sábado, 3 de septiembre de 2011

1979- Guía del Autoestopista Galáctico - Douglas Adams


Los seriales radiofónicos de CF tienen una larga tradición que se remonta a los populares programas de “Buck Rogers” (1932) o “Viaje al Espacio” (1953-1955) de la BBC. Más tarde, la experiencia visual de la televisión desplazó a la sonora de la radio. Las únicas excepciones fueron aquellas que se apoyaron en la comedia, en la fuerza del humor, en lugar de la recreación de imágenes espectaculares, mucho más atractivas en la forma de una imagen que en la dramatización sonora.

En 1978, la BBC emitió una serie humorística de seis episodios titulada “Guía del autoestopista galáctico”, en la que no se tenían puestas demasiadas esperanzas. Sin embargo, la respuesta de los oyentes fue apabullante. Aquel mismo año hubieron de repetirse las emisiones dos veces, después se editó un LP recopilatorio y un libro, que es el que comentamos aquí. En 1980 se continuó la serie radiofónica con cinco episodios más.

Todo ello fue obra del cómico británico Douglas Adams, quien había colaborado muy brevemente con los Monty Python (por ejemplo, en este sketch, uno de los mejores del grupo). Sin embargo, su estilo no parecía ser el más adecuado para la televisión o la radio de entonces y para ganarse la vida tuvo que trabajar en toda una serie de improbables oficios que iban de portero de hospital a limpiador de gallineros pasando por guardaespaldas para petromillonarios quataríes. Entretanto, no dejaba de escribir sketches para la radio y la televisión, pero pocos eran aceptados y su moral declinaba rápidamente. Y entonces llegó “Guía del Autoestopista Galáctico”.

Arthur Dent, un terrícola ordinario de clase media, escapa de chiripa de la demolición de la Tierra cuando su amigo, Ford Prefect, lo teletransporta. De repente, Arthur pasa a ser el último ser humano de un universo al que el destino de la Tierra no podría importarle menos. Comienza entonces para ambos amigos una odisea en una galaxia que parece extraída de los programas de Monty Python, en compañía del chiflado y fugitivo presidente de la galaxia, Zaphod Beeblebrox, el androide paranoide Marvin (el grupo Radio Head tomaría su nombre para una canción incluida en su álbum de 1997, “OK Computer”) y Trillian, la susceptible última mujer humana del universo.

Aunque parte de la gracia se pierde con la traducción y quizá no todo el mundo disfrute con el humor absurdo, no faltan ideas absolutamente desquiciadas: Lo que creemos son ratones terrestres no son sino proyecciones en nuestra dimensión de seres pandimensionales sumamente hiperinteligentes; la Tierra no era más que un ordenador enorme que llevaba diez millones de años funcionando y que cuando estaba a punto de dar con la Pregunta que aclararía el sentido el universo (la Respuesta ya se sabía, era “42”), es destruida por un error burocrático; los magratheanos llevan cinco millones de años hibernados a la espera de que termine la crisis económica galáctica y vuelva a crecer la demanda para su producto: planetas enteros diseñados, construidos y esculpidos por encargo –la Tierra fue uno de ellos-; bebidas como el deto
nador gargárico pangaláctico o temibles poetas como Grunthos el Flatulento (autor de un poema titulado “Oda a un bultito de masilla verde que me descubrí en el sobaco una mañana de verano”), son solo algunas de las hilarantes ideas de Adams, intercaladas con entradas de la Guía del Autoestopista Galáctico que nos detallan desde el departamento comercial de la Compañía Cibernética Sirius (“un hatajo de pelmazos y estúpidos que serán los primeros en ir al paredón cuando llegue la revolución”), curiosas listas de seres inteligentes (humanoides, reptiloides, ictioides, arboroides ambulantes, biroides y matices superinteligentes del color azul) o por qué una toalla es el objeto de mayor utilidad que puede poseer un autoestopista interestelar.

El éxito de Adams demostró que la space opera se había convertido en parte de la cultura popular y sus “tics” fuente de bromas satíricas, pero no amargas. Así, la Tierra no resulta destruida como parte de un maléfico plan, sino como efecto colateral en la construcción de una autopista interestelar; y los alienígenas Vogones son universalmente temidos no por su armamento, sino por su insoportable poesía, con la que afligen a quienes se cruzan en su camino.

Las cuatro novelas que continuaron la saga son más irregulares en cuanto a humor y calidad en general. Aunque repletas de situaciones alocadamente caóticas y surrealistas, se detecta cierta autocomplacencia y un humor progresivamente más negro y desencantado. Sigue siendo divertido, sí, pero ya no tan original.

