sábado, 26 de diciembre de 2009

1879-LOS QUINIENTOS MILLONES DE LA BEGUN - Julio Verne


Durante décadas, los estudiosos de Julio Verne han mantenido una dura y enconada controversia contra la idea popular de que el escritor fue el "Padre de la Ciencia Ficción" además de un profeta del futuro. Han insistido en que las malas traducciones, el cine de Hollywood e incluso los parques de Disney han reducido la figura e ideas del autor de los Viajes Extraordinarios a esquemas simplistas y desprovistos de contexto. Y también se han quejado, con razón, de la imagen de Verne como campeón del positivismo científico y el progreso, aun cuando al menos la mitad de sus novelas son o bien opuestas a la ciencia o bien escépticas respecto a los beneficios que el progreso tecnológico puede aportar a un mundo profundamente imperfecto.

Estos mismos estudiosos afirmaron durante mucho tiempo que el cambio en la visión de Verne tuvo lugar a mediados de la década de los ochenta del siglo XIX tras una serie de tragedias familiares y bastante después de haber escrito sus trabajos más famosos. En la actualidad, tras el descubrimiento y publicación de "París en el siglo XX", escrito al comienzo de su carrera literaria, todos estos expertos tendrán que replantearse sus argumentos y, probablemente, otorgar mucho más peso a la influencia del editor Pierre Hetzel en los temas y estilo de Verne.

“Los Quinientos Millones de la Begún” (o "Los quinientos millones de la princesa india", como también se le ha titulado en algunas versiones) es uno de esos trabajos "oscuros" de Verne, muy alejado del triunfalismo científico


Al principio del llbro, el Dr.Sarrasin recibe una extraordinaria noticia: por una carambola genealógica, resulta ser heredero de una inmensa fortuna dejada por una princesa india (la Begún del título). Individuo apacible, de mentalidad científica y con aspiraciones filantrópicas, decide invertir el dinero en un colosal proyecto: la fundación de una nueva ciudad, France-Ville, diseñada con criterios científicos y en la que se erradicarán todos los males que aquejaban a las ciudades de entonces –y a muchas de ahora-: suciedad, falta de higiene, pobreza... Será "una ciudad del bienestar y la salud", tal y como proclama entusiasmado ante sus colegas científicos.

En cuanto la noticia se hace pública, otro pariente perdido, Schultze, un químico alemán, sale a la luz y reclama su parte de la herencia que, en último término, ha de dividirse entre ambos a partes iguales. Verne solventa en dos párrafos el perfecto retrato del alemán: un individuo tiránico y despiadado que, al sernos presentado, se halla escribiendo un artículo para una revista científica, titulado: "¿Por qué todos los franceses presentan diferentes grados de degeneración hereditaria?"

El proyecto que trama Schultze con el dinero recibido es producto de sus ideas de supremacía racial sobre el resto de la humanidad y sobre los latinos en particular: la "ley del progreso decretaba la anulación de la raza latina, su sometimiento a la raza sajona y, por consiguiente, su desaparición total de la superficie del globo". El resultado es Stahlstadt, una ciudad fortificada de hierro y acero consagrada a la construcción de armamento -en un intencionado paralelismo con Alfred Krupp, el magnate alemán del acero-. Ambas ciudades, Stahlstadt y France-Ville se sitúan en las entonces lejanas y poco exploradas regiones de Oregón, aún no absorbidas a Estados Unidos.

Marcel Bruckmann, un joven alsaciano, íntimo amigo del Dr.Sarrasin, consciente de la amenaza que supone Schultze, decide llevar a cabo una peligrosa operación de espionaje, haciéndose pasar por suizo -lo que explica su acento alemán- e infiltrándose en la ciudad de acero para averigüar los planes del científico. Empezando desde los trabajos más básicos y ascendiendo en el escalafón por méritos propios, Marcel va pasando por los altos hornos, las minas de hulla y el departamento de diseño hasta llegar al círculo interno de la ciudad, donde, horrorizado, descubrirá cuál es el secreto que amenaza a France-Ville y, después, al resto del mundo: un colosal cañón preparado para disparar obuses cargados de ácido carbónico, capaces de aniquilar por asfixia y congelación a miles de personas. Como declara orgulloso Schultze: "con mi sistema no hay heridos, sólo muertos". Marcel deberá, en un tiempo límite, evitar la inminente catástrofe que segará la vida de miles de personas.

Como se supo tiempo después, la historia estaba basada en el manuscrito de Pascal Grousset, un revolucionario corso exiliado en Estados Unidos que había luchado en la Comuna de París. Incapaz de publicar en Francia debido al veto que recaía sobre él, le vendió a Hetzel la obra y éste se la pasó a Verne para que la puliera y elaborara una historia sobre ella. Hasta hoy sigue sin estar claro qué elementos son atribuibles a cada cual.

Al margen de estas curiosidades editoriales, el libro es muy interesante por varias razones. En primer lugar, como hijo de su tiempo. En 1870, se declara la guerra franco-prusiana –en aquel año Verne había publicado “Veinte mil leguas de viaje submarino” y “Alrededor de la Luna”-. Menos de dos meses después, el general Mac Mahon es derrotado en Sedán y Napoleón III capturado. Se acaba el Imperio y se inicia una resistencia “nacional” por iniciativa de los republicanos Fabre y Gambetta, con la proclamación de la Tercera República. Pero la milicia nacional republicana no tiene fuerzas ante la máquina de guerra prusiana y, con los ejércitos germanos ya en Versalles, Francia capitula en enero de 1871, perdiendo las provincias de Alsacia y Lorena.


La humillación nacional que sufrió Francia fue profunda y duradera. El propio Verne fue movilizado en la Guardia Nacional, ocupándose de la defensa costera, con escasísimos medios y municiones. Con el fin del conflicto, el escritor pasa dificultades económicas, puesto que su editor anda escaso de liquidez. Este libro de Verne es, en buena medida, una especie de revancha literaria y como tal hay que leerlo. Hasta entonces, Verne no había demostrado una animadversión particular hacia los alemanes y, de hecho, los protagonistas de "Viaje al Centro de la Tierra" eran de esa nacionalidad. En esta novela, sin embargo, el retrato de los alemanes, simbolizados por Schultze, es el de una nación militarista y fanática.



Aun cuando hoy muchos comentaristas lo interpreten a la luz de la muy posterior Segunda Guerra Mundial como una especie de proto Hitler y un aviso de los horrores que vendrían cuatro décadas después, en su origen no fue más que una representación deformada de la opinión francesa del momento, un tópico ciertamente forzado (el alemán no hace más que comer salchichas y sauercraut y beber cerveza aunque su negocio de venta de armamento le haya convertido en el hombre más rico del mundo) pero, a efectos narrativos, eficaz. No nos extrañará, a tenor de lo dicho, que el libro gozara de una tardía popularidad en Israel en los años cincuenta, (si bien la versión hebrea se preocupó de eliminar algunas referencias antisemitas que Verne había dejado caer en la novela).


Otro ejemplo de la relación del libro con la guerra de 1870 lo constituye el protagonista, el valiente alsaciano Marcel, quien ha mantenido intactas sus lealtades hacia Francia por mucho que su tierra haya caído bajo dominio germano. Por otra parte, el tercer protagonista de la historia, Octavio, hijo natural del doctor Sarrasin, es un trasunto del propio hijo de Verne, Michel. Octavio es un joven de débil personalidad cuyo único sostén para no caer en la vida muelle es el ejemplo de su amigo Marcel. Cuando éste desaparece para infiltrarse en Stahlstadt, cae en la degradación utilizando la fortuna de su padre para relacionarse con círculos sociales poco recomendables, gastar fortunas en el juego, ropa y fiestas y, en fin, sumergirse en una existencia absurda y sin sentido. En la novela, Verne quiso redimir al personaje, haciendo que tomara conciencia de la decadencia en la que estaba sumido y haciéndole volver con su familia y su amigo Marcel. En la vida real, el escritor no tendría la misma suerte.


