miércoles, 30 de enero de 2013

1933- IT´S GREAT TO BE ALIVE! - Alfred L.Werker


Pese al estrepitoso fracaso de “Una fantasía del porvenir” (1930), la Fox, por alguna razón difícil de entender hoy, conservaba su fe en la fórmula que mezclaba el musical y la ciencia ficción. Y en 1933 estrenó “It´s Great to Be Alive”, un remake de “The Last Man on Earth” (1924, una película muda con la misma premisa argumental) que se saldó en otro fiasco pese a contar con mayores bondades cinematográficas que el film de David Butler.

En “It´s Great to Be Alive”, un joven aviador brasileño, Carlos (Raul Roulien) que acaba de discutir con su novia decide cruzar el Pacífico a bordo de un avión. El despechado viajero no llega a buen puerto: la nave se estrella en una pequeña isla desierta. Pero no hay mal que por bien no venga, pues ello le salva de la extinción: una plaga, la masculitis, extermina a todos los varones del planeta… menos a Carlos.

Cinco años después, de las cenizas de la civilización occidental androcéntrica se levanta una nueva sociedad gobernada exclusivamente por mujeres y cuya población se divide en mujeres “femeninas” y mujeres “masculinas”. La Sociedad de Naciones ha sido sustituida por el Congreso Mundial, presidido por una físico, la Doctora Prodwell, interpretada con brillantez y humor por Edna May Oliver.

La fabricación de un hombre artificial parece ser la única forma de garantizar algún futuro a esta sociedad estéril, pero hasta el momento todos los intentos han sido infructuosos. De repente, el descubrimiento del último hombre vivo parece facilitar las cosas… aunque lo único que quiere el agobiado Carlos es recuperar su relación estrictamente monógama con su antigua novia. Antes de que pueda reunirse con ella tendrá que pasar por mil y una dificultades: en el episodio más delirante del guión, una mafiosa, Al Moran (una combinación de los famosos gangsters Al Capone y Bugs Moran) lo rapta con la intención de subastarle entre las viudas ricas de Nueva York. Es rescatado por las federales y puesto al servicio del Congreso Mundial, que decide que las mujeres de cada nación deberán desplegar sus encantos ante Carlos y él decidirá qué nación repoblará primero (menudo trabajito).

Tan misógina como esas fantasías antisufragistas de los comienzos del cinematógrafo, “It´s Great to Be Alive” se estrelló en taquilla desde el mismo momento de su estreno. Y ello a pesar de su fuerza visual curiosamente moderna debida al buen oficio del realizador Alfred Werker -futuro responsable de algunos westerns de calidad en los 50- y apoyada en la peculiar gradación del delirio estilístico acompasada al progresivo descubrimiento por parte del protagonista de la extraña sociedad femenina.

El protagonista, Raul Roulien, protagonizó asimismo la versión del film para mercados hispanos: “El último varón sobre la Tierra”, bajo la dirección de James Tinling y con Rosita Moreno, Mimi Aguglia y Carmen Rodríguez sustituyendo al elenco original de féminas anglosajonas.

Si el fracaso de la adaptación de “La isla misteriosa” de 1929 le puso las cosas muy difíciles al cine
de CF de elevado presupuesto, los sucesivos batacazos de la aparatosa “Una fantasía del porvenir” y la más ligera “It´s Great to Be Alive” acabarían de darle el tiro de gracia. Era evidente que la combinación de comedia musical y elementos de CF era un cóctel de lo más peligroso, pero los estudios responsabilizaron del fracaso a la ciencia-ficción, cuando en realidad la música y las letras eran tan horrendas que ni siquiera aparecen acreditados los compositores. Hasta los años cincuenta, el cine de ciencia ficción quedaría relegado a producciones de serie B, seriales por entregas y películas de terror e intriga con elementos fantacientíficos.

"It´s Great to Be Alive" no es más que una broma ligera elevada a la categoría de película de serie B. Si eres aficionado al cine y a la ciencia-ficción, puede que, a pesar de las pésimas canciones y la plana interpretación, te divierta ver hasta qué nivel de extravagancia y vacío regocijo podían llegar las películas de la Gran Depresión.

domingo, 27 de enero de 2013

1933-KING KONG - Ernest B.Schoedsack y Merian C.Cooper


¿Qué se puede decir de King Kong que no se haya dicho ya? Es sin duda una de las películas de ciencia ficción más conocida de todos los tiempos y su criatura, el rey Kong, un icono cultural que sirvió de modelo para otros muchos monstruos gigantes en años venideros, desde "El monstruo de los tiempos remotos" (1953) y "Godzilla" (1954) hasta "Parque Jurásico" (1993).

En realidad, más que al subgénero de "monstruos", "King Kong" es más precisamente clasificable como de "Mundos Perdidos", esa fantasía victoriana alimentada por los viajes de los exploradores del siglo XIX y los descubrimientos científicos de la época en el ámbito de la geología y la biología. En este blog hemos comentado abundantes obras de este tipo, escritas por algunos de los más destacados escritores del género: Julio Verne, Arthur Conan Doyle, H. Rider Haggard, Abraham Merritt, James Hilton o Edgar Rice Burroughs, por nombrar solo unos cuantos.

Los Mundos Perdidos apelaban al "sentido de lo maravilloso" del lector evocando territorios recónditos e inexplorados con infinitas y exóticas posibilidades de aventura: bestias prehistóricas, ciudades olvidadas, razas perdidas, tesoros legendarios... Pero a comienzos de los años treinta los mapas apenas mostraban ya espacios en blanco y las posibilidades de situar en ellos un entorno físico sobre el que desarrollar ese tipo de peripecias se redujo tanto que se tardó poco en dar el siguiente paso lógico: trasladarlas a otros planetas.

Sin embargo, el interés de los espectadores por lo exótico pervivió en el cine durante más tiempo que en la literatura popular, no tanto en la forma de películas de ficción como en la de documental. Tanto entonces como hoy a la gente del medio urbano le fascinaba contemplar escenas de culturas y geografías completamente diferentes, algo que descubrió Robert J. Flaherty cuando en 1922 estrenó con gran éxito "Nanuk el Esquimal".

Era una modalidad cinematográfica compleja y peligrosa, especialmente en una época en la que los medios de transporte no eran ni de lejos tan rápidos y cómodos como hoy, la gente de países remotos no estaba acostumbrada a los extranjeros, las infraestructuras de todo tipo eran básicas en el mejor de los casos y el equipo técnico era todavía muy primitivo. Pero los estudios descubrieron que no sólo el público respondía fenomenalmente bien a estos documentales sin costosas y conflictivas estrellas, sino que muchas de sus escenas de vida animal o paisajes podían reciclarse en otras películas rodadas en estudio.

Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsak fueron dos avezados especialistas en este subgénero cinematográfico, una pareja de auténticos Indiana Jones. En 1925 habían realizado una película sobre el nomadismo de una tribu irania en el Kurdistán ("Grass") y en 1927 rodaron una ficción protagonizada por elefantes en Tailandia ("Chang"). Cuando presentaron su idea para desplazarse a África y rodar a los gorilas en libertad, la Gran Depresión ya se había abatido sobre Estados Unidos y los estudios no tardaron en recortar la financiación de los documentales. Y no fue solo por razones de presupuesto. La situación económica había modificado las necesidades, los gustos y las modas. Ahora el público no pedía realismo, exigía evasión.

Y si de evasión se trataba, el subgénero de Mundos Perdidos era ideal. En ellos se ofrecían mundos en los que el dinero era irrelevante y la vida quedaba reducida a términos mucho más sencillos y primarios en virtud de los cuales un hombre se medía por su fuerza y su valor. A menudo, en esos escondidos territorios se escondían utopías que contrastaban poderosamente con la realidad cotidiana de quienes acudían a las salas de cine. De ello precisamente se beneficiaron las películas de "Tarzán", que a partir de 1932 disfrutaron de una popularidad inmensa.

Y así, el documental sobre los gorilas africanos de Cooper y Schoedsack acabó reconvertido en una película de ficción de Mundos Perdidos titulada "King Kong" y producida por el legendario David O. Selznick, entonces presidente de RKO Radio Pictures. Éste no se arrogó mérito alguno, declarando que su única contribución fue fusionar las ideas de Cooper y Schoedsack con los efectos especiales diseñados por Willis O´Brien.

La historia no es nada sofisticada. Carl Denham (Robert Armstrong), un exitoso y controvertido director de películas especializado en localizaciones exóticas -en realidad un alter ego de los propios Cooper y Schoedsack-, alquila un barco, contrata en el último momento a una bella chica, Ann Darrow (Fay Wray), como protagonista principal y zarpa con destino a una remota isla que no figura en las cartas marinas y de la que oyó hablar en Singapur. Al atracar en su costa, Ann es secuestrada por los nativos y ofrecida como sacrificio a Kong, un enorme simio al que temen como si se tratara de un Dios. La gigantesca bestia se enamora de Ann y en lugar de devorarla la secuestra, internándose en la jungla poblada por bestias prehistóricas.

La tripulación del barco forma una partida de rescate pero todos excepto Denham y Jack Driscoll
(Bruce Cabot), el segundo de a bordo y enamorado de Ann, sucumben víctimas de una u otra criatura. Finalmente, Ann es rescatada y Kong gaseado y transportado hasta Nueva York para exhibirlo públicamente como "La Octava Maravilla del Mundo". El animal escapa, atrapa de nuevo a Darrow y escala el Empire State antes de ser tiroteado hasta la muerte por aviones de guerra. En cierto sentido, es una reelaboración del famoso primer episodio liliputiense de "Los Viajes de Gulliver" desde el punto de vista de los liliputianos.

"King Kong" es una película de ritmo rápido, intenso dramatismo y una premisa atractiva. Como los trabajos anteriores de Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsak, el film se recrea en el primitivismo de las culturas que viven próximas a la Naturaleza. En la Isla de la Calavera, que parece estar justo en los límites del mundo, Kong es el rey de la jungla y la película emplea mucho metraje en mostrar su primitiva majestad. La tesis subyacente es que la civilización corrompe la grandeza de la bestia. Ello queda perfectamente simbolizado al final la película, cuando Kong es trágicamente abatido por los biplanos desde la cúspide del Empire State. La aviación y el propio edificio -recién terminado y por entonces el más alto de la ciudad- son los representantes más avanzados de la civilización humana, símbolos de su progreso. Kong nada puede hacer contra ellos.

Han corrido ríos de tinta sobre el supuesto contenido sexual de "King Kong", especialmente a raíz de una escena suprimida del estreno original a instancias del Motion Picture Code en la que Kong sostiene a Fay Wray en su mano, le arranca la ropa, la toca y después se huele los dedos. Posiblemente esta polémica sea más artificial que real, pero es difícil no pensar que algo hay. ¿Qué pensar si no, de la simple idea de una relación amorosa entre un simio de quince metros de altura y una corista rubia? Por no hablar de la innumerable especulación humorística sobre la posible consumación de tal relación.

(Por cierto, hubo otras escenas suprimidas, estas relacionadas con la violencia: cuando durante el estreno el público vio cómo los hombres caían al abismo para ser devorados por unas arañas gigantes, o primeros planos de gente aplastada por los saurios, hubo quienes se levantaban de sus asientos y salían de la sala incapaces de soportarlo. Otras versiones proyectadas cortaron también primeros planos de gente aplastada por las mandíbulas de Kong).

En mi opinión, toda la historia, más que metáforas sexuales, despliega cierta aura onírica que lo
aproxima a cuentos de fantasía como "La Bella y la Bestia". Ninguna otra película "de monstruos" ha conseguido plasmar con tanta eficacia la relación entre el monstruo feroz pero de gran corazón y la inocente heroína. De hecho, pocas se han molestado en dotar de una personalidad a la criatura en cuestión, limitándose a presentarlo como una bestia de instinto tan primitivo como agresivo. Los ejemplos van desde "Alien" a "Species" pasando por "Godzilla".

La guionista Ruth Brown imaginó, en cambio, no un agente de destrucción y muerte, sino un animal 
que, a su manera, quiere hacer lo correcto: Kong se preocupa por su prisionera humana, la protege, ataca sólo cuando le provocan y, si le dejaran en paz, sería totalmente feliz en su isla perdida. Es sólo la avaricia del empresario del mundo del espectáculo la responsable de despertar su furia. Por eso, cuando Kong se desploma hacia la muerte desde la cima del Empire State, no tenemos ninguna sensación de triunfo sino que nos preguntamos quién es el verdadero monstruo aquí, Kong o Carl Denham.

Ahora bien, es de justicia reconocer que el éxito de la película vino dado, en buena medida, por sus efectos especiales, capaces de dar vida a un mundo imaginario con un grado de realismo inédito hasta entonces. El artífice de ello fue Willis O´Brien, quien había dirigido y diseñado los efectos en varias cintas de este tipo desde 1915, culminando en la innovadora "El Mundo Perdido" (1925). En "King Kong", O´Brien y sus colaboradores de la RKO (el artista Linwood Dunn y el técnico de sonido Murray Spivack) se superaron a sí mismos, utilizando todos los trucos que conocían: acción real, retroproyecciones, animación stop-motion, miniaturas y maquetas, pinturas mate....

