viernes, 25 de junio de 2010

1894-JOURNEY TO OTHER WORLDS, A ROMANCE OF THE FUTURE – John Jacob Astor


En los últimos años del siglo XIX se asistió a un importante aumento en el interés por los asuntos sobrenaturales y psíquicos, especialmente la telepatía, la comunicación con espíritus, las apariciones de fantasmas y la reencarnación; un conjunto de creencias a menudo dignificadas por explicaciones pseudocientíficas y frecuentemente defendidas por reputados hombres de ciencia. Visto en el contexto de la CF, esta borrosa frontera entre lo místico y lo material puede interpretarse como una dialéctica siempre presente en el género. Por tanto, no debería sorprendernos que a finales de ese siglo, la CF navegase en muchas ocasiones en estas inseguras aguas. El libro que ahora comentamos es un buen ejemplo de ello.

John Jacob Astor IV, el bisnieto del famoso comerciante de pieles y financiero del mismo nombre, fue en su momento uno de los hombres más ricos del mundo. Pero a diferencia de otros indolentes herederos, no se limitó a degradarse con más o menos elegancia. Desarrolló una intensa actividad como inventor (un freno para bicicletas, una batería eléctrica, un motor de combustión interna, una máquina voladora, otra para limpiar detritos de las carreteras y un motor a turbina para barcos) y fundó el mítico hotel neoyorquino Astoria (más adelante conocido como Waldorf Astoria). Su pasarela neumática ganó un premio en la Feria Mundial de Chicago de 1893 y fue uno de los primeros americanos en conducir un automóvil; siempre soñó con encontrar un método para crear lluvia bombeando aire caliente de la superficie a las capas superiores de la atmósfera.

Con ese currículum cientifico quizá extrañe menos que se aventurara en la literatura de CF con un libro, “Un viaje a otros mundos”, escrito cuando sólo tenía 28 años. La acción tiene lugar en el año 2088 y cuenta un viaje alrededor del sistema solar a bordo de una nave impulsada por el apergión imaginado por Percy Greg en “Across the Zodiac”. La narración comienza inundándonos con una impresionante lista de detalles técnicos y científicos del futuro, desde proyectos a escala inmensa (mover el eje del planeta Tierra para asegurar una temperatura global y regular el clima) a pequeñas cosas cotidianas, como barcos que llevan molinos eólicos que permiten recargar sus baterías, las vallas electrificadas, las vías magnéticas de ferrocarril, energía solar, el control del tráfico rodado, coches eléctricos, el hidrofoil... Hay también “avances” sociales más discutibles, como una agenda eugenésica nada ajena a los planteamientos que defendían los teósofos: el libro nos dice que las razas no blancas “muestran una tendencia constante a morir” y que “su lugar es gradualmente ocupado por los más progresistas anglosajones”. Así, cuando los “elementos negros” que manchaban la hegemonía norteamericana desaparecen, el conflicto racial, claro, también lo hace.

Por lo demás, los Estados Unidos se han convertido en una superpotencia multicontinental; las naciones europeas han sido tomadas por gobiernos socialistas que han vendido la mayor parte de las colonias africanas a Norteamérica; Canadá, México y los países sudamericanos han solicitado la anexión al poderoso vecino continental.

A continuación Astor pasa a describir el mencionado viaje espacial. Los exploradores descubren que Júpiter es un mundo selvático de plantas carnívoras, murciélagos chupadores de sangre, enormes serpientes y lagartos voladores. Estos pioneros, siempre atentos al negocio en su condición de americanos, descubren una inmensa riqueza en recursos naturales: hierro, plata, oro, plomo, cobre, carbón y petróleo.

Pero el tono cambia en la última parte del libro, al llegar al mundo muerto de Saturno, y de la exaltación científica y técnica pasamos a la sombra ocultista. Los viajeros espaciales se encuentran con unos espíritus –incluyendo el alma de un obispo americano fallecido- flotando en el espacio, que les instruyen en la naturaleza de la vida en el más allá: “Aunque muchos de nosotros ya pueden visitar las regiones más remotas del espacio como espíritus, nadie todavía puede ver a Dios; pero sabemos que a medida que los sentidos que hemos recibido con nuestros nuevos seres se agudicen, los puros de corazón Le verán, aunque todavía es tan invisible a los ojos de los más avanzados aquí como el éter del espacio a vosotros”. El libro termina con un sermón en el que las especulaciones propias de la CF tratan de reconciliarse con las escrituras sagradas, un anticlímax que estropea la lectura de la obra.