Verne mantuvo una muy difícil relación con su hijo Michel. La mala conducta de éste hizo que su padre lo internara sin éxito en una clínica psiquiátrica, llevándolo luego a un reformatorio. Cuando cumplió 18 años, los disgustos continuaron. Le pidió a su padre la emancipación para casarse con una cupletista, de la que no tardará en separarse, tras haber secuestrado a una menor. Verne lo echa de casa, pero corre con sus gastos para evitar males mayores. En años sucesivos, ya después de publicada esta novela, Michel continuaría cargando a su padre con los déficits de sus ruinosas aventuras empresariales.

En un solo libro, Verne planteó los dos extremos tan queridos y desarrollados en años posteriores por la ciencia ficción: la utopía y la distopia. Stahlstadt, como hemos indicado, es una mole de metal amurallada y dividida en sectores, una especie de ciudad industrial completamente dedicada a la fabricación de bienes de equipo y armamento, un sistema regido con fría eficiencia germánica donde los obreros se reconocen por un número y en el que la vegetación se halla totalmente ausente -a excepción de una selva tropical que aprovecha el calor de los hornos de fundición y de la que se beneficia tan solo el líder-. Es un micromundo hostil, deshumanizado, donde la gente trabaja en condiciones durísimas, ejemplificadas en el libro por la desgraciada muerte del pequeño amigo de Marcel, Carl, un niño que literalmente vive en los corredores de las minas y cuyo único amigo es un caballo ciego que hace años que no ha visto la luz del sol. Todo el complejo está dominado por el Bloque Central y, en mitad del mismo, su centro neurálgico: la altísima Torre del Toro, donde vive y manda Schultze.


Opuesta a la pesadilla de Stahlstadt, Verne imagina la ciudad perfecta, France-Ville, donde el gobierno no está centralizado en nadie en particular, como ocurre en Stahlstadt, sino que las decisiones se toman de manera asamblearia, con lo que la continuidad de gobierno está asegurada –un aspecto este fundamental en el desarrollo de la novela-. Todo el mundo está sano y vive feliz en una ciudad que no parece tener ningún problema gracias a su perfecta planificación material y humana. Maravilloso… ¿o no?




Ciento treinta años después de que se escribiera la novela, las disposiciones de Verne para la construcción de la ciudad ideal nos parecen bien poco apetecibles. Por ejemplo, la ciudad en su estadio inicial es edificada por un ejército de trabajadores chinos, a los que Verne no considera candidatos recomendables para su proyecto: “El producto de los trabajos era depositado todas las semanas (...) en el Gran Banco de San Francisco, y todo chino que lo cobrase estaba obligado a regresar a su país. Precaución indispensable para deshacerse de una población amarilla que no habría dejado de modificar de una manera bastante molesta las características de la nueva ciudad”.

Ésta es una de las razones por las que el trabajo de Julio Verne se edita en la actualidad mayormente en forma de “adaptaciones” censuradas y mutiladas. Los originales contienen multitud de pasajes racistas y sexistas que ofenderían al lector moderno. La creencia de que los habitantes de cada nación tenían una serie de características particulares que los hacían más o menos aptos para la evolución y la supervivencia, era algo común en los años de Verne, como lo era la actitud hacia las mujeres. En la novela, la hija del doctor Sarrasin se lamenta de lo terrible que es ser mujer porque no hay nada que ella pueda hacer para ayudar en la defensa de France-Ville contra los planes de Schultze.

Las normas de construcción que rigen en esta comunidad utópica dan como resultado algo muy parecido a un barrio residencial edificado en retícula, con calles designadas por un número y con árboles flanqueando las vías. Todas las viviendas son unifamiliares y disponen de un jardín. Hasta aquí, no nos parece algo extraño. Realmente Verne supo ver más allá de su propia época e incluso en nuestros días algunos ayuntamientos tienen normativas mucho más estrictas en cuanto a apariencia y cuidado de las viviendas particulares se refiere, regulando las alturas, los colores y el estado en el que se deben mantener los jardines.

Sin embargo, otras normas que teóricamente iban destinadas a crear una ciudad ideal, no dejan de ser, a los ojos contemporáneos, agobiantes y coartadoras de libertad: "quedan terminantemente proscritos dos peligrosos elementos de enfermedades, verdaderos nidos de miasmas y laboratorios de venenos: las alfombras y los papeles pintados. El entarimado (...) evitará que se oculten los restos de una limpieza dudosa". Lo cierto es que tanta norma obsesiva por la limpieza raya en la ridiculez y podríamos incluso llegar a pensar que Verne estaba escribiendo una sátira: se prohíben los edredones y se regulan los muebles que debe tener el dormitorio; los humos de las chimeneas se depuran en hornos especiales para evitar la contaminación ambiental. Esa rigidez se extiende incluso a los espacios públicos: "cualquier comerciante que venda un huevo podrido (...) es tratado como lo que es: un envenenador".

Por otra parte, "para obtener el derecho de residencia (...), es necesario poseer buenas referencias y hallarse apto para ejercer una profesión útil o liberal en la industria, en las ciencias o en las artes (...). No se toleran las existencias ociosas". "No hay para que decir que los niños son obligados desde la edad de los cuatro años a seguir los ejercicios intelectuales y físicos que puedan contribuir a desarrollar sus facultades (...) se les habitúa a todos a una pulcritud tan escrupulosa que una simple mancha en sus vestidos la consideran un verdadero deshonor". Suena tiránico.

A Verne siempre le interesó el urbanismo y la planificación de la vida en las ciudades y tendría oportunidad de poner en práctica, al menos parcialmente, algunas de sus ideas años más tarde. En 1888 le proponen y acepta una candidatura de concejal para el ayuntamiento de Amiens, en la lista del partido radical socialista, que a pesar de su nombre era bastante moderado, y resulta elegido. Su labor pública estaría a la altura de su obra, ocupándose de asuntos artísticos y culturales.

Si dejamos a un lado “París en el siglo XXI”, el lado oscuro de la ciencia había ya aparecido en relatos anteriores del escritor, como “El experimento del Dr.Ox” (1874), en el que un investigador transforma un tranquilo pueblo en un hirviente caldero de emociones bombeando oxígeno puro en los hogares y edificios públicos. Todos los sentimientos se intensifican, los metabolismos se aceleran. Ante la Bandera (1896) vuelve a tocar la amenaza del aspirante a conquistador provisto de armas de destrucción masiva. Robur el Conquistador (1886) pretende dominar el mundo con su artefacto combinación de fortaleza volante, tanque y submarino; “La Misión Barsac” (1919) –completada por Michel Verne tras la muerte de su padre- nos lleva hasta una ciudad-fortaleza en África, desde donde un genio del mal usa sus inventos para desencadenar un caos mundial.


En resumen, “Los quinientos millones de la Begún”, no se cuenta entre lo más granado de la obra de Julio Verne. El propio escritor consideraba imposible la tecnología que Grousset había imaginado en su manuscrito pero, sometiéndose obedientemente a las órdenes de Hetzel, no lo cambió. Pero se trata de un libro importante que, leído con las referencias adecuadas, nos cuenta cosas sobre Verne, sobre su vida y su visión de la tecnología, sus ideas y las de sus contemporáneos en la Europa del siglo XIX. Se trata, en suma, de una fábula política con moraleja, parte distopia, parte tratado social de estilo dickensiano.

sábado, 5 de diciembre de 2009

1877-HECTOR SERVADAC - Julio Verne


Nos encontramos en esta ocasión con una novela a mitad de camino entre la fantasía y la ciencia ficción, resultado quizá del cambio fundamental que el escritor hubo de hacer en el argumento a instancias de su editor. Como tantos libros de Verne, la historia comienza con un misterio, un enigma que llevará a sus protagonistas a embarcarse en un viaje con el fin de resolverlo.

El personaje que da título al libro es un oficial del ejército francés destinado en la costa de Argelia en misión cartográfica, contando con la única ayuda de su fiel ayudante Ben-Zuf. La noche del 31 de diciembre al 1 de enero experimentan un fuerte temblor de origen desconocido y cuando se recuperan del shock se encuentran con que el mundo ha sufrido una transformación desconcertante: el Sol sale por el oeste y se pone por el este, días y noches han pasado a tener una duración uniforme de seis horas, la fuerza de la gravedad ha disminuido y el firmamento nocturno ha modificado su aspecto.