El restaurante del fin del mundo” (1980) retoma la historia donde “La Guía…” la dejó. Los protagonistas continúan su aventura a la búsqueda de la Gran Pregunta, deteniéndose para tomar un refrigerio en el Restaurante al fin del Universo, situado en los límites del tiempo, minutos antes de la destrucción del Universo, evento que los comensales pueden disfrutar cómodamente. Siguen luego embarcados en una enloquecida y algo confusa búsqueda, topándose con el individuo que gobierna el universo (un cretino de mente ida que no distingue realidad de fantasía) y el origen de la raza humana (un montón de ejecutivos inútiles expulsados de su propio planeta). El libro es menos sorprendente que su antecesor y a pesar de que resulta evidente que buena parte del humor se pierde de forma irremediable en la traducción, contiene pasajes hilarantes, como aquel en el que describe los problemas gramaticales inherentes a los viajes en el tiempo: “En el hecho de convertirse en su propio padre o en su propia madre no existen problemas que una familia bien ajustada y de mentalidad abierta no pueda solucionar (..) Sencillamente, el problema fundamental es de gramática, y para este tema la principal obra de consulta es la del doctor Dan Callejero, “Manual del viajero del tiempo, con 1.001 formaciones verbales”. Ese libro enseña, por ejemplo, a describir algo que está a punto de ocurrirle a uno en el pasado antes de que se salte dos días con el fin de evitarlo (…) La mayoría de los lectores llegan hasta el Futuro Semiincondicionalmente Modificado del Subjuntivo Intencional Subinvertido Pasado Plagal; y en realidad, en ediciones posteriores del libro, todas las páginas que siguen a ese punto se han dejado en blanco para ahorrar costes de impresión (…) El término “Futuro Perfecto” se abandonó desde que se descubrió que no lo era”.

O los pasajes dedicados al rock del futuro: “La Guía del Autoestopista Galáctico observa que
Zona Catastrófica, un conjunto de rock plutónico de los Territorios Mentales Gagracácticos, es generalmente considerado no sólo como el grupo de rock más ruidoso de la Galaxia, sino como los productores del ruido más estrepitoso de cualquier clase. Los habituales de conciertos estiman que el sonido más compensado se escucha en el interior de grandes bunkers de cemento a unos 16 km del escenario, mientras que los propios músicos tocan los instrumentos por control remoto desde una astronave con buenos dispositivos de aislamiento, en órbita permanente en torno al planeta, o, con mayor frecuencia, alrededor de otro planeta diferente. En conjunto, las canciones son muy simples, y la mayoría sigue el tema familiar de un ser-muchacho conoce a un ser-muchacha bajo la luna plateada, que luego explota por ninguna razón convenientemente explicada. Muchos mundos han prohibido terminantemente sus actuaciones, algunas veces por razones artísticas, pero normalmente debido a que el sistema de amplificación de sonido del grupo infringe los tratados locales de limitación de armas estratégicas”.

La Vida, el Universo y todo lo demás” (1982) fue inicialmente escrita como cierre de la saga, con Arthur Dent y Ford regresando al mundo presente solo para toparse con los ciudadanos de Kricket, una enojosa raza que quiere exterminar toda la vida del universo. Aunque aún tiene momentos y personajes memorables (como ese ser inmortal que abre la novela: aburrido de vivir tras millones de años y con un enfado de aupa, decide pasar su eternidad recorriendo el universo entero para insultar, personal e individualmente, a todos los seres vivientes), la obra adolece de cierto localismo inglés, por lo que sus hirientes bromas sobre el cricket, por ejemplo, pierden su chispa para un lector no anglosajón que carezca de las referencias imprescindibles para entender tal humor. Por otra parte, los diálogos y peripecias se antojan demasiado histriónicos y menos originales que los de los dos libros anteriores y el argumento se reduce a un continuo y mareante salto en el espacio-tiempo sin rumbo ni objetivo claros.

Lo mismo puede decirse de los dos siguientes libros, "Hasta luego y gracias por el pescado"
(1984) e "Informe sobre la tierra: fundamentalmente inofensiva" (1992). En el primero, Arthur vuelve la Tierra -en realidad un planeta sustituto regalado por los delfines en su campaña "Salvar a los Humanos"-, se enamora de una chica llamada Fernchurch y ambos, junto a Ford, viajan hasta el planeta en el que se ha grabado en grandes llamas el Mensaje Final de Dios a su Creación. En el segundo, Arthur se establece como preparador de sandwiches oficial en una aldea perdida de un planeta ignoto mientras los Vogones hacen una opa hostil contra la "Guía del Autoestopista Galáctico". Ambos libros, pese a tener sus momentos brillantes, son considerablemente más irregulares que sus predecesores y no me atrevería a recomendarlos a menos que se sea un fan declarado de la saga. Lo mismo puede decirse del que en 2009 escribieron el escritor Eoin Colfer (autor de los populares libros de "Artemis Fowl") y la viuda de Adams (él falleció en 2001 a los 49 años), Jane Belson, continuando la aventura: "And Another Thing".


Más allá de las novelas, la “Guía…” se convirtió en una lucrativa franquicia que incluyó una serie
de televisión, una película, comics, una obra de teatro, adaptaciones radiofónicas de los últimos libros y todo tipo de merchandising. Incluso en español la obra ha sido reeditada continuamente. Ha conseguido convertirse en una especie de referencia cultural más allá del ámbito de la CF, rompiendo barreras generacionales. La “Guía del Autoestopista Galáctico” fue uno de esos proyectos que no recibió publicidad ni apenas apoyo económico y cuyo inesperado éxito hay que atribuir a la genialidad de Adams como maestro de la sátira inteligente, a su espinoso ingenio, sus agudos comentarios sociales, alocada imaginación y humor absurdo, pero también a su conocimiento de los temas y mecanismos de la CF (y concretamente el subgénero de la space opera).

3 comentarios:

  1. Excelente artículo sobre la Guía, sus secuelas y Douglas Adams. Me ha encantado.
    Saludetes

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  2. Muy buen resumen de la guia, y te lo digo despues de conseguir el cuarto libro en papel y leerme los cinco libros en la última semans
    Felicidades. Un saludo

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