Astor sobrevivió a las balas en la Guerra de Cuba, pero no al Titanic, en cuyo trágico viaje inaugural viajaba. Aquella aciaga noche de 1912, dejó a su esposa en un bote salvavidas, mientras él se quedaba en el buque para morir ahogado junto a otros dos escritores de CF: Jacques Futrelle y W.T.Stead. Ninguno de ellos había predicho la catástrofe.

domingo, 13 de junio de 2010

1893-SUB-COELUM: A SKY-BUILT HUMAN WORLD - Addison Peale Russell


Cuando pensamos en utopías, nos vienen a la cabeza sociedades en las que, aunque están regidas por sistemas políticos diferentes, se confía en que la gente en general hará lo que es correcto social y políticamente y que sólo habrá unas cuantas y desafortunadas excepciones a tal regla. Pocos van tan lejos en esa homogeneización aséptica como Addison Peale Russell en “Sub-Coelum”, donde “la gente no ronca. Se han entrenado a sí mismos para evitar ese acto desagradable”.

Por otra parte, “el sistema policial era inseparable de la organización social. Participaba y permeaba cada parte de ella. Cada individuo, familia u organización estaba expuesto a él. Verdaderamente, había poco que se pudiera calificar de vida privada en toda la Commomwealth. Las costumbres de la gente desanimaban, si no prohibían, la privacidad”.

Una vez más nos encontramos ante una reacción ante el libro seminal de Edward Bellamy, “El año 2000: Una visión retrospectiva” (1888) que, como vimos en entradas anteriores, tuvo una enorme influencia y dio lugar a multitud de contestaciones literarias, ya fuera siguiendo la misma línea socialista de ese escritor, llegando hasta un mundo de tipo anarquista –“Noticias de Ninguna Parte” (1890) de William Morris- o bien, planteando mundos que propugnaban valores totalmente opuestos a los de los autores mencionados: sociedades ultraconservadoras. En este sentido, “Sub-Coelum” es una especie de protesta contra los movimientos socialistas tan de moda en aquellos años y a los que muchos escritores se habían unido.

Calificar a “Sub-Coelum” de novela es incorrecto. No tiene argumento ni personajes. Es más bien una especie de ensayo fantástico, una meditación sobre la sociedad dividida en 146 capítulos muy cortos, de una página o dos, con un estilo elaborado y descriptivo.

Ciertamente, el mundo de Russell carece de la precisa definición de otras utopías. Tiene el tono de una ensoñación, tanto por su vaguedad como por los detalles que va aportando, tan inconexos como evocadores: “Luz y calor se obtenían del agua… En las grandes ocasiones, la luz generada rivalizaba con la del sol. Toda la atmósfera parecía en llamas. El efecto era mágico. La cosa más pequeña se hacía visible y todo ganaba belleza. Los hombres parecían más varoniles y las mujeres más hermosas. Tónicos vivificantes y aromas arrebatadores se difuminaban en la atmósfera a placer. Se derrochaba talento en producir esencias y tinturas y estimulantes de delicadeza paradisíaca”.

Por otro lado, en la utopía de Russell prima la individualidad por encima de la tutela estatal propia de las idealizaciones socialistas; pero, al mismo tiempo, hay poco espacio para la privacidad. Todos se vigilan unos a otros; los artistas que ofenden a alguien son encarcelados (“el sarcasmo no solía ser bien recibido y eso sólo entre amigos íntimos”) y la represión sexual es la norma (“La pureza, entre todas las cosas, era lo que más celosamente se guardaba. Los impuros incorregibles eran encerrados para siempre. Hombres y mujeres eran tratados igual por la policía y los tribunales”). Para obtener un certificado de matrimonio, la pareja solicitante debía contestar bajo juramento a un largo y serio interrogatorio.

En contraposición a ese ambiente opresivo y policial, el progreso tecnológico y el bienestar material han experimentado un gran salto adelante. La jornada laboral se ha reducido y los extremos de riqueza y pobreza se han eliminado. Incluso el racismo ha sido superado, un detalle este a destacar en una época en la que la actitud hacia los negros en Estados Unidos era cualquier cosa menos amigable.

Habida cuenta de su actitud conservadora, resulta sorprendente y hasta contradictorio la visión de Russell acerca de los roles de género: “Muchos de los hombres intercambiaban su lugar con las mujeres y se convertían esencialmente en amos de casa. Las tareas domésticas, en buena medida, habían pasado a estar en sus manos. Descubrieron su gusto por ellas al mismo tiempo que el otro sexo las detestaba”. En esta inversión de los papeles tradicionales, todos los médicos del país son ya mujeres.