Realizan un viaje por los alrededores pero no consiguen encontrar a ningún otro ser humano. Finalmente, hace su aparición la goleta rusa Dobryna, propiedad del conde Timascheff. En ese navío se lanzan a surcan un mar Mediterráneo cuyas costas han cambiado por completo: han desaparecido las islas, el continente africano se ha volatilizado en su gran mayoría y el resto parece estar delimitado por infranqueables arrecifes de formaciones rocosas poligonales de un mineral desconocido. Conforme avanza el relato, encuentran otros supervivientes: un grupo de ingleses en Gibraltar, otro de españoles en Ceuta, una niña italiana en Cerdeña, un mercader judío y un sabio francés en las Baleares. Las observaciones celestes que realizan y la evolución de los fenómenos atmosféricos les llevan a una asombrosa conclusión: el paso de un cometa muy cerca de la Tierra ha proyectado fuera del planeta trozos del mismo que han acabado adheridos a la superficie del cuerpo errante, pasando a formar un minimundo al que sus nuevos colonos bautizan Galia y que se mueve en una órbita elíptica alrededor del Sol. Conforme se alejan de la estrella, la temperatura desciende y se ven obligados a buscar un medio para poder sobrevivir. Lo encuentran en las profundidades del cometa, junto a un volcán activo cuyo calor les permite resistir en los pasadizos subterráneos a la espera de que el bólido sobrepase su afelio y vuelva a acercarse al Sol.

En realidad, es un libro que casi se podría englobar en la categoría de "robinsoniadas" que tan de moda estuvo en el siglo XIX: personajes aislados del resto del mundo que deben utilizar sus conocimientos y recursos para solucionar todos los problemas con los que se van encontrando. El mismo Verne escribió varias novelas de este tipo, como “La Isla Misteriosa” (1874), "Escuela de Robinsones" (1882) o "Dos años de vacaciones" (1888). Aquí vuelve sobre este tema, ya explorado en “La Isla Misteriosa” o “Las Aventuras del Capitán Hatteras” (1866): los protagonistas se encuentran en un medio ambiente hostil, básicamente igual al entorno terrestre aunque con temperaturas árticas, y han de ingeniárselas para sobrevivir.

Al final, y tras observar muchos lugares interesantes desde el punto de vista astronómico, el meteoro regresa al sistema solar interior. Los humanos construyen un globo con las velas del barco y abandonan su pequeño mundo esperando llegar a la atmósfera terrestre, a casa; y en una extraña conclusión con tintes oníricos, eso es lo que hacen, encontrando el mundo exactamente igual que como lo dejaron. El resultado es que, después de haber llevado al lector al más fantástico de los viajes, al final se descubre que no han estado en ninguna parte.

Quizá lo que más llama la atención en una primera lectura es el tono optimista de la novela, una característica de la mayoría de los libros de Verne pero que aquí parece fuera de lugar. Los personajes se encuentran víctimas de una catástrofe colosal, náufragos en un cuerpo celeste, aislados para siempre del resto de la humanidad y amenazados por un medio hostil. Sin embargo, su actitud es bien la de templanza bien la de una indiferencia aun más imposible de entender. Verne era capaz de evocar sentimientos de tragedia y crear atmósferas opresivas o deprimentes. Ya lo demostró en "París en el siglo XX" o "El Chancellor" (1875) y estaría presente en buena medida en la siguiente obra que comentaremos, "Los Quinientos Millones de la Princesa India". El que esa sensación de cataclismo se halle ausente en "Hector Servadac" responde a una buena razón: en realidad, Verne quería describir un mundo devastado por la catástrofe, pero su editor Hetzel lo rechazó, presionando al autor para que no dejara un sabor de boca amargo al lector. Sin embargo, eso es precisamente lo que le ocurre al lector moderno: la sensación de que una buena idea, una buena novela, nunca llegó a buen puerto.

Quizá Verne, disgustado por ver sofocada su creatividad, transmitió ese disgusto a sus personajes. Ciertamente, Verne siempre destacó más por el planteamiento de las historias que por el desarrollo de sus protagonistas (con notables excepciones, como el capitán Nemo o Phileas Fogg). En esta ocasión, el escritor no estuvo particularmente brillante en la creación de los nuevos colonos del cometa. El capitán Hector Servadac, el conde ruso Timascheff y el capitán de la goleta, Procopio, son intercambiables, prototipos del héroe monolítico, valeroso, sensato, no especialmente sabio pero con recursos... y bastante aburrido. Ben-Zuf, el asistente de Servadac tiene más chispa pero no deja de ser una figura ya clásica dentro de la literatura y la narrativa popular: la contrapartida humorística del personaje principal, un recurso ampliamente utilizado por Verne en muchas de sus novelas. El excéntrico y gruñón profesor Palmirano Roseta tiene momentos divertidos pero tampoco constituye una novedad (sin ir más lejos, el profesor Liddenbrock de "Viaje al Centro de la Tierra")

Lo que constituye una desgraciada novedad en esta novela no dice mucho a favor del escritor ni de la sociedad de la época. Resulta chocante la fuerza con la que afloran los prejuicios de Verne hacia otras razas y nacionalidades. Lo que en otros de sus libros podría ser benévolamente interpretado como chauvinismo, aquí traspasa con mucho la línea de lo políticamente correcto. No es ya que a los ingleses los trate de estirados, egoístas y soberbios y a los españoles los contemple con desprecio ("Estos españoles, desaprensivos andaluces, indolentes por naturaleza, holgazanes por afición, tan dispuestos a esgrimir la navaja como a tocar la guitarra, labradores de profesión. (....) ¡Bah!, aunque lo comprendieran, no les importaría mucho. Los españoles son demasiado fatalistas, como los orientales, y éstos no se impresionan demasiado. Una canción, una guitarra y un poco de baile y castañuelas y estarán contentos"). No, va incluso más allá:



despliega un antisemitismo rabioso a través del personaje de Isaac Hakhabut, un judío patético al que maltrata durante toda la narración y que no es más que una amalgama de tópicos ("ojos vivos pero de mirada falsa, nariz aguileña, barba inculta, grandes pies, manos largas y dedos engarabitados o lo que es lo mismo, el tipo acabado del judío, del usurero de flexible espina y de corazón seco, roedor de escudos y sumamente avaro") que, retrospectivamente y a la vista de las consecuencias que acabaría causando semejante actitud, ofende al lector contemporáneo.



Y no sólo al contemporáneo. La novela se publicó por entregas en la revista
Magazine d'Éducation et de Récréation. Cuando apareció el capítulo 18, en el que se presenta el judío en cuestión con las palabras que he transcrito, el principal rabino de París escribió una carta a Hetzel quejándose de que ese material no tenía cabida en una publicación para jóvenes. Hetzel y Verne respondieron conjuntamente excusándose, afirmando que no tenían intención de ofender a nadie y prometiendo que lo corregirían en la siguiente edición. Fue Hetzel el encargado de modificar el texto pero los cambios fueron mínimos y el tono antisemita no desapareció. Quizá fuera uno de los factores que hicieron que las ventas fueran inferiores a otros libros de Verne y que sólo recibiera una edición en América.


Como era habitual en los libros de Verne, aparecen largos capítulos dedicados a inundar al lector con toneladas de datos y hechos, en este caso acerca de la historia de los cometas y los períodos de los más conocidos así como de la mecánica celeste y las características de algunos de los planetas a los que el cometa se aproxima en su largo viaje. Más allá de lo curioso que puede ser comparar los conocimientos que entonces se tenían sobre esos campos de la astronomía con los actuales, esos pasajes rompen la acción y, a menos que se tenga un interés muy específico en ello, resultan tan aburridos como prescindibles. De hecho, se pueden pasar por alto todas esas páginas y no perder nada de la sustancia de la historia. Lo que de interesante y novedoso podían tener en el siglo XIX aquellas descripciones de Júpiter o Saturno se ha perdido para el lector del siglo XXI.

Por otro lado, esas avalanchas de datos científicos no parecen casar muy bien con la premisa de la historia: un cometa metálico de 700 km de circunferencia que se aproxima a nuestro planeta sin ser observado por ningún astrónomo excepto el lunático Palmirano Roseta. De alguna forma, dicho cometa "absorbe" una sección de la Tierra, incluyendo buena parte de Argelia, suficiente agua del Mediterráneo y aire para crear un gran mar y una tenue atmósfera respirable. Todo ello dejando intacto el relieve de la tierra "transportada" (árboles, cultivos…) y sin que los seres vivos que la habitan sufran daño. Aunque el cometa se aleja del Sol hasta más allá de Saturno, la temperatura no baja por debajo de -60ºC. Dos años después del primer choque y siguiendo su órbita, vuelve a coincidir con la Tierra. No se trata solo de errores disculpables por el estado de la ciencia en el siglo XIX, o inexactitudes matemáticas cometidas por el escritor (como la composición del cometa o la órbita del mismo, imposible según la plantea Verne), sino de un cúmulo de "casualidades" e imposibilidades físicas que empujan al relato al campo de la fantasía alejándolo de la ciencia-ficción.

Hasta aquí el lector ya se habrá dado cuenta de que no estamos ante una de las mejores novelas de Verne. El motivo por el que he decidido incluirla en esta antología es por ser quizá la primera novela en la que aparece un cometa como causa de un cataclismo. Hoy se ha convertido en un tópico e incluso Hollywood ha sacado buenos réditos de este argumento -recordemos el taquillazo de "Armaggedon" (1998)- pero en la literatura de la época constituyó toda una novedad. No es que Verne se inventara totalmente el asunto. Los cometas habían despertado desde siempre una gran fascinación, cuando no temor, y sus regulares visitas hacía ya tiempo que habían sido tabuladas. Durante el siglo XIX se produjeron pánicos -alentados en buena medida por los periódicos y los comentarios de los propios científicos- ya que la gente creía que la cola del cometa podía estar compuesta de gases venenosos que emponzoñarían la atmósfera haciéndola irrespirable. H.G.Wells, años después, recogería exactamente esos temores en su novela "En los días del cometa" (1906). El propio Verne volvería sobre un asunto similar en "La caza del meteoro" (1908), en la que un cometa compuesto de oro cae en la Tierra y desata una fiebre mundial por hacerse con él.

"Hector Servadac" fue, pues la novela que pudo haber sido y no fue. En un momento determinado, Verne describe las consecuencias de una colisión directa con el planeta, sugiriendo un planteamiento mucho más interesante que el que finalmente adoptó: "La Tierra perdería instantáneamente su celeridad tangencial de traslación, y todos los seres, árboles y casas, serían lanzados al espacio (…). Los mares lanzaríanse fuera de sus cuencas naturales, aniquilándolo todo. Las partes centrales del globo que permanecen aún en estado líquido, rasgarían la cubierta que las contiene y se escaparían al exterior. Variando el eje de la Tierra, un nuevo ecuador sustituiría al antiguo y, por último, la celeridad del globo podría quedar absolutamente suprimida, y, no estando modificada la fuerza atractiva del Sol por ninguna otra, la Tierra caería sobre él en línea recta (…).” Una visión inexacta científicamente, pero no por ello menos apocalíptica y, desde luego, mucho más interesante a priori.

Ni siquiera al final pudo hacer lo que quiso. El escritor ya había tenido que cambiar su concepto inicial de desastre planetario por el de un viaje alrededor del sistema solar. Intentó "colar" un final más verosímil, matando a todos los personajes cuando el cometa regresa a la Tierra y se estrella contra ella. Al fin y al cabo, Servadac es la palabra francesa "cadavres" (cadáveres), escrita al revés. De nuevo, el editor Hetzel se mostró inflexible, forzando a Verne a urdir el increíble final de carácter fantástico que ya comentamos más arriba.

Como conclusión, podemos aconsejar este libro para los amantes de Verne y las narraciones de aventuras del siglo XIX. Para aquellos que busquen un libro sobre viajes interplanetarios con una mínima base científica, probablemente encontrarán mejores obras.

martes, 10 de noviembre de 2009

1877-EL HOMBRE SIN CUERPO- Edward Page Mitchell


He aquí uno de tantos casos en los que el autor de relatos cortos sufre un injusto olvido, eclipsado por sus "hermanos mayores", los novelistas. Edward Page Mitchell cursó estudios de medicina, pero descubrió su verdadera vocación en el periodismo, llegando a ser uno de los escritores más populares del diario neoyorquino The Sun, el principal periódico del país, del que llegaría a convertirse en editor en 1903 y en el que trabajaría durante nada menos que cuarenta y siete años.

Mitchell no respondía al arquetipo de escritor maldito. Fue muy popular, pero nunca buscó un reconocimiento intelectual por parte de sus colegas del que, por otra parte, podría haber disfrutado. Tuvo una vida feliz, dos matrimonios satisfactorios (su primera mujer falleció), crió cinco hijos, desarrolló una buena carrera profesional e incluso fundó un nuevo pueblo, Glen Ridge. Sin embargo, una vez falleció en 1927, nadie pareció acordarse ya de él. Sus crecientes responsabilidades en el periódico le habían ido apartando de la escritura, toda su obra apareció de forma anónima en periódicos y no fue publicada como libro. Así que no es de extrañar que Mitchell vegetara en el limbo durante décadas. Pero en 1973, la publicación de una antología de sus historias despertó el interés por su obra entre los aficionados quienes reconocieron su papel de pionero en el género de la CF.



Mitchell fue durante toda su vida un estudioso del ocultismo y el mundo de lo sobrenatural, afición que se reflejó en varios de sus relatos. De hecho, el cuento que le hizo merecedor de un puesto en el New York Sun fue precisamente uno de fantasmas, "Back from that Bourne", escrito como si fuera una noticia auténtica. Varias de sus colaboraciones periodísticas fueron investigaciones de encantamientos y apariciones que, según él mismo determinó, tenían una explicación perfectamente racional.

Pero lo que más nos interesa aquí tiene que ver con sus incursiones en el mundo de la CF. Quizá su primera toma de contacto con el género fuera a través de Edward Everett Hale, uno de los pioneros de la CF y del que ya hablamos en una entrada anterior. Fue su mentor en sus primeros escarceos con el oficio para el Daily Advertiser, de Boston y en los años siguientes, a partir de 1874, escribió una notable cantidad de historias cortas que fueron viendo la luz anónimamente en periódicos, redactadas como si de noticias auténticas se trataran -tal y como dictaba el estilo periodístico de la época-.

Por desgracia, Mitchell, sigue siendo virtualmente desconocido en España, donde actualmente tan sólo se pueden encontrar historias sueltas publicadas en un par de antologías de relatos de CF. Es posible, sin embargo, descargarse de internet el libro que en 1977 publicara la editorial argentina Andrómeda, “El Hombre de Cristal”, recopilando ocho historias que originalmente fueron publicadas en The Sun entre 1877 y 1883 y que gloso brevemente a continuación.

- El taxipompo (1874) es un relato satírico sobre el obsesivo y cerrado mundo de los matemáticos y en el que el humor es la base tanto del estilo como del fondo. Un mediocre estudiante aspira a conseguir la mano de la hija del erudito matemático, Abscissa Surd, pero para ello deberá resolver el desafío que su futuro suegro le plantea: resolver el problema aparentemente insoluble de cómo viajar a más velocidad que la luz.

- El espectroscopio del alma (1875) es una divertidísima relación de los enloquecidos experimentos llevados a cabo por el profesor Dummkopf, entre ellos la fotografía de los olores ("imaginé el otro día que había obtenido un nítido negativo del aroma de un humeante guiso de cebollas y la idea me ha dado ánimos desde entonces"), el envasado del sonido en botellas ("no creo que las botellas comunes pudieran contener la música de Wagner. Sería necesario usar garrafones") o el espectroscopio del alma ("Basta de matrimonios desgraciados. La novia me traerá a su voluble pretendiente antes de aceptar o rechazar su proposición, y yo le diré si su espectro exhibe las características del amor puro, la constancia y la ternura, o las de la sórdida avaricia, el afecto vacilante y la futura crueldad").

- El hombre sin cuerpo (1877) recupera de nuevo al excéntrico profesor Dummkopf -o, mejor dicho, su cabeza- en otra hilarante historia en la que se plantea la posibilidad de transmisión de materia a través del cable, como si fuera un teléfono.

- El hombre más capaz del mundo (1879) nos presenta el primer ciborg de la CF, un ruso al que se le ha injertado un cerebro mecánico con una precisa y fría inteligencia artificial y que deslumbra al mundo con sus dotes para la política y la diplomacia. Cuando un jugador de póker americano descubre el secreto, se da cuenta de que el fin último de esa fusión de hombre y máquina es convertirse en el ser más poderoso del mundo.

- La hija del senador (1879): quizá el mejor relato de la compilación. Situada en el futuro de Mitchell (esto es, 1937), aventura descubrimientos que entonces eran casi fantasía: transporte por tubos neumáticos, calefacción eléctrica, pastillas concentradas que sustituyen a la comida, retransmisiones internacionales instantáneas, técnicas criogénicas... por no hablar de predicciones sociales como el voto femenino, una guerra entre Estados Unidos y China (ganando esta última), congresistas americanos de raza oriental y matrimonios interraciales.

- El hombre de cristal (1881) es un claro antecesor de "El Hombre Invisible", de H.G.Wells, que se publicaría diecisiete años después. Como los otros relatos, la influencia de Edgar Allan Poe es manifiesta en el planteamiento de un misterio, el de un hombre que ha alcanzado la invisibilidad gracias a investigaciones científicas pero que se ve incapaz de revertir a su estado normal. Como le sucedería al personaje de Wells, el desequilibrio mental que ello supone unido al rechazo de la mujer que ama, lo precipita a la tragedia.

- El reloj que retrocedía (1881): una máquina del tiempo, de nuevo precediendo a Wells. Un reloj construido en el siglo XVI transporta a dos jóvenes del siglo XIX a la holandesa Leyden en los últimos momentos del asedio de los españoles dándoles la oportunidad de participar en un momento clave de la historia de la ciudad.

- El árbol-globo (1886) narra la búsqueda y encuentro en la selva de dos exploradores con una nueva especie vegetal, un árbol inteligente capaz no sólo de moverse, sino de sentir y pensar.

Estas son sólo ocho de las treinta historias con que contaba la edición original norteamericana. En ellas nos encontramos con un autor que imaginó el primer ciborg, el primer hombre invisible, la primera máquina del tiempo, la primera técnica criogénica y el primer alienígena amistoso de la historia de la literatura por mencionar sólo algunas cosas. En otras historias no incluidas en esta selección imaginó la existencia de mutantes con poderes ("Old Squids and Little Speller") o el intercambio de mentes ("Exchanging Their Souls"). Algunos estudiosos opinan que no sólo se anticipó a H.G. Wells, sino que éste -en una época en la que los periódicos de uno y otro lado del Atlántico copiaban sin reparos historias aparecidas en la competencia y donde los derechos de autor no existían- tomó de Mitchell (que, no lo olvidemos, publicaba sus trabajos anónimamente) muchas de las ideas que servirían de base para sus libros más famosos y con los que alcanzaría el estatus de maestro de la CF.

Sea así o no, lo cierto es que sus historias son sumamente interesantes desde el punto de vista de la perspectiva histórica, al tiempo que perfectamente legibles en la actualidad. Su estilo es limpio, ágil y elegante, a menudo inteligente y con frecuentes cuñas humorísticas. Pero por encima de esas virtudes, los cuentos de Mitchell sacan a colación las profundas implicaciones filosóficas de su época, un tiempo en el que el avance científico y tecnológico abría nuevas e insospechadas posibilidades. Preguntas que casi siglo y medio después siguen sin respuesta.


Aquí podreis encontrar las referencias de las antologías en español con historias del autor.


domingo, 8 de noviembre de 2009

1876- UCRONÍA (LA UTOPÍA EN LA HISTORIA) - Charles Renouvier

Como vimos en la entrada anterior, la extrapolación optimista del futuro fue muy común a finales del siglo XIX. Una desviación de esas especulaciones futuristas fue la creación de novelas sobre lo que podría haber sucedido si el pasado se hubiera desarrollado de otra forma, un género hoy muy popular que se conoce como “Historia Alternativa”. Charles Renouvier escribió uno de los primeros ejemplos en esta obra cuyo título completo es “Ucronía (Utopía en la Historia), un apunte histórico apócrifo sobre el desarrollo de la civilización europea no como fue sino como podría haber sido”.

Renouvier fue un influyente filósofo francés cuya principal aportación fue la formulación de un sistema ideológico completo a partir del pensamiento de Kant. No vamos a profundizar demasiado en el farragoso campo del pensamiento filosófico del siglo XIX. Lo que nos atañe a nosotros es el ámbito de la ciencia ficción y el papel de Renouvier en ella. Y su contribución más importante fue bautizar todo un subgénero con el título de este libro aun cuando no fue el primero en explorarlo (recordemos "Napoleón ou la conquête du Monde").

Ucronía es una palabra que funde otras dos: utopía y cronos (tiempo) y según la Real Academia de la Lengua su definición es «la utopía aplicada a la historia; historia reconstruida lógicamente de tal modo que habría podido ser y no ha sido». El término fue inventado por Renouvier, no en esta novela, sino en un artículo que publicó en 1857 y que acabaría dando origen unos años después al libro que comentamos.



En resumen y para los no iniciados, una ucronía supone que, en un momento clave determinado, la Historia de nuestra línea temporal sufre una modificación que la hará discurrir por un camino distinto al que nosotros conocemos. Se ha creado, por lo tanto, un mundo imaginario. Se trata de un subgénero bien determinado pero cuya adscripción resulta confusa, siendo reclamada tanto por la Ciencia Ficción como por la Fantasía. Al fin y al cabo, ambas siguen un mismo principio creativo: la búsqueda de mundos posibles.




Hemos hablado de momentos clave, de puntos de inflexión históricos. Se les conoce como puntos Jumbar y suelen ser acontecimientos lo suficientemente importantes como para que, de no haber tenido lugar, todo el futuro a partir de ese punto discurriría por un camino diferente. El punto Jumbar (o punto bisagra) elegido por Renouvier es harto sugerente: antes de morir, el emperador romano Marco Aurelio dispone que su sucesor sea el filósofo Avidio Casio. El reinado de este último lleva a un florecimiento de las artes y las ciencias que impedirá la expansión del cristianismo en el este, ya que Constantino no decretará que el cristianismo sea la religión oficial. Las guerras de religión, la Inquisición... nunca se producirán, dando lugar a un temprano estado laico o multiconfesional.

A partir de esta obra, este subgénero de la CF experimentará un impulso notable: los autores se lanzarán a imaginar mundos en los que Colón nunca emprendió su viaje a las Indias, donde la Segunda Guerra Mundial vio el triunfo del Tercer Reich, donde Francia es una monarquía constitucional o la Inglaterra Victoriana detiene la revolución industrial y el vapor se consolida como tecnología que mueve el mundo. Revisaremos algunos de ellos en futuras entradas de este blog.

Por desgracia, no he conseguido encontrar una edición reciente de esta obra en nuestro idioma. Fue traducida al español por Jose Ferrater Mora en 1945 y editada por Losada. No existen problemas para encontrarla en inglés o francés en diversas web de librerías por internet.

jueves, 5 de noviembre de 2009

1872- LA NOVELA DEL SIGLO VENIDERO - Mór Jókai


Hubo un marcado tono optimista en muchas obras de mediados y finales del siglo XIX. El húngaro Mór Jókai fue un escritor cuya popularidad fue enorme a pesar de que los críticos supuestamente serios albergaban reservas sobre su calidad estética. Dio igual: Jókai se convirtió en el autor más importante de su país y el único conocido en el extranjero. Escritor precoz -a los nueve años publicó su primera poesía y a los veintiuno su primera novela-, era una persona de carácter suave y agradable cuyo optimismo contrastaba con los difíciles momentos que atravesaba su patria (levantamientos revolucionarios, guerras...)