Otros efectos hubo que improvisarlos sobre la marcha. Por nombrar solo un ejemplo, algunas escenas
hubieron de rodarse en vivo y luego proyectarlas sobre una pantalla diminuta que, por comparación, hiciese parecer gigante a la figura de Kong. Buscando la superficie de proyección adecuada, los especialistas se decidieron por una hecha a base de condones (ante la consternación del farmacéutico local, incapaz de imaginar para qué necesitaban un pedido tan numeroso).

El nivel de detalle es extraordinario, como esos pequeños gestos de Kong, meneando su cabeza y frotando sus ojos cuando aspira el gas somnífero; o los estertores de la cola del estegosaurio moribundo. La furibunda batalla de varios minutos entre Kong y el tiranosaurio es, todavía hoy, una de las mejores escenas de animación stop-motion que jamás se hayan rodado. Cuando el tiranosaurio se rasca su cabeza como si fuera un perrito, nos parece real, no una simple maqueta. La escena en la que Kong mata al dinosaurio rompiéndole las mandíbulas, transmite un realismo brutal. Fue Willis quien supo imbuir en sus modelos la personalidad que Ruth Brown había imaginado sobre el papel.

El resultado fue un espectáculo visual continuo que comienza tras media hora de plúmbeos diálogos y que, tras la aparición de Kong, ya no se detiene hasta el final. En esta época de efectos digitales indistinguibles de la realidad, el stop-motion de "King Kong" nos puede parecer inocente, simplón y primitivo, pero no deberíamos olvidar que fue el antecesor directo de las espectaculares películas que hoy nos bombardean con sus sofisticadas imágenes. Sin King Kong no habría habido Alien o Parque Jurásico.

Por ello es aún más sorprendente que "King Kong" contara con un presupuesto relativamente
modesto: alrededor de 600.000 dólares. Escenas que hoy habrían costado semanas de trabajo -como aquella en la que Kong agita un gran tronco arrojando al abismo a los hombres que tratan desesperadamente de agarrarse a él- se rodaron en dos días; el muro gigante que separa al pueblo de los nativos del monstruo era un reciclaje de otra película: se había construido originalmente como parte del Templo de Jerusalén en la cinta de Cecil B. DeMille "Rey de Reyes" (1927). Otro capítulo en el que se ahorraron costes fue el del reparto. Aunque Fay Wray llevaba actuando diez años en el cine, nunca pasó de la serie B. Y el coprotagonista, un seco y poco convincente Bruce Cabot, no era sino el portero de un club de Hollywood que participaba aquí en su primera película.

El film es también notable por otros aspectos. Hasta su estreno, casi todas las películas de CF se basaban en libros previamente publicados. "King Kong" demostró que se podían hacer películas de género -y además con éxito- sin necesidad de recurrir a obras literarias. Además, fue la película que prácticamente inventó el diseño de sonido. La banda sonora de Max Steiner mostró cómo utilizar la música original para resaltar momentos concretos. El guión, directo claro, enseñó como insertar una fantasía desbocada en el mundo real y cotidiano.

Decir que "King Kong" fue el "Star Wars" de su época puede sonar exagerado. No lo es. Efectos
especiales jamás vistos con anterioridad, pases continuos durante todo el día, colas interminables para comprar entradas... "Star Wars" llegó cuando más se la necesitaba, en plena depresión económica y cuando el público, saturado de películas de tono pesimista y violento, recibió con entusiasmo una historia sencilla y espectacular. "King Kong" se estrenó en la época más dura de la Gran Depresión -recordemos las escenas del inicio de la cinta que muestran las colas en la beneficencia, o a Ann Darrow, desesperada por el hambre, robando una manzana- y le dio a la gente lo que quería: un mono gigante destrozando Wall Street y aterrorizando a los ricos que acudían al espectáculo que exhibía al gran simio.

Como mucha iconografía religiosa, hay imágenes de la historia del cine -pocas, imprevisibles y caprichosas- que por alguna razón siguen conservando su vigencia muchos años después de que fueran capturadas por una cámara. Todo el mundo en nuestra cultura está familiarizado con ellas aunque jamás hayan visto las películas originales de las que proceden. La figura de Charlot, la cabeza de Boris Karloff como Frankenstein, el rostro de Alex en "La Naranja Mecánica", el casco de Darth Vader... y la silueta de King Kong en lo alto del Empire State.

La medida de su impacto en la cultura popular pueden darla la larga serie de sus imágenes que han
quedado para la posteridad: desde la isla perdida poblada por nativos agresivos a la chica en la palma de la mano de Kong, o el mono encadenado en un escenario, deslumbrado por los flashes de las cámaras; y, sobre todo, encaramado a la aguja del Empire State enfrentándose a los aviones que le ametrallan. Todos estos momentos inolvidables hicieron que “King Kong” se convirtiera no sólo en símbolo del cine de aventuras y monstruos -e incluso de la ciudad de Nueva York-, sino que pasara a formar parte de la cultura popular occidental durante los últimos ochenta años.

 
Y eso no fue todo. Ray Harryhausen afirma que cuando era un niño acudió a ver "King Kong" al Teatro Chino de Grauman y que aquella sesión cambió el curso de su vida. Sin el talento que Harryhausen desplegó en el campo de los efectos especiales en muchas películas de los cincuenta y sesenta, éstas jamás habrían podido hacer soñar a cineastas posteriores como George Lucas o Steven Spielberg. Muchos años después, otro niño de doce años quedó tan impresionado por la película que decidió dedicarse a hacer las suyas propias. Su nombre era Peter Jackson.

Antes de que terminara 1933, los principales responsables del éxito de la película (los directores, el compositor Max Steiner, la guionista Ruth Rose, el técnico Willis O´Brien y los actores Robert Armstrong y Frank Reicher) se embarcaron en el rodaje de una prescindible secuela, "El hijo de Kong". En la década de los sesenta, los estudios japoneses Toho recuperaron a Kong para enfrentarlo a su dinosaurio fetiche en "King Kong contra Godzilla" (1962) y luego lo convirtieron en protagonista exclusivo en "King Kong Escapa" (1967).