Russell abogaba por una reforma moral más que política. Contrasta el pasado de Sub-Coelum –y presente del escritor-, en el que todos los aspectos de la sociedad son repudiables (clérigos poco formados, abogados corruptos, hábitos sociales veniales y estúpidos…), con su presente, más feliz y eficiente. En el mundo imaginado por Russell, “los vicios, en gran medida, se habían eliminado o habían acabado por desaparecer”. Esto incluía el abuso del alcohol y el tabaco, el juego y los combates deportivos. “Una mejora en el sentido común y la sabiduría práctica fue el destacable resultado de la nueva vida”. Y, sin embargo, con la vaguedad a la que hacíamos referencia, Russell nunca llega a explicar con detalle cómo se lleva a cabo la reforma que dará lugar a esa nueva sociedad.

La fantasía utópica está cargada con un buen montón de excentricidades: la gente mata a los pollos más humanamente: con guillotinas; crían monos inteligentes y construyen hospitales y templos para ellos; plantan árboles y arbustos en los bosques para “darles más variedad”; se domestican ardillas, los cementerios son los lugares más hermosos y se anima a los pájaros a anidar en las tumbas; roncar, silbar y los timbres de las puertas se han eliminado; entrenan a sus cerdos para comer con moderación; hay diez páginas dedicadas a glosar las sorprendentes capacidades de las ratas…

En definitiva, una obra difícil de clasificar. ¿Se toma en serio a sí misma? ¿Es una utopía conservadora o progresista? ¿Ambas a la vez? ¿Creía realmente el autor en las extravagancias con las que salpicó toda la obra?

sábado, 12 de junio de 2010

1891-NOTICIAS DE NINGUNA PARTE - William Morris


El tema de la ciudad del futuro se utiliza muy a menudo en historias que tratan sobre los cambios motivados por un progreso continuado. A menudo usa un argumento convencional de intriga o una narración de revoluciones contra opresores tecnológicos. Cuando los escritores de CF especulan sobre el futuro de la vida en la Tierra, sus visiones están inevitablemente dominadas por las imágenes de la ciudad. La historia humana es sobre todo la historia de la fundación y crecimiento de ciudades: ése es el significado de la palabra civilización.

Cuando los escritores utópicos empezaron por primera vez a trasladar sus Estados ideales hacia el futuro, imaginaron las ciudades como algo perfecto, una imagen que respondiera a sus propios deseos. Louis-Sebastien Mercier transforma París en “Recuerdos del Año Dos Mil Quinientos” (1771); Edward Bellamy imagina Boston en “El año 2000: una visión retrospectiva” (1888); y en el caso que nos ocupa ahora, William Morris hace lo propio con Londres, aunque desde un punto de vista bastante diferente como veremos a continuación.

Fueron estos últimos años del siglo XIX tiempo de sueños, de utopías, de ilusiones por un mundo mejor gracias a los avances tecnológicos y sociales. Entre 1888 y 1895 se editaron más libros de este subgénero que en todo el siglo precedente. Sin embargo, lo cierto es que no se diferenciaban demasiado unos de otros en cuanto a sus aproximaciones al futuro. Muchos de ellos seguían los pasos de la obra de Bellamy, ya fuera recreando una utopía semejante u oponiéndose a ella, pero siempre intentando construir una estructura económico-social lo más justa posible. Y aunque el mundo completamente comunal que plantea Bellamy prácticamente desaparece en las obras del resto de sus seguidores/imitadores, el socialismo sí se plantea de forma directa como el sistema más adecuado en la búsqueda de esos nobles fines.

William Morris es el autor al que se le suele atribuir el origen del género de la fantasía heroica. Hombre de muchos talentos (poeta, novelista, artista e impresor) se le recuerda no sólo por sus diseños de muebles, tapices y objetos decorativos, sino como el autor de novelas situadas en mundos imaginarios de inspiración medieval. Sus cuentos influenciaron a muchos otros escritores de fantasía, como Lord Dunsany, C.S.Lewis o J.R.R.Tolkien. Sus historias de grandes aventuras, valerosos héroes, atractivas mujeres y paisajes de gran belleza, continúan gozando de popularidad como demuestran sus regulares reediciones.

Sin embargo es una novela de ciencia ficción, "Noticias de Ninguna Parte” (1890), el trabajo más conocido de Morris, un relato utópico de una sociedad comunista del futuro, directamente inspirado por Marx y Ruskin y escrito en respuesta a las utopías socialistas que Morris interpretaba como frías, mecánicas y carentes de alma. Escrito en los últimos años de su vida, Morris destiló aquí muchas de sus ideas sobre política, arte y sociedad, imaginando un mundo anarco-libertario en el que el capitalismo ha sido abolido por una revolución proletaria y donde naturaleza y sociedad se han convertido en entornos confortables para la humanidad.

William Guest se duerme tras volver a casa de una reunión de la Liga Socialista. Despierta para encontrarse en el futuro, en una sociedad basada en la propiedad comunitaria y un control democrático de los medios de producción. En esta sociedad no hay propiedad privada, ciudades, autoridad reconocible, divorcio, tribunales, prisiones o clases sociales… nada de lo que nosotros damos por sentado en la actualidad. El edificio del Parlamento sirve para almacenar estiércol –poco sutil ataque a los políticos-; en cambio, el palacio de Hampton Court ha sido reciclado como museo para objetos de una belleza singular, donde todo el que lo desee pueda disfrutarlos… Es, como dice Morris, una celebración de “la infancia del mundo”

Esta sociedad, basada en la agricultura, funciona simplemente porque la gente encuentra placer en vivir en contacto con la naturaleza y, por lo tanto, disfruta con su trabajo. Y esa es una de las diferencias más importantes con la obra de Bellamy, la cual había comentado Morris en 1889, discrepando con ella en cuanto al papel de la tecnología y las máquinas, central en “Una visión retrospectiva”. Según Morris, la multiplicación de máquinas sólo podía dar como resultado más y más máquinas. Él creía que en un futuro ideal no se debía reducir el trabajo al mínimo gracias a la maquinización, sino rebajar la molestia del mismo hasta tal punto que dejaría de ser algo indeseable, una condición sólo alcanzable estableciendo una total igualdad entre los hombres.

Este rechazo al avance tecnológico es, desde luego, un punto de vista un tanto inverosímil pero comprensible al fin y al cabo. Al comienzo del libro, el escritor describe un viaje en metro mientras Guest vuelve a su casa, una experiencia a todas luces desagradable y en claro contraste con la luminosa sociedad pastoral a orillas del río Támesis que imagina en el año 2101 (hay quien ha comentado con sorna que el clima inglés debía haber mejorado muchísimo en el futuro sin necesidad de utilizar sistemas de control ambiental).

El hombre se ha pasado miles de años esforzándose por crear una tecnología que le permita desvincularse de los caprichos y crueldades de una Naturaleza no siempre bondadosa; pero luego, cuando se da cuenta de que ha perdido el contacto con ella, añora una vuelta a un mundo natural idealizado y poco realista. Esto sucedía en el siglo XIX, época de grandes cambios tecnológicos en el que la gente quedaba confinada en ciudades cada vez más aisladas del campo. Hoy, en la era de los ordenadores y los viajes espaciales, se sigue respirando ese sentimiento de añoranza por un mundo pasado, menos tecnificado y con una mayor vinculación y comprensión de la Naturaleza.

El libro va recorriendo diversos aspectos de la sociedad, su organización y las relaciones humanas. Como sucedía en la novela de Bellamy, aparece aquí la figura del mentor-guía, el viejo Hammond, que muestra y explica al protagonista el funcionamiento de ese mundo postrevolucionario del futuro; Dick y Clara se convierten en buenos amigos de Guest, a quien ayudaran en su aventura; Ellen es el interés romántico del libro, una mujer trabajadora emancipada gracias al socialismo.

En realidad, las mujeres no están tan liberadas como quiere hacernos ver Morris. Se las respeta como madres y como compañeras, pero la división del trabajo permanece inalterada. Aunque no están confinadas a las labores domésticas, el número de tareas y oficios que pueden realizar es menor que el de los hombres y la función de ama de casa es, al fin y al cabo, la que se considera más adecuada para ellas de acuerdo con un original argumento: “Los hombres ya no tienen ninguna ocasión para tiranizar a las mujeres o éstas a los hombres (…) las mujeres hacen lo que se les da mejor y lo que más les gusta y los hombres no están celosos por ello ni se sienten heridos”. “Es un placer para una mujer inteligente llevar una casa con habilidad y, al tiempo, hacer que a sus compañeros les agrade el aspecto de ella. Ya sabes que a todo el mundo le gusta recibir órdenes de una mujer hermosa”.

Esta actitud machista parece contrastar con el hecho de que en ese Londres del futuro no hay tribunales, divorcio o contratos matrimoniales. Las relaciones entre hombres y mujeres son totalmente libres y flexibles. Hammond explica a Guest: “debes comprender de una vez por todas que hemos cambiado en lo referente a todos esos asuntos o, más bien, nuestro punto de vista sobre ellos es diferente. No nos engañamos ni creemos que podemos liberarnos de todos los problemas que acosan a los sexos, pero no estamos tan locos como para acumular degradación e infelicidad comprometiéndonos en sórdidas riñas sobre nuestro sustento y posición y el poder para tiranizar a los niños producto del amor o de la lujuria”. En Ninguna Parte la gente vive en una especie de comunas de tamaño variable; la familia nuclear ya no es necesaria. La monogamia sigue siendo lo habitual, pero la gente es libre de seguir sus sentimientos cuando éstos aparezcan, puesto que no existe un contrato matrimonial propiamente dicho que les imponga una serie de obligaciones legales, morales o financieras.

El mismo delirio libertario aparece en el campo de la educación, donde no existe un sistema reglado, sino que la gente elige su propia forma de aprender. Los niños “suelen organizar fiestas y juegan durante semanas en los bosques durante el verano, viviendo en tiendas. Les animamos a hacerlo; aprenden las cosas por sí mismos y terminan conociendo a las criaturas salvajes; y se comprueba que cuanto menos permanezcan dentro de las casas, mejor para ellos”. En definitiva, el aprendizaje a través de la naturaleza le parece a Morris la forma idónea de educación para una sociedad agrícola.

Unos años antes, en 1886, Morris había conocido al famoso anarquista ruso Peter Kropotkin y le había invitado a escribir para el diario que editaba, The Commonweal, una tribuna en la que (además de serializar “Noticias de Ninguna Parte) ocasionalmente servía para manifestar sus simpatías comunistas, aunque nunca llegó a calificarse a sí mismo como anarquista. Éstos, sin embargo, siempre gustaron del genio de Morris y lo respetaron como alguien cercano a sus planteamientos ideológicos.

Así, aunque la utopía futurista de “Noticias de Ninguna Parte” describe su sistema social como comunista, en realidad se acerca mucho a lo que los anarquistas propugnaban como sociedad ideal. El capítulo XIII, “Sobre la política” nos da una prueba de ello: sólo tiene doce líneas, “porque no tenemos ninguna”, escribe el autor.

Por su parte, los anarquistas siempre tuvieron gran aprecio por el libro de Morris. En una carta publicada en la revista del movimiento, “Libertad”, en 1891, un escritor anónimo afirmaba: “El camarada Morris no es un anarquista por convicción, pero su carácter es el de un anarquista de nacimiento y en mucho de lo que ha escrito –por ejemplo “Noticias de Ninguna Parte”- el más puntilloso de los anarquistas tendría que buscar con microscopio para encontrar puntos de desacuerdo”. El propio Kropotkin afirmó en 1896 sobre este mismo libro que era “quizá la más profunda y completa concepción de una sociedad anarquista del futuro que se haya escrito jamás”.

Ciertamente, “Noticias de Ninguna Parte” le debe demasiado a “El año 2000: una visión retrospectiva” de Bellamy. El tema, el desarrollo de la historia y la ambientación son demasiado parecidos, y ello le impide tener la misma relevancia que su predecesora. Pero no son en absoluto obras gemelas en su trasfondo ideológico: mientras Bellamy veía con simpatía lo urbano, Morris optaba por lo pastoral; mientras el primero alababa la Revolución Industrial y el poder de las máquinas, Morris suspiraba por una vuelta a una vida más orgánica en la que las máquinas sólo se utilizaban para aliviar las peores cargas; mientras Bellamy veía un Estado todopoderoso como salvador y protector del hombre, Morris deseaba un futuro sin gobierno.

Por otra parte, el optimismo de escritores como Bellamy o Morris respecto a lo que nos aguardaba en el futuro no era ni mucho menos universal. En aquellos años las ciudades crecían tan rápidamente a la sombra de la revolución industrial que aparecieron barriadas pobres afectadas por la enfermedad, la pobreza y el crimen y muchos escritores del momento encontraron un futuro horrible al que mirar. De ellos hablaremos en futuras entradas.




Existen varias ediciones de esta novela en español, las dos más recientes son de Abraxas (2000) Minotauro (2004)