalmente asociadas a su sexo, pero no las vemos ejerciendo de juez o ingeniero. La misma idea de una “Unidad Lisístrata”, creada para combatir contra los invasores terráqueos, va en contra de cualquier concepto de igualdad.

Tampoco creo que la peculiar situación demográfica de la Luna acabara derivando en la enrevesada estructura familiar que nos plantea Heinlein. La falta de mujeres entre los deportados al satélite sería un problema que desaparecería conforme las parejas empezaran a tener niños, algo que, se nos dice, hacen con fruición. Y aunque no fuera así, la respuesta a la escasez de mujeres probablemente no daría lugar a la formación lógica y respetuosa de un sistema matriarcal en el que se protege a las mujeres. Si la historia nos enseña
algo es que los humanos, colectivamente, tienden a actuar de forma violenta ante la falta de un recurso vital, así que lo más probable es que los colonos masculinos hubieran acabado robándose unos a otros las mujeres y matándose por ellas. Me resulta curioso que Heinlein, tan desconfiado y pesimista respecto a la naturaleza humana en otros aspectos, pensara lo contrario en lo que se refiere al impulso sexual.

Relacionado con el mismo tema, Heinlein describe en detalle la línea matrimonial de Manny, un sistema matriarcal enrevesado que facilita la poliandria pero que resulta un tanto chirriante por la diferencia de edad entre los miembros del mismo clan familiar. El personaje de Ludmilla, por ejemplo, a sus tiernos catorce años ya está casada con varios hombres bastante más mayores que ella.

Si el papel de la mujer en la sociedad y en la familia lunares está sujeto de debate, el libro se desenvuelve bastante mejor en el tema racial, incluso sobresalientemente para la época. Manny es un mestizo de piel oscura y hay bastantes personajes que se describen con tonos de piel no caucásicos; el Profesor de la Paz es hispano; hay otro, que muere heroicamente, de raza africana. El Hong Kong de la Luna es una urbe vibrante y en expansión. En general, la Luna es una colonia en la que gentes de múltiples orígenes están empezando a definir su propia nacionalidad como “Loonies” (que podría traducirse como “estúpidos” o, mejor, “Lunáticos”).

Y por último en la alineación de protagonistas tenemos a Mike, el personaje cuya curva de aprendizaje es más pronunciada. El suyo es un divertido y entrañable retrato de un ordenador inteligente que se esfuerza por ser más humano. Aunque está antropomorfizado de una forma probablemente no realista (si una inteligencia artificial se hace autoconsciente, dudo mucho que se presente de una forma tan reconociblemente humana), sí es un personaje memorable al que es fácil coger cariño, una mezcla divertida de incompetencia social y genialidad técnica: inhumano en su capacidad de procesar datos y su omnisciencia; y muy humano en su ingenuidad juvenil, su enorme curiosidad, ganas de
comunicarse y agradar. Quizá no sea del todo casualidad que Heinlein lo bautizara como otro de sus personajes más recordados y que con el compartía características similares: Valentine Michael Smith, de “Forastero en Tierra Extraña”.

Heinlein lo integra bien en la trama y lo hace funcionar como personaje activo en la misma, algo sorprendente si tenemos en cuenta el abismal salto tecnológico que existe entre los ordenadores de 1966 y los actuales. Esta diferencia es patente por cuanto la descripción de las funciones de Mike implican menos capacidad de procesamiento que un teléfono móvil moderno. Manny, como técnico al cargo de Mike, se dedica a hacer reparaciones básicamente mecánicas; encuentra –o finge encontrar- literalmente bichos en las entrañas de la máquina; escribe sus propios programas pero luego los imprime; los administrativos que trabajan con él escriben las cartas e informes con máquinas de escribir; todas las líneas telefónicas están centralizadas; no existen los formatos digitales... Mike es, por tanto, una mezcla de los viejos ordenadores que ya existían por entonces y las proyecciones –a la postre irreales- de lo que éstos podrían llegar a ser en el futuro. Hoy este aspecto se habría imaginado de forma muy diferente, pero a efectos narrativos en la novela funciona perfectamente: Mike se comporta como un niño autista que trata de extraer lógica de los actos de los humanos que le rodean.

Dicho lo cual, encuentro algunas cosas chirriantes en su participación en la historia. Como he dicho, Mike se une a la revolución por lealtad a su mejor amigo, Manny, y utiliza sus inmensas capacidades y alcance para planificar todo el proceso. Resulta inverosímil la facilidad con la que calcula las probabilidades de éxito según se van sucediendo los acontecimientos. Podría aceptarse que, en un punto de partida, hubiera realizado tales proyecciones, pero no su capacidad para reformularlas cuando evoluciona la compleja situación con múltiples factores involucrados y, aún más increíble, prever que todo tiene que empeorar antes de mejorar. Además, siempre que los conspiradores se topan con un problema, parece que la solución pasa por Mike, lo que implica que su plan revolucionario jamás habría llegado siquiera a despegar sin el respaldo del genial superordeador que todo lo calcula, todo lo prevé y todo lo soluciona.

En relación con esto y como resultado de la conveniente existencia de un ordenador inteligente, todo el proceso revolucionario se desarrolla de una forma tan suave y pacífica que se antoja implausible. Aunque los conspiradores encajan algunos tropiezos y fracasos, éstos son menores y nunca llega a producirse un desastre no previsto, como si la baraja estuviera marcada desde el principio a su favor. Y no sólo gracias a contar con un aliado como Mike. Porque la mayoría de los
principales líderes de la revolución son educados, inteligentes y con unos poderes lógicos imbatibles; por el contrario, sus adversarios son lerdos e incompetentes. Por ejemplo, algunas de sus primeras actividades subversivas podrían haberse fácilmente rastreado hasta el ordenador principal y, sin embargo, nadie en la Autoridad Lunar cae en ello. Hasta los protagonistas se sorprenden de que sus enemigos no hayan sido capaces de hacer una deducción tan sencilla. Desde un punto de vista dramático habría sido más interesante equiparar la inteligencia de ambos bandos.

El segundo problema de Mike es su “muerte”, tan conveniente como lo había sido su “vida”, cuando su ayuda ya no es necesaria para la revolución. Resulta muy útil para los rebeldes tener de su lado a este ordenador corrupto, omnisciente y omnipotente que amaña elecciones y controla el sistema telefónico. Pero Heinlein sin duda vio el problema de un ser artificial e inteligente en continua madurez por el peligro de convertirse en un dictador al que nadie podría derrotar por muy benevolente que fuese. Al fin y al cabo, Mike no tiene moral ni ideales y si participa en la revolución es porque le divierte utilizar sus capacidades y disfruta con la compañía de sus “amigos” humanos y la atención que le dispensan. Previsiblemente, Mike no
podría haber continuado viviendo como ser inteligente y evolucionando como tal sin transformarse en un dictador peor incluso que el Alcaide (un sucesor cinematográfico suyo sería el de la película “Colossus, el Proyecto Prohibido”, basado en una novela, curiosamente, también escrita en 1966 por Dennis F.Jones). Heinlein era consciente de ese peligro y decide que, una vez cumplido su papel de herramienta imprescindible en el cambio de régimen y en aras de la seguridad futura, Mike debe desaparecer, aunque su “reinicio” final como ordenador vulgar resulta poco justificada y un tanto cruel con el personaje.

Más que ciencia ficción dura, Heinlein se interesaba por la “blanda”, prestando especial interés a la política, la sociedad o la economía más que a la descripción detallada y precisa de la tecnología y ciencia del futuro. Eso no quiere decir que descuidara ese aspecto sino que lo utilizaba como rico decorado de fondo sobre el que desarrollar sus tramas. Por supuesto, ya lo he dicho en lo referente a los ordenadores, sus extrapolaciones no siempre son certeras pero sí que nos da una perspectiva interesante del concepto de inteligencia artificial y cómo ésta puede convertirse en un problema si sus objetivos divergen de los de sus creadores. Heinlein también predice que los miembros prostéticos estarán tan avanzados que habrá quien los prefiera a los naturales.

Heinlein plantea muy bien las implicaciones y desafíos técnicos de utilizar catapultas
magnéticas en la Luna y la Tierra y la mecánica orbital que rige los lanzamientos, ya sean estos pacíficos o agresivos. Las naves están descritas de forma realista y los túneles subterráneos en los que viven los colonos son plausibles, si bien parece ser que hay poco de valor en la Luna real que merezca el esfuerzo de realizar semejantes esfuerzos de ingeniería. La utilización de interceptores equipados con armamento nuclear se ha descartado por ser un remedio más peligroso que la enfermedad, y bastantes de las intervenciones y maniobras que en la novela realizan naves tripuladas probablemente hoy se harían con drones, si bien la extrapolación militar es sólida y consistente con el tipo de operaciones tácticas que se llevan a cabo en nuestro mundo. En este sentido, resulta chocante el impacto que una gravedad más débil tendría sobre soldados acostumbrados a operar en la Tierra y cómo podrían ser blancos fáciles ante enemigos ya habituados a aquélla.

En cuanto a su estructura, la novela está dividida en tres bloques. En el primero, “Ese Cognum Puro”, se narra el preludio a la revolución, con la reunión de los cuatro conspiradores iniciales, el trazado de sus planes y el triunfo del alzamiento. En el segundo, “Una Chusma en Armas”, el gobierno de la colonia trata de organizarse; a Mike se le da una personalidad ficticia, “Adam Selene”, que, obviamente,
nunca aparece en público pero que es anunciado como el auténtico líder de la revolución y nombrado Presidente del nuevo Ejecutivo. El profesor organiza un Congreso para tener a la gente ocupada mientras él y Manny viajan a la Tierra para convencer a sus gobernantes de los beneficios de una sociedad libre en la Luna. Y el tercero, “TANSTAAFL” trata sobre el intento de invasión de la Tierra a la Luna y el contraataque de ésta mediante el lanzamiento de rocas al pozo orbital terrestre.

Es cierto que tras leer un centenar de páginas, el lector puede perder la paciencia y preguntarse por qué el libro es tan largo. El primer bloque, tras la rápida presentación de los personajes, es básicamente una colección de discursos ensalzando el libertarismo y el amor libre que ralentizan el ritmo aunque no llegan a ser tan pesados y gratuitos como en “Forastero en Tierra Extraña”. Hacia la mitad de la novela, el ritmo se acelera considerablemente; tanto, de hecho, que apenas queda tiempo para respirar con tanta información, detalles y acontecimientos.

“La Luna es una Cruel Amante” es una novela al tiempo densa en lo que cuenta y ligera en
cómo lo hace. Tiene todos los elementos de las mejores obras de Heinlein: una sólida extrapolación de tendencias tecnológicas, políticas y sociales; una ambientación realista y bien construida; una trama interesante y unos personajes carismáticos con los que resulta fácil encariñarse. Con esa argamasa, Heinlein construye un estudio sobre cómo articular una revolución desde cero sirviéndose de la tecnología y la manipulación de las masas; una denuncia de la democracia masiva, el gobierno burocratizado y la política económica norteamericana; y plantea la incómoda y resbaladiza cuestión de qué diferencia a un terrorista de un luchador por la libertad.

Es una mezcla extraña que puede hacer reír por su ingenuidad, emocionarse por su épica, torcer el gesto por su filosofía sociopolítica o rechinar los dientes por su forma de ver las relaciones familiares según el episodio de que se trate, el lector y el momento de su vida en el que lo aborde. No estoy seguro de que pueda recomendarse incondicionalmente para todo el mundo pero sí de que es un libro relevante en la historia de la ciencia ficción y un buen ejemplo
del estilo y temas propios de Heinlein. Probablemente sea un buen puente de transición para un lector que, habiendo superado las novelas juveniles del autor, esté ya preparado para adentrarse en narrativas y temas más maduros y complejos. Hay viajes espaciales, motores atómicos, inteligencias artificiales, revoluciones, colonias lunares, héroes valientes, heroínas hermosas y mucha acción, pero también llamamientos a reflexionar con nuevos enfoques sobre viejos problemas. Puede estarse o no de acuerdo con las propuestas de Heinlein, eso da lo mismo. Lo importante es que nos ofrece la posibilidad de meditar y debatir sobre ellas.

Heinlein continuó escribiendo y publicando hasta bien entrados los años ochenta, pero ya no volvió a ofrecer ninguna novela que pudiera rivalizar en inventiva e importancia como las que produjo hasta mediados de los sesenta.







No hay comentarios:

Publicar un comentario