Su obra es extensa (unos ciento diez volúmenes de novelas, dramas y cuentos) y destaca por su inclinación hacia lo heróico, lo insólito y lo mágico que se ocultaba en los rincones de la historia. Sus novelas recorrían los cinco continentes y la línea temporal tanto hacia adelante como hacia atrás. Precisamente, entre su bibliografía se cuentan varias historias curiosas de CF, especialmente esta, "La novela del siglo venidero", una historia futurista de corte positivista en la que juegan un papel fundamental las nuevas tecnologías alimentadas por una nueva sustancia llamada “icor”, una especie de sustancia cristalina flexible e irrompible.

A pesar de estar demasiado anclada en un estilo, el del Romanticismo, que hoy resulta algo envejecido, los dos volúmenes de este gran relato incluyen pasajes casi proféticos, como el advenimiento de la aviación, impulsada por la electricidad. Anticipándose en década y media a Julio Verne y su "Robur el Conquistador", Jókai previó el potencial de esa tecnología como arma letal, siendo el primer escritor que describió una batalla aérea. Otra de sus visiones fue el estallido de una revolución en Rusia y el posterior establecimiento de un estado totalitario. Hasta tal punto se acercó a lo que luego sucedería que el libro fue prohibido en Hungría durante los años de dominio comunista por su descarnada y crítica aproximación a lo que, a la postre, se acabaría convirtiendo en realidad.

El carácter fantástico de la novela se agiganta a medida que se interna en el futuro. Los pueblos de la tierra llegan después de una guerra a la paz mundial y la prosperidad y de ahí a la colonización del sistema solar. La ocurrencia más colosal de Jókai es la llegada de un cometa al sistema solar. Tras destruir los anillos de Saturno, amenaza con devastar la Tierra y acaba proporcionando a la Luna una atmósfera antes de pasar a incorporarse al resto del Sistema Solar como nuevo planetoide.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

1871-LA RAZA VENIDERA - Edward Bulwer-Lytton


Edward George Earle Lytton Bulwer fue un político de próspera carrera y escritor ecléctico que abarcó una amplia variedad de temas, con tanto éxito como habilidad a la hora de iniciar tendencias. Fue el caso de su obra más conocida,"Los últimos días de Pompeya", una novela que revolucionó el género histórico. Su pertenencia a logias masónicas y su interés en el esoterismo le llevó a escribir relatos sobrenaturales como "Una historia extraña” (1862), en la que racionalizaba el espiritualismo y la supervivencia del alma más allá de la muerte utilizando argumentos pseudo-científicos; o la ciencia ficción en "La Raza Venidera" ("The Coming Race", reeditado posteriormente como "Vril: The Power of the Coming Race").

Hasta el siglo XIX, la idea de la existencia de Mundos Perdidos era casi inaudita. Antes de 1800, el mundo no había sido completamente explorado y los escritores que deseaban situar a sus héroes en extrañas culturas simplemente los enviaban a regiones desconocidas del planeta, normalmente a zonas que aún no habían sido plenamente estudiadas y a islas imaginarias que nadie había cartografiado. A medida que iba transcurriendo el siglo XIX y los exploradores iban rellenando los espacios vacíos de los mapas, se hizo cada vez más difícil encontrar huecos donde alojar Mundos Perdidos. A partir de los años cuarenta del siglo XX, parecía que la Tierra ya no guardaba más rincones secretos y los escritores se vieron obligados a lanzar a sus héroes a otros planetas.

Los relatos de Mundos Perdidos con un componente más significativo de CF, como este de Lytton, evitaban la geografía siempre menguante de la superficie del planeta incluyendo mundos o sociedades ocultas en las profundidades de la Tierra. La narración nos presenta a un joven acomodado que en el curso de sus viajes se interna en una profunda mina, accediendo a un mundo subterráneo habitado por los Vril-ya, seres superiores al Homo sapiens, descendientes de una civilización antediluviana que viven en una inmensa red de cavernas. Dotados de cuerpos perfectos y mayores que los humanos, vegetarianos pacíficos y místicos, estas criaturas utilizan una energía no muy bien descrita pero enormemente poderosa llamada “vril”, algo a mitad de camino entre la electricidad y la fuerza espiritual. El "vril" es capaz de todo tipo de proezas, desde sanar hasta destruir, desde controlar el clima hasta influir en la mente y cuerpos de animales y vegetales, pudiendo ser manipulado por la mera fuerza de voluntad, incluso por niños. Era tan poderoso, que su descubrimiento acabó con las guerras, ya que su utilización como arma supondría la aniquilación completa de ambos bandos.

Los Vril-ya han dado forma a una sociedad en la que la fama y su compañera, la envidia, no tienen lugar. No existe la pobreza, las rivalidades ni los comportamientos extremos. Las exhibiciones emocionales se reprimen. Cada cual vive según sus inclinaciones y se han eliminado el crimen y los delitos, por lo que ejército y policía son innecesarios. Las escasas diferencias de carácter civil son resueltas por un Consejo de Sabios. Son capaces de comunicarse telepáticamente. Las mujeres son de mayor tamaño que los hombres y controlan todo lo relacionado con el cortejo, la reproducción y la perpetuación de la raza. No sólo eso, las mujeres Vril tienen "un anhelo de triunfar y de aprender muy superior al de los hombres, de manera que ellas son quienes llenan las academias y profesorados y constituyen la porción inteligente de la comunidad".

Los Vril-ya utilizan autómatas para todas las labores domésticas y vuelan con ayuda de alas artificiales. Sin embargo, desde el primer encuentro, el viajero siente miedo y desconfianza hacia aquellos humanoides de rostros impasibles que le contemplan como si fuera un ser inferior, una mascota. Y es que esa oligarquía serena y aparentemente pacífica -como suele suceder en las Utopías- está lejos de ser perfecta o incluso deseable.

Habiendo aspirado y conseguido la supremacía social y cívica, sus sistemas políticos y filosóficos, aunque carentes de conflictos y disputas, han dado lugar a una comunidad estática y aburrida. El vril proporciona todo lo que sus miembros puedan desear, por lo que no existe la búsqueda de la riqueza. Perezosos por naturaleza, los únicos que trabajan son los niños. Consideran la democracia como un sistema de gobierno primitivo propio de bárbaros: "La más poderosa de todas las razas de nuestro mundo, fuera de la égida de los Vril-ya, se estima a sí misma como la mejor gobernada de todas las sociedades políticas y como la que ha alcanzado el máximo de sabiduría política que es posible alcanzar; de manera que creen que las demás naciones deben imitarla. Se rige sobre la más amplia base del [...] gobierno de los ignorantes o el de las mayorías. Funda el supremo bienestar en la emulación de unos con otros en todo, de manera que las malas pasiones nunca descansan; emulación por el poder, por la riqueza, por el predominio en algo, y en esta rivalidad es horrible oír los vituperios, las calumnias y las acusaciones que, aun los mejores y más nobles entre ellos, se lanzan los unos a los otros, sin remordimiento ni pudor".

Su propia forma de organizar la sociedad es una especie de autocracia benevolente; benevolente, claro está, sólo para su propia raza, porque no albergan los mismos sentimientos hacia otros congéneres subterráneos o hacia los humanos de la superficie. De hecho, los Vril-ya son sólo los representantes más avanzados de una raza subterránea mucho más extensa cuyos miembros menos cultivados, considerados bárbaros, son mantenidos a raya en las regiones periféricas.

Y lo que es peor, el viajero descubre una terrible amenaza para los hombres: los Vril-ya creen firmemente en la supervivencia de los más aptos: "una vez que nuestra educación se haya completado, estamos destinados a volver al mundo superior y suplantar a todas las razas inferiores que lo pueblan". La defensa que el narrador realiza de su propia civilización causa bien poco impacto en sus anfitriones, que le responden: "La primera condición para la felicidad humana consiste en la eliminación de la lucha y la competencia entre los individuos, lo cual, cualquiera que sea la forma de gobierno que adopten, tiende a subordinar la mayoría a unos pocos, destruye la verdadera libertad del individuo cualquiera que sea la libertad nominal del Estado, e impide la tranquilidad de la existencia". El viajero no tiene dudas de la superioridad tecnológica y física de los Vril-ya. Cuando se encuentren con la raza humana, sólo una de ellas logrará sobrevivir y el resultado de la confrontación está claro incluso antes de comenzar.

El protagonista se encuentra de repente convertido en el centro de atenciones sentimentales de dos muchachas Vril. La imposibilidad de contraer matrimonio con ellas o siquiera mantener una relación amorosa "normal" sin ser destruido por los otros miembros de la comunidad -que le consideran un ser inferior por muy cortésmente que lo traten-, le llevarán finalmente a escapar de las profundas cavernas para avisar a los ignorantes hombres de que sus vecinos de abajo tienen la intención de acabar con ellos.

El libro fue un gran éxito en su día y ejerció una considerable influencia no sólo en el ámbito literario. "Vril” se convirtió en palabra de uso común: los fabricantes de un concentrado de carne llamaron a su producto “bovine vril” o “bovril” apuntándose a la moda y logrando unas ventas fenomenales.


Hay una derivación no mercantil y bastante más curiosa. Años después de aparecer la obra un grupo de iluminados obsesionados por el libro fundó en Alemania la Sociedad Vril. Creían que "La raza venidera" tenía un mensaje oculto de relevancia universal y que la raza Vril-ya exístía realmente. Pensaban que el "vril" era una especie de energía espiritual muy poderosa y que los habitantes de las profundidades (descendientes de los arios primigenios, según la novela) acabarían dominando la Tierra si no nos aliábamos con ellos. Esa sociedad ocultista, entusiasta del darwinismo social y cuyo símbolo era una esvástica, se dice que tuvo cierta ascendencia sobre los primeros nazis, quienes tenían a la obra de Bulwer-Lytton como libro de referencia.

Tratándose de una obra fundamental dentro de la CF del siglo XIX, la trama no es más que una excusa para desarrollar un discurso antropológico ficticio, puesto que el protagonista no experimenta ningún cambio tras su experiencia. En su día, cuando no existía la ciencia ficción como género independiente, la novela podía ser considerada como un relato de aventuras. Para el lector moderno su interpretación es más confusa, puesto que aunque hay robots, naves voladoras, poderosas energías... todo ello está muy alejado de cualquier aproximación científica; además, la ausencia de acción o episodios cargados de emoción hacen que resulte difícil pensar en ella como en un relato de aventuras.

Por otra parte, el lector podría pensar -cómo así lo hicieron los miembros de la Sociedad Vril- que Lytton empleó su civilización subterránea para plantear una crítica a las naciones industrializadas, los sistemas democráticos y los roles sexuales tradicionales. Ciertamente, Lytton pone en boca de sus creaciones ácidos comentarios acerca de la sociedad y costumbres humanas. Sin embargo, el narrador nunca llega a estar convencido de la bondad absoluta del sistema bajo el que vive esta raza perfecta, rígida, adormecida socialmente y culturalmente abotargada. La paradoja es que, a pesar de todo, esa raza, perfecta o no, es superior a la nuestra. Parte de lo que la hace "superior" es su falta de escrúpulos cuando se trata de eliminar a seres inferiores (premisa que adoptarían posteriormente los miembros de sectas esotéricas como la mencionada Sociedad Vril, la Sociedad Thule y, después y a partir de ellas, los nazis).

Como obra de ficción, "La raza venidera" está superada por obras posteriores y, de hecho, su éxito de ventas no sobrevivió al autor. Su interés documental proviene de su carácter de discurso de reforma social, su ácida sátira del darwinismo y el utopianismo eugenésico, su influencia en los círculos ocultistas del siglo XIX y, sobre todo, su intención mediadora entre ciencia y misticismo: una sociedad hiperdesarrollada que vive en un entorno de primitiva belleza apenas alterado por la tecnología.

Ediciones Abraxas editó el libro en español por lo que aún puede ser encontrada por Internet a través de Iberlibro.com. En 2004, Ediciones Jaguar la reeditó con su otro título “Vril, el Poder de la Raza Venidera”.
El libro se puede descargar gratuitamente para libro electrónico o bien en formato PDF aquí; Si lo deseas en papel, hay una edición en papel en esta página; Amazon tiene toda una variedad de ediciones en ingles.

sábado, 26 de septiembre de 2009

1871-LA BATALLA DE DORKING: RECUERDOS DE UN VOLUNTARIO – sir George Tomkyns Chesney


En el último tercio del siglo XIX apareció en el árbol de la CF una rama nueva, la de las Guerras Futuras y las fantasías de invasión. Esta tendencia respondía a la transformación que estaba teniendo lugar en el ámbito bélico, transformación que rompía los esquemas asumidos hasta entonces como sólidos por los militares y, por tanto, generadora de un sentimiento de inseguridad e indefensión. Los masivos enfrentamientos de la Guerra de Secesión norteamericana y la carnicería de la guerra franco-prusiana de 1871 habían conmovido tanto a soldados como civiles.

El teniente coronel George Tomkyns Chesney, nombrado caballero en 1890 y ascendido a general en 1892, había servido con los ingenieros militares en Bengala. Ya de vuelta en su hogar inglés, le alarmó la situación del ejército británico e hizo una serie de sugerencias al Ministerio de Defensa relativas a la a su juicio necesaria reorganización militar. Ni las cartas ni los artículos periodísticos tuvieron el impacto deseado, ni en el Gobierno ni en la opinión pública. Así que el veterano militar decidió tomar el camino de la ficción. Y acertó de pleno en la diana.
"The Battle of Dorking: Reminiscences of a Volunteer" fue una historia corta publicada como panfleto en 1871 como parte de su campaña de concienciación y el relato que dio el impulso definitivo a este subgénero. Era una fábula situada en un futuro cercano en la que un ejército alemán valiente, eficaz, armado con blindados y utilizando el telégrafo, invade Gran Bretaña y derrota a las entusiastas pero desorganizadas, mal comunicadas y pobremente armadas fuerzas de reserva de la isla.

Su interés intrínseco es pequeño: hoy no pasa de ser una narración en primera persona bastante endeble impregnada de un militarismo cargante: “un poco de firmeza, sacrificio o valentía política”, se lamenta el narrador, “hubieran conjurado el desastre”, el cual achaca al hecho de que “las clases bajas, ignorantes, sin instrucción en el uso de sus derechos políticos” habían usurpado el poder de “la clase que solía gobernar… y que había conducido a la nación con su honor intacto”. Pero en su momento la obra disfrutó de un tremendo éxito y tocó una fibra sensible de la ansiedad imperial. Los dignos propietarios de la revista Blackwood Magazine, donde la historia se publicó por primera vez, tal vez se sorprendieran por el éxito de La Batalla de Dorking, pero se tragaron sus reparos literarios y lo acabaron reeditando nada menos que seis veces para satisfacer la demanda. Luego, publicado como librito, vendió 110.000 ejemplares en dos meses. Se tradujo a la mayoría de los idiomas europeos y otros autores no tardaron en escribir sus propias obras en la misma línea que Chesney –incluso plagiándolo- o defendiendo la posición contraria.


No era el primer cuento de Guerras Futuras. Podemos señalar obras anteriores como "Eureka: Una profecía del futuro" (1837) de R.F.Williams o "La invasión de Inglaterra" (1870) de Alfred Bate Richards. Pero ninguno de ellos gozó del inmenso éxito de Chesney. Los compositores Frank Green y Carl Bernstein escribieron una canción de music-hall que alcanzó notoriedad, "The Battle of Dorking: A Dream of John Bull´s”, que reescribía la historia a favor de Inglaterra. El debate público sobre la conveniencia y extensión del rearme británico fue abierto con esta novela e incluso el primer ministro Gladstone la atacó en el Parlamento tachándola de alarmista.


Chesney intentó capitalizar su éxito. "The New Ordeal" (1879) imaginaba nuevos desarrollos de armamento que al final harían que la guerra fuera obsoleta, pero fue mucho menos popular. Su novela "The Lesters" (1893) presentaba el tema que volvería a plantear con mayor fortuna Julio Verne en "Los Quinientos Millones de la Begum” (del que hablaremos en una futura entrada), reformulándolo para hacerlo aún más utópico: su protagonista consigue una enorme fortuna que le permite fundar una nueva ciudad ideal que bautiza con su nombre, Lestertia y que encarna todos los clichés conservadores de Chesney.


"La Batalla de Dorking" fue el comienzo de un diluvio de historias de Guerras Futuras que se prolongaría hasta el verano de 1914, momento en el que la realidad se sobrepuso a la ficción e hizo de ésta algo innecesario. Veremos con algo de detalle alguna de ellas en futuras entradas, pero resultaría imposible siquiera glosar todas porque hay más de sesenta. Merece la pena destacar, sin embargo, que en las décadas de los setenta y ochenta del siglo XIX acostumbraron a aprovecharse del ambiente de miedo y paranoia mientras que a partir de 1890, las historias tenían un tono más triunfalista que ayudó a generar el gran entusiasmo con el que los ingleses llegaron a la guerra con Alemania cuando el conflicto estalló.

Louis Tracy, un conocido periodista, escribió varios libros sobre el tema: "The Final War" (1896) ve a la Inglaterra del futuro enfrentada (con éxito) contra el resto del mundo; en “The Lost Provinces” (1898) un americano lidera la lucha de una Francia amenazada por Alemania. Otros libros tuvieron un impacto incluso mayor, especialmente "The Riddle of the Sands" (1903), escrito por Erskine Childers, en el que la acción comienza con el descubrimiento de los planes secretos de invasión por parte de Alemania. Mencionaré por último "The Great War in England in 1897" (1894) y "The Invasion of 1910: With A Full Account of the Siege of London", ambos por William Le Quex y serializados en el periódico de derechas Daily Mail. Posiblemente, la influencia de este género llegue hasta H.G.Wells y su "La Guerra de los Mundos".

Todas estas novelas catastrofistas se escribieron con una idea en mente muy diferente de la que hoy podríamos pensar. La pesadilla no era el uso de la ciencia y el progreso para impulsar y sostener aniquiladoras guerras, sino su incapacidad para crear un arma mejor que la del enemigo.
El libro se puede encontrar gratuitamente en internet aquí y aquí. En español, el libro ha sido incluido, por primera vez en nuestro idioma, en esta recopilación

viernes, 18 de septiembre de 2009

LUNA DE LADRILLO - Edward Everett Hale


"De la Tierra a la Luna" (1865) había sido el primer libro en plantear el lanzamiento de una nave espacial. Pero esta historia corta, publicada por entregas en el diario The Atlantic Monthly, concibe otra idea novedosa: el satélite artificial.

El relato da cuenta del desarrollo de un proyecto de proporciones planetarias. Hale comienza explicando de forma sencilla cómo cualquier persona podía determinar su latitud midiendo el ángulo de la Estrella Polar sobre el horizonte. En cambio, la fijación de la longitud, no existiendo un cuerpo celeste de referencia, era mucho más compleja. Así que el autor propone la construcción de una luna artificial que orbite sobre la Tierra siguiendo el meridiano de Greenwich y que será de una ayuda inestimable para los navegantes de todos los océanos: bastará con medir el ángulo de la nueva Luna respecto al horizonte para encontrar la longitud. Su lanzamiento se realiza por medio de un volante de inercia, una especie de catapulta que va acumulando tensión gracias a la acción de unos molinos hidráulicos. Lo que comenzó siendo el sueño de un grupo de estudiantes, permaneció latente hasta que se convirtieron en adultos y encontraron su lugar en el mundo. Reunidos de nuevo, comienzan una campaña para convocar apoyos y sacar adelante su idea.

Resulta llamativo que estos primeros autores no llegaran a contemplar que un proyecto tan complejo y costoso habría de ser asumido por un gobierno. Hoy nos puede resultar chocante, pero en el siglo XIX los Estados no tenían ni mucho menos el poder ni el dinero como para emprender un proyecto de estas características. El sistema impositivo era mínimo y la labor investigadora no era algo asumido por laboratorios oficiales o universidades, sino por individuos particulares que trabajaban de forma independiente. Es por ello que tanto el cohete de Verne como el satélite de Hale son ideados y construidos por iniciativa privada y financiados mediante subscripciones públicas.



La construcción del satélite comienza secretamente en un apartado bosque de los montes Apalaches, llevando sus impulsores una vida idílica en plena naturaleza. La tarea queda interrumpida por el estallido de la Guerra de Secesión, cuando todos son mobilizados de una manera u otra y los trabajadores han de unirse al ejército. Durante el conflicto, sin embargo, y gracias a la especulación con acciones del ferrocarril, consiguen reunir el dinero que faltaba para completar la financiación necesaria y terminar la gran esfera de placas de cerámica (que en el libro denominan "bricks", ladrillos), único material que resistirá la fricción del aire resultante de la elevada velocidad de escape.

La esfera, que tiene 61 metros de diámetro, está diseñada interiormente en forma de celdas abovedadas, lo que la hace casi hueca y, por lo tanto, ligera. Durante la construcción, los promotores del proyecto y sus familias habían habilitado esas celdas como residencias temporales por ser más cómodas que las cabañas del bosque. Un error provoca el lanzamiento prematuro con ellos dentro, convirtiéndose así en la primera estación espacial descrita en el género de la CF.

Dos años después, el narrador del relato -que había participado en el proyecto- lee cómo algunos astrónomos han detectado un nuevo cuerpo orbitando alrededor de la Tierra; él mismo, utilizando un telescopio, descubre la "luna de ladrillo" y a sus amigos en ella, sanos y salvos. La luna artificial ha conservado una atmósfera y gravedad propias y a bordo sus pasajeros llevaban abundantes provisiones. Desarrollan un curioso sistema de comunicación: los habitantes de la nueva luna dan saltos cortos o largos para elaborar mensajes en código morse que son observados y "leídos" por su compañero en tierra gracias al telescopio. Por su parte, desde la Tierra, sobre una colina nevada, se disponen grandes letras con tela negra para que puedan ser leídas desde el nuevo satélite. Los involuntarios astronautas no sólo han sobrevivido, sino que han medrado: algunas mujeres han dado a luz e incluso cultivan alimentos.

Debido a que el peso de humanos y provisiones no estaba contemplado en los cálculos, la luna no alcanza la órbita deseada por lo que su propósito original pierde sentido. Pero gracias a la posibilidad de comunicarse con la Tierra, cumplen una nueva y valiosa misión: observar nuestro planeta desde el espacio, desvelando algunas incógnitas geográficas de la época y comprobando la evolución del clima.

Edward Hale era un graduado de Harvard y pastor protestante que desarrolló a lo largo de su vida una actividad incesante -y no sólo porque engendrara nueve hijos-. Hombre de fuerte personalidad e ideas teológicas liberales, se involucró en la vida social norteamericana a través de su participación en los movimientos antiesclavistas y la educación popular. Escribió o editó más de sesenta libros de todo tipo y colaboró regularmente con diferentes periódicos. Su único relato de ciencia ficción, sin embargo, fue este. Por lo dicho, queda claro que tenía más imaginación que conocimientos de física, astronomía o biología. Sus ideas van de lo improbable a lo fantástico pasando por lo disparatado (su idea de lanzar una esfera mediante catapultas era tan improbable como el cañón de Verne).

Sin embargo, dio con no pocos elementos que hoy día son fundamentales para la investigación espacial: la puesta en órbita de un objeto artificial que cumpliera una función determinada -en el caso del libro, algo muy similar al moderno Sistema de Posicionamiento Global-; la observación de la geografía y el clima desde el espacio; la posibilidad de que el hombre pueda vivir en el interior de -aunque Hale no lo llama así- una estación espacial; y el uso de materiales cerámicos para la construcción de ingenios aeroespaciales. No está nada mal para un clérigo del siglo XIX.

No he encontrado edición en español, pero se puede descargar el libro gratuitamente en inglés en esta dirección; o bien leerlo on line aquí.