El productor Dino de Laurentiis impulsó en 1976 un denostado remake de la película original, continuado por una cinta aún peor, "King Kong Vive" (1986). El último en caer rendido ante el encanto del original y ofrecer su versión fue Peter Jackson en 2005. Por supuesto, el número de imitaciones, homenajes y parodias supera con creces el espacio de esta entrada -y casi el de todo el blog-, desde las realizadas por los propios creadores originales ("Mighty Joe Young, 1949) hasta las copias de segunda o tercera ("White Pongo", 1945, "King of the Lost World", 2005), de la animación ("King of Atlantis", 2005) al porno ("Flesh Gordon") pasando por la comedia ("El profesor chiflado", 1996, "La Pantera Rosa golpea de nuevo", 1976).

¿Quién se acuerda hoy de los actores? ¿Se pregunta hoy alguien por qué estúpida razón los nativos
construyeron un muro con una puerta tan grande que Kong podía traspasarla sin problemas? ¿O la razón por la que el mono aparece con una altura diferente en cada parte de la película (seis metros en la isla, diez en el teatro y diecisiete en el Empire State?

No, porque no importa. Con sus efectos visuales superados y sus interpretaciones insulsas, "King Kong" tiene algo primitivo y muy básico que sigue asombrando y haciendo soñar, asegurando su supervivencia a los cambios en los estilos, las técnicas y los gustos. Se han ofrecido todo tipo de teorías y metáforas para ello, desde la experiencia inmigrante de Norteamérica al simbolismo de Naturaleza versus Civilización, de Freud a Jung (la torre del Empire State ha hecho desbarrar a más de uno)... Estoy seguro de que a aquellos que intervinieron en su realización todas estas elucubraciones les sorprendían tanto como les divertían. Después de todo, Cooper declararía: "Kong jamás pretendió ser nada más que la mejor película de aventuras jamás filmada. Lo consiguió. Y eso es todo".

jueves, 24 de enero de 2013

1960-LOS CABALLEROS ATÓMICOS - John Broome y Murphy Anderson






Murphy Anderson estaba cansado de ser el segundón de todas las series en las que participaba. Conocido sobre todo por entintar a Gil Kane en “The Atom”, a Carmine Infantino en “Adam Strange” y más adelante a Curt Swan en “Superman”, Anderson quería, por una vez, responsabilizarse de todo el apartado artístico de una serie en lugar de limitarse a entintar los lápices de sus más afamados colegas.

Julius Schwartz, el mítico editor de DC, le concedió su deseo. Después de Stan Lee, Schwartz fue quizá el editor de comics más importante de los sesenta y setenta. Fue el impulsor del relanzamiento de las nuevas versiones de los superhéroes clásicos bajo unas directrices más cercanas a la ciencia-ficción. Mientras que Mort Weisinger consolidó la mitología de Superman dirigiendo a sus autores con mano de hierro, Schwartz se responsabilizó del resto del universo heroico de la editorial: la Liga de la Justicia de América, Flash, Linterna Verde, Hawkman, Atom, Batman…

Pero su primer amor había sido la ciencia-ficción. Desde muy joven había formado parte de los primeros grupos de aficionados antes de ejercer de editor para All-American Comics (una de las compañías fundadoras de DC) en los años cuarenta. Jamás olvidó su relación con la ciencia-ficción y la llevó siempre consigo procurando orientar hacia ella el tono de las colecciones de las que se ocupó. Una de ellas fue “Strange Adventures”, una colección genérica que desde finales de los cincuenta venía publicando aventuras “espaciales” de, entre otros, “El Museo del Espacio” (1959) y “Star Hawkins” (1960).

Schwartz había estado hablando con el guionista John Broome (autor de numerosas historias para
“Linterna Verde y Flash”) sobre un nuevo serial de cadencia trimestral que se incluiría en “Strange Adventures”. Ese serial trataría de recuperar el espíritu caballeresco de la Tabla Redonda, pero trasladando la acción a un escenario post holocausto. Su título: “Atomic Knights”. Y Schwartz, atendiendo a la petición de Anderson, le cedió el apartado artístico.

A diferencia de sus compañeras, los Caballeros Atómicos presentaban una visión del futuro notablemente siniestra. El militar Gardner Grayle se hallaba en un bunker cuando estalló la Tercera Guerra Mundial el 29 de octubre de 1986. Lo último que recordó fue el estallido de una bomba sobre su refugio antes de recuperar la conciencia en 1992. Se encuentra entonces deambulando entre los restos de un mundo devastado. Los humanos supervivientes vagabundean tratando de encontrar comida enlatada, única fuente de alimento en un mundo en el que plantas y animales no han sobrevivido al holocausto.

Como si de un nuevo feudalismo se tratara, surgen bandas de merodeadores que aterrorizan las zonas rurales. Una de ellas está liderada por un pequeño dictador llamado el Barón Negro, que trata de acumular comida con el fin de controlar al resto de la población. Grayle ahuyenta a algunos de estos forajidos pero cuando le lanzan una granada radioactiva, sólo encuentra refugio tras unas armaduras medievales. Al darse cuenta de que la explosión no le ha afectado, deduce que han sido esas armaduras, de alguna forma modificadas en su estructura atómica con el paso del tiempo, las que le han protegido de la radiación.

Poniéndose la armadura no sólo podrá internarse con seguridad en las zonas más afectadas por la radiación, sino que le protegerá de las pistolas de rayos y demás armamento futurista. A él se unen otros cinco supervivientes: el maestro Douglas Herald y su hermana Marene, el científico Bryndon Smith y los gemelos Wayne y Hollis Hobard. Gayle Gardner recuerda al mítico rey Arturo cuando exclama: “¡La Humanidad necesita una organización como la nuestra! Hasta donde sabemos, no hay policía, ni siquiera gobierno. No hay autoridad excepto el poder del mal. Alguien tiene que representar a la ley, el orden y las fuerzas de la justicia en estos tiempos terribles… ¡y parece que ese trabajo es nuestro! ¡Tenemos que estar preparados para ayudar a la gente!”.

Las historias de los Caballeros Atómicos les llevarán de costa a costa por todo el país, corriendo
aventuras repletas de armas futuristas, animales y plantas mutados, grandes metrópolis destruidas, hombres de Cromagnon, atlanteanos, extraterrestres, dictadores de pacotilla, cazadores de brujas, niños soldado… Poco a poco, el mundo irá levantándose de sus cenizas: los Caballeros establecerán sistemas de comunicaciones interurbanos, fundarán escuelas de medicina, cadenas de montaje, los primeros vegetales y frutas volverán a cultivarse…

Algunos críticos han atacado la serie aduciendo su escaso realismo a la hora de describir un mundo post-holocausto. Es cierto que en sus vagabundeos por el país, los Caballeros no se topan con montones de cuerpos descomponiéndose o gente tosiendo sangre debido al envenenamiento radioactivo.

Pero tales críticas, expuestas desde una perspectiva moderna, no tienen en cuenta los puntos de vista ni el estado de la ciencia de hace más de cincuenta años. Al fin y al cabo, justo antes de realizarse las primeras pruebas atómicas algunos científicos aún pensaban que semejantes explosiones incendiarían toda la atmósfera, destruyendo todo el planeta. En fechas tan tardías como finales de los cincuenta, había pocos estudios acerca de los efectos que sobre el medio ambiente podría tener una guerra nuclear.

Al menos, de cuando en cuando, los Caballeros Atómicos ofrecían al lector un panorama más “verosímil” de un mundo semejante al de la mayoría de las series de comics hasta aquel momento. Y si la ecología del planeta se había deformado deliberadamente por razones dramáticas –encuentran algunas plantas en las últimas aventuras, pero en un mundo sin insectos, ¿cómo podría haberse producido la polinización? Es más, ¿cómo podría sobrevivir siquiera un día el propio hombre sin plantas que realizaran su función ecológica?- Schwartz haría un esfuerzo para no desterrar totalmente la ciencia de las historias. En el nº 120, por ejemplo, los Caballeros se enfrentan a una criatura mutante que roba el agua de una comunidad de supervivientes; el bicho no sólo es conceptualmente improbable, sino que su aspecto es bastante estúpido, pero la forma de derrotarlo, basado en la ciencia, es típica de Julius Schwartz.

Por otro lado, el propio formato –historias de once/quince páginas con cadencia trimestral- impedía
construir una adecuada tensión narrativa. El tema del mundo postnuclear se dejó de lado para introducir las más variopintas y rocambolescas amenazas, desde guerreros de la Atlántida a moradores del subsuelo pasando por el canónico alienígena. A pesar de sus limitaciones, Broome y Schwartz consiguieron mantener cierta coherencia y una ligera continuidad que permitió ir contemplando la reconstrucción paulatina del mundo arrasado por la radiación, aunque la serie fue cancelada antes de que pudieran consolidarlo.

Schwartz era muy consciente de que “Los Caballeros Atómicos” eran ciencia ficción de serie B y siempre fue el primero en admitir que su objetivo era, en primera instancia, entretener.

Y eso, a decir de los propios lectores, sí lo consiguió. El estilo literario de Broome contrastaba con el de, por ejemplo, su colega Gardner Fox. Las historias de Broome estaban menos orientadas al argumento de las de Fox y sus personajes más propensos a mostrar sus emociones (Broome también se percató de tales diferencias y bautizó con cariño al líder de los Caballeros, Gardner Grayle, con el nombre de Fox).

Por ejemplo, cuando Marene Herald, la única fémina del grupo, se derrumba en los brazos de Grayle tras contemplar la devastación del mundo en “Strange Adventures” 129, es un momento cargado de emoción más genuina que otros muchos protagonizados por héroes más famosos. No se puede decir que haya un gran desarrollo de sus personalidades –algo común a todos los comic books de la época-, pero al menos, cuando terminamos de leer su última aventura, sí podemos decir que sabemos más que al principio de cada uno de los personajes.

Murphy Anderson dibujó las quince historias de once páginas de que constaron sus aventuras,
publicadas trimestralmente como complemento de “Strange Adventures” entre 1960 y 1964 (números 117, 120, 123, 126, 129, 135, 135, 138, 141, 144, 147, 150, 153, 156 y 160 y 160). El artista recordaría años más tarde que “me divertía hacer los Caballeros Atómicos, pero en cuanto a esfuerzo invertido, salí perdiendo. Cada caballero tenía su propia armadura y una personalidad distinta reflejada en su aspecto y las ropas que vestía. ¡Y encima combatían contra las amenazas todos juntos! Y, naturalmente, la amenaza tenía que superarles en número, por lo que debía dibujar viñetas con quince o dieciséis personajes. Aún así lo disfruté, porque John Broome escribía buenas historias. Siempre me gustó trabajar en este tipo de material. Pero oye, ¡era agotador!

Sus esfuerzos, no obstante, obtuvieron recompensa. A pesar de su deprimente premisa (la supervivencia en un mundo arrasado), los Caballeros Atómicos fueron votados como serie más popular por los lectores de “Strange Adventures”. Al fin y al cabo, el pintoresco conjunto simbolizaba un rayo de esperanza

Bastante después de que la serie fuera cancelada, los Caballeros fueron recuperados como “estrellas invitadas” en el número 10 de la extraña serie “Hercules Unbound” (abril-mayo 1977) guionizado por Cary Bates y dibujado por Walter Simonson. Posteriormente, en “DC Comics Presents” nº 57, nos enteramos de que en realidad el mundo de los Caballeros no había sido sino una simulación informática generada por el cerebro de Gardner Grayle, un sargento del ejército sometido a un experimento militar. Cuando el poder de su mente, potenciada por el ordenador, empieza a afectar a la realidad, Superman lo encuentra y lo libera. Grayle se integra entonces en el Universo DC oficial como “El Caballero Atómico”. Mike W.Barr lo incluyó brevemente en la formación del supergrupo “The Outsiders”.

Los humanos normales y corrientes que a menudo encontraban los Caballeros en el curso de sus
viajes eran a menudo toscos, avariciosos, de miras estrechas y desconfiados no sólo con los forasteros, sino también con la Ciencia. Después de todo, ¿no era la Ciencia la responsable de la guerra que había destruido el mundo?

Quizá la verdadera y más importante misión de los Caballeros –y de los científicos de hoy en día- era, precisamente, educar a la gente. Y, al hacerlo, también mostraban a sus jóvenes lectores, los adultos del mañana, que la Ciencia no es ni buena ni mala, es sólo un método para adquirir conocimiento del mundo en el que vivimos. Es el uso que se hace de ese conocimiento lo que marca la diferencia entre el bien y el mal. Ésa es la lección que John Broome y Murphy Anderson trataron de transmitir, una lección que, después de todo, no ha perdido vigencia.

lunes, 21 de enero de 2013

1933-CUANDO LOS MUNDOS CHOCAN - Philip Wylie y Edwin Balmer




Resulta curioso lo poco que aparece nombrado Philip Wylie en las enciclopedias de ciencia ficción a pesar de su larga y prolífica carrera. Trabajó como guionista en Hollywood, escribió algunas novelas de ciencia ficción de éxito y varios libros para el público generalista (algunos de ellos, como "Generación de Víboras", atrevidamente iconoclastas y polémicos). Quizá porque nunca consiguiera distinguirse lo suficiente en ninguna de estas vertientes sea la razón por la que apenas se le recuerde hoy en día.

¿Por qué entonces deberíamos recuperar su nombre en este blog? Su mayor éxito en el género fue sin duda el guión que realizó para "La isla de las almas perdidas" (1932) adaptando la novela de H.G.Wells "La isla del doctor Moreau"(1896). Éste expresó el profundo disgusto que había experimentado al ver su compleja alegoría convertida en una historia de terror poco sutil. Sin embargo, contemplada independientemente de su fuente, el suspense de la película funciona bien y hoy está con toda la razón considerada un clásico de la ciencia ficción. Posteriores adaptaciones en 1977 (Don Taylor) y 1996 (John Frankenheimer) realizaron versiones más complejas del libro de Wells incorporando algunos de sus aspectos más oscuros. Ambas fracasaron en el intento.


Además de en otros films menores hoy ya olvidados, Wylie también colaboró con R.C.Sheriff en la escritura del guión de "El hombre invisible" (1933) de James Whale, pudiendo responsabilizarle quizá del tono irónico de la cinta.

Wylie gozaría de mayor estima hoy si Hollywood hubiera hecho un mejor trabajo adaptando sus novelas de ciencia ficción. "Gladiador" (1930) fue un relato pionero sobre el concepto de superhombre y antecesor de todo el género superheróico en los comics. En la pantalla, por desgracia, acabó convertida en 1938 en una burda comedia rápidamente olvidada. Por otra parte, "Cuando los mundos chocan", coescrita con Edwin Balmer (ingeniero, editor y escritor de segunda fila), iba a ser adaptada a la pantalla por Cecil B.DeMille pero terminó siendo realizada de forma irregular por el mucho menos competente Rudolph Mate en 1951.

Esta última novela, un clásico del género apocalíptico y serializada en la revista "Blue Book" el año anterior, comienza con el descubrimiento de un astrónomo sudafricano, Sven Bronson de un par de planetas errantes cuya trayectoria les sitúa en rumbo de colisión contra la Tierra. Uno de ellos, el gigante gaseoso Bronson Alpha, chocará contra nuestro planeta provocando el final de toda vida. Sin embargo, existe una pequeña esperanza: el otro planeta, Bronson Beta, es casi idéntico a la Tierra y puede que incluso habitable. La mecánica celeste apunta a la posibilidad de que la colisión de Alpha con la Tierra aleje a Beta relativamente intacto y lo sitúe en una órbita compatible con la vida.

Ante la incredulidad general -gobiernos incluidos- sólo un millar de personas (científicos, aventureros y financieros) dan crédito a Bronson. Dirigidos por Cole Hendron forman la Liga de los Últimos Días con la misión de construir grandes cohetes que, como nuevas Arcas de Noé, puedan transportar a Beta a cierto número de ellos, animales diversos y equipo suficiente, asegurando de esta forma la supervivencia del Hombre como especie.

Dos apocalipsis se suceden: la primera cuando Alpha se aproxima a la Tierra, desatando todo tipo de
cataclismos que devastan las ciudades y empujan a las multitudes a la histeria y la violencia. La Luna resulta destruida; la civilización se colapsa y el hombre se convierte en un mero animal desesperado por sobrevivir y ajeno a cualquier principio moral. Wylie y Balmer describen con notable precisión las consecuencias sociales del acontecimiento. Aquellos que intervienen en la construcción de las naves no sólo deben hacer frente a los desafíos tecnológicos que presenta el problema de transportar miles de toneladas y salvar el vacío interplanetario, sino impedir que las hordas de desesperados encuentren y destruyan sus instalaciones.

La atención que se presta a los vehículos espaciales y la selección de sus ocupantes demuestra que los autores reflexionaron acerca del inmenso reto que supondría la colonización y terraformación -aunque entonces no existía ese término, inventado posteriormente por el escritor de ciencia ficción Jack Williamson- de un nuevo planeta hasta ese momento desprovisto de vida: los procesos biológicos que permiten la creación de suelo fértil, la imprescindible biodiversidad en la forma de plantas e insectos... Son este tipo de detalles los que otorgan cierta solidez y convicción a la novela.

Las Arcas, por supuesto, están alimentadas por la admirada energía nuclear. Es preciso recordar que la novela fue publicada bastante antes de que el poder del átomo fuera aprovechado por primera vez, así que los autores jugaban con una simple teoría aún por comprobar. De la misma forma, pasarían muchas décadas antes de que se recogieran evidencias de que, efectivamente, existen cuerpos planetarios vagabundos, libres de las cadenas gravitatorias de una estrella. "Cuando los mundos chocan" fue la primera obra de ficción en utilizar como recurso dramático estos planetas errantes.

El segundo y definitivo apocalipsis llega ocho meses después, cuando Alpha regresa tras su viaje alrededor del Sol y colisiona finalmente con la Tierra. Antes de la destrucción final, sólo dos de las naves construidas consiguen despegar con éxito de nuestro planeta con los supervivientes del proyecto de Hendron. Consiguen aterrizar en Beta -aunque al carecer de contacto por radio, ambas asumen que la otra ha sido destruida- y descubren no sólo que el planeta es habitable, sino señales de una civilización extinta millones de años atrás.

El destino de esos últimos hombres en Bronson Beta se narra en la secuela, aparecida en formato de
libro -tras su correspondiente serialización en "Blue Book"- un año después, "Tras los Mundos Chocan". Los pioneros establecerán una colonia, descubrirán más rastros de la antigua cultura urbana alienígena y reproducirán, individual y colectivamente, las mismas equivocaciones que lastraron la vida en la Tierra: celos, lucha por el poder, enfrentamientos políticos, violencia...

De calidad inferior a su predecesora, "Tras los Mundos Chocan" recuerda mucho al tipo de relatos que E.Rice Burroughs solía escribir en serie y aunque contiene algunos planteamientos interesantes y un suspense creciente, su resolución es abrupta y decepcionante.

Ambas novelas son, por supuesto, productos de su tiempo. Por ejemplo, aunque en el argumento hay más mujeres de lo que solía ser habitual, aparecen claros rasgos de sexismo y racismo. El nombre de la (única) protagonista femenina es Eva, lo que deja bien claro cuál es su misión en toda esta historia: convertirse en madre del primer nacido en el nuevo mundo y progenitora de la "nueva" civilización. De hecho, en un destello de esperanza tras numerosas tribulaciones y desengaños, el libro finaliza con el anuncio de su embarazo.

También la política de la ficción refleja la realidad o lo que ya se estimaba se convertiría en ella: los villanos de la segunda novela provienen de la Unión Soviética -el miedo al bolchevismo ya hacía años que permeaba la sociedad norteamericana-; pero sus aliados incluyen alemanes y japoneses, una sombra premonitoria de lo que esperaba a la vuelta de unos años. Los "asiáticos" que se establecen en Beta, por su parte, fundan colonias semejantes a hormigueros, en los que la comunidad lo es todo en detrimento de la libertad individual.

"Cuando los mundos chocan" es el relato típico de la época pulp de la ciencia ficción, de prosa floridamente acartonada (aunque la segunda parte es menos pomposa), gran dramatismo, escasa caracterización y endebles aunque bienintencionados planteamientos científicos. Y aunque no fue ni mucho menos la primera novela de catástrofe planetaria (recordemos, sin salir de este blog, "Los días del cometa", "Hector Servadac", “La nube púrpura”, “El segundo diluvio… ) sí fue una de las más influyentes en los años venideros. Inspiró la creación de "Flash Gordon" (1934); Jerry Siegel y Joe Shuster tomaron de él algunas ideas y las mezclaron con elementos de "Gladiador" para crear "Superman" (1938); y, por último, en 1951, ya lo hemos mencionado arriba, Hollywood realizó una adaptación del relato haciendo uso de espectaculares efectos visuales -que no contribuyeron a hacer de él un film destacable-. Solo por esto, el libro ya se hace merecedor de unas líneas que lo reseñen.

Para amantes de la ciencia ficción añeja, de estilo literario quizá algo cargante pero rica en entusiasmo, energía, emoción y ritmo.

viernes, 18 de enero de 2013

1997-LA TIERRA: CONFLICTO FINAL




Gene Roddenberry fue un productor más prolífico de lo que habitualmente se cree. Conocido mundialmente como el creador de “Star Trek” (1966), Roddenberry desplegó más talento en otros proyectos menos famosos, entre ellos unos cuantos que no llegaron siquiera a la etapa de producción. En los setenta creó y produjo cuatro provocativos telefilmes cuyo propósito fue el de servir de pilotos para posibles series: “Genesis II” (1973), “Planet Earth” (1974) (sobre la reconstrucción de la civilización tras un desastre post-apocalíptico), “The Questor Tapes” (1974) (acerca de la fabricación de un androide inteligente en busca de su creador) y “Spectre” (1977) (una aventura que mezclaba las intrigas al estilo Sherlock Holmes con lo sobrenatural). Por diferentes motivos, ninguna de estas películas alcanzó su objetivo de pervivir en forma de serial televisivo.
Otro de los conceptos que Roddenberry desarrolló para la televisión y que no llegó a buen puerto, fue la atrevida “Battleground: Earth”. Habrían de pasar veinte años para que su idea se convirtiera en realidad como “Gene Roddenberry´s Earth: Final Conflict”.

“Battleground: Earth” fue escrito por Brian MacKay sobre una historia original de Roddenberry en julio de 1978 y fue muy similar a lo que finalmente vio la luz en la forma del episodio piloto de la serie definitiva. Se nos presentaba a William Boone, un jefe de policía de Nebraska que salva a un alienígena Taelon de ser asesinado por un grupo de la Resistencia que lucha contra la llegada de los extraterrestres a nuestro planeta. El Taelon (no se le da un nombre concreto) queda tan impresionado con la intervención de su salvador que lo recluta como “inspector” al servicio de los “Compañeros” –el populista nombre que los alienígenas han adoptado colectivamente en la Tierra-. El protagonista conoce a la piloto Lili Marquette y ésta le convence para que ingrese en la Resistencia y trabaje como topo para intentar averiguar el secreto que esconden los aparentemente benevolentes Taelon.

La descripción física de los Taelons era muy diferente de la que acabarían viendo los espectadores: “un bípedo erguido con dos apéndices en forma de brazos. Su piel tiene un tono púrpura, es de mayor estatura que un humano y con una cabeza más grande. No tiene nariz y sólo una abertura como boca. En lugar de orejas hay dos pequeñas aletas. Su atuendo es una malla metálica fina con brillos iridiscentes. En el centro del pecho lleva una especie de mochila de supervivencia que convierte el oxígeno en dióxido de carbono. Tienen un brillo apagado y produce un ruido grave cuando funciona. Cuando los Taelon hablan, lo hacen con una voz aguda, como de mujer o niño”.

De acuerdo con David Alexander, autor de una biografía autorizada de Roddenberry, el productor Cy Chermak estaba preparando la serie para la CBS. Llegó a encargar diez guiones y el diseño de vestuario cuando fue súbitamente cancelada por los ejecutivos de la cadena. Aparentemente, era demasiado realista, demasiado inquietante para presentarlo en la televisión de aquella época. Uno de los actores que habían sido considerados para un papel protagonista, posiblemente el de William Boone, era un atractivo novato que pasó mucho tiempo en pruebas para el episodio piloto. Su decepción fue considerable pero dos años después logró el éxito buscado protagonizando su propia serie de detectives: “Magnum”. Su nombre era Tom Selleck.

Roddenberry se hallaba por entonces en Inglaterra produciendo su telefilme “Spectre”. Más tarde reabrió su oficina en Paramount en un intento de revivir “Star Trek” para la gran pantalla. “Battleground: Earth” quedó entonces aparcado sine die.

El mérito de recuperar aquel guión fue de la esposa de Roddenberry, Majel Barrett Roddenberry. Tras la muerte de su marido en 1991, Majel revisó los papeles de Gene y descubrió el material. Decidió que había llegado el momento adecuado para que aquel proyecto viera la luz y comenzó a recorrer Hollywood con él bajo el brazo. Encontró una acogida favorable en el despacho de David Kirschner, veterano productor de cine y televisión (“Los Picapiedra”, “Titan A.E”). Uno de sus productores asociados, Paul Gertz, fue quien se encargó de desarrollar el concepto original de Roddenberry.

Para empezar, hubo que rebajar la escala, puesto que los presupuestos que maneja la televisión no son los propios del cine. Además, pensaron que era necesario introducir nuevos personajes que pudieran garantizar la continuidad de la serie: el agente del FBI Sandoval, el millonario Jonathan Doors y la doctora Julianne Belman, estos últimos miembros de la Resistencia. Kirschner y Gertz, además, empezaron a contactar con posibles cadenas interesadas en la compra de la serie para que éstas hicieran también sus propias sugerencias. Todas esas adiciones no traicionaron el espíritu de la idea de Roddenberry, puesto que en realidad ésta no existía como proyecto completo y detallado para una serie sino como un simple piloto y un par de premisas generales. En cambio, la dirección, el tono que debía adoptar y la naturaleza del misterio en el centro del argumento estaban mucho más abiertos.

Y así, en la versión actualizada de aquel piloto escrito veinte años antes, ahora titulado “Decisión” (acreditado a Roddenberry aunque adaptado por Gertz), el universo imaginado por el legendario productor cobraba vida. La acción tiene lugar en un futuro cercano, a comienzos del siglo XXI, tres años después de que los Taelons llegasen a la Tierra. Éstos son una especie alienígena aparentemente benigna que ponen su tecnología a disposición de la humanidad, erradicando la enfermedad, la pobreza y el hambre.

El capitán William Boone, asignado a la tarea de supervisar la seguridad para los alienígenas en una aparición pública del líder Taelon Da´an, contempla cómo durante el evento un tirador asesina a un millonario simpatizante de los extraterrestres, Jonathan Doors. En la persecución del asesino, Boone descubre que se trata de un íntimo amigo, Ed, padrino de su poda. Éste consigue escabullirse y Doors es declarado muerto por la doctora Belman, científica que trabaja con los Compañeros.

Boone empieza su propia investigación poco antes de que Da´an lo invite a convertirse en Protector de los Compañeros, ofrecimiento que declina alegando su intención de retirarse y fundar una familia con su esposa Katie. Cuando Katie fallece a consecuencia de un accidente de circulación provocado por un desconocido, Boone queda destrozado.

Una piloto de transbordador dimensional de los Compañeros, la capitana Lili Marquette, revela a Boone no sólo el paradero de Ed, sino que Jonathan Doors está vivo. Su atentado no había sido más que un montaje que le permitiría desaparecer de la vida pública para investigar en secreto los auténticos motivos de los Taelons para venir a la Tierra. Doors, Ed y Belman (que ayudó a crear el engaño) son miembros de un grupo de Resistencia decidido a averiguar cuál es el secreto que esconden los alienígenas. Animan a Boone a aceptar el cargo de Protector de los Compañeros y actuar al mismo tiempo como topo para ellos.

Boone accede y permite que los alienígenas le inyecten un CVI (Cyber-Viral Implant), un implante
cerebral que incrementa sus capacidades mentales y velocidad de respuesta pero que además contiene un “imperativo motivacional” que le convertiría en un “esclavo” virtual de los Taelons, incapacitándole para actuar en contra de sus intereses. Sin embargo, sin que aquéllos lo sepan, la doctora Belman ha modificado secretamente el CVI, eliminando ese imperativo, por lo que Boone conserva su libre albedrío.

También se le implanta en su antebrazo un Skrill, una poderosa arma de defensa personal que dispara descargas de energía y que es, de hecho, una criatura viva inteligente que actúa como simbionte. Boone ya está preparado para encontrar al asesino de su mujer y embarcarse en la más peligrosa misión de su vida: actuar como agente encubierto.

Los Taelons son altos, esbeltos y de forma humanoide con piel clara. El embajador Taelon para Norteamérica es el ya mencionado Da´an, que parece albergar un sentimiento de curiosidad y compasión hacia los humanos. Aunque los Taelons carecen de sexo, los protagonistas se refieren a Da´an como “él” por conveniencia. De hecho, los productores contrataron sólo a mujeres para encarnar a los Taelons, modulando electrónicamente sus voces para darles un tono más grave y acentuar la ilusión de androginia (una técnica que no era nueva: en un episodio de “Star Trek”, en 1966, se aplicó un elaborado maquillaje prostético a tres mujeres que debían interpretar a extraterrestres pero sus voces fueron sustituidas por las de actores masculinos).

Otro Taelon, Zo´or, representaba el lado más agresivo de los alienígenas, siempre situando el interés de su especie por encima de cualquier otra consideración. Parte de la carga dramática de la serie descansaba en la hostilidad reinante entre el más tolerante Da´an y el racista Zo´or, ambos pertenecientes al Sínodo, el grupo de los más influyentes Taelon, que fija la política y toma las decisiones.

La avanzada tecnología de los Taelons era de naturaleza orgánica. Una de sus contribuciones a la
ciencia terrestre fue el viaje interdimensional, la capacidad de trasladarse de un punto a otro atravesando portales dimensionales, ya sean estáticos o voladores, como es el caso del transbordador que pilota la capitana Marquette. Esta tecnología revoluciona el transporte en la Tierra al introducirlo para sustituir a los aeropuertos en el episodio “A través del espejo”: cualquiera podía entonces alcanzar en segundos una ciudad distante siempre y cuando en el punto de llegada hubiera otro portal.

Otro jugador importante en la red de engaños de la serie es el agente del FBI Sandoval, quien tiene un CVI implantado pero que, a diferencia de Boone, no ha sido modificado. Así, su lealtad hacia los Taelons es inquebrantable y jamás se cuestiona sus motivos. Su tenacidad incondicional lo convierte en un formidable enemigo de la Resistencia. En el bando opuesto, como genio tecnológico de la Resistencia trabaja el excéntrico Augur.

Encontrar a los actores idóneos supuso, a decir de Gertz, una tarea ingente debido a que en el desarrollo de la serie, además de los guionistas y productores titulares, participaban varias compañías productoras y todas querían tener algo que decir en el aspecto creativo: Tribune Entertainment, la canadiense Atlantis Films y la empresa de los Roddenberry. El destino de la serie quedaría marcado por el continuo conflicto de intereses entre todos estos intervinientes, que interfirieron con la labor de los guionistas con las esperadas consecuencias negativas.

Como la serie iba a ser rodada en Toronto, Canadá, muchos de los actores se reclutaron localmente. Con la excepción de Kevin Kilner, que interpretaba a William Boone y que era norteamericano, casi todos los demás eran canadienses: Lisa Howard (Lili Marquette), Von Flores (Sandoval), Richard Chevolleau (Augur)…

Durante la primera temporada, Boone y Marquette descubrían que alienígenas hostiles de una especie
distinta a los Taelons habían aterrizado en un pueblo amish y estaban matando a sus residentes; o que un Taelon llamado Ma´el llegó a la Tierra hace siglos y profetizó que los humanos alcanzarían la igualdad con los Taelons. A finales de aquel primer año, un antiguo enemigo Taelon regresaba a la vida, Ha´gel, un Kimera. Se trataba de una raza antepasada de los Taelons con la habilidad de cambiar de forma. Asumía la identidad del agente Sandoval y dejaba embarazada a otra Protectora de los Compañeros, la capitana Siobhan Beckett (Kari Matchett). Boone se enfrentaba al alienígena resultando gravemente herido, aunque no sin antes utilizar su Skrill para desintegrar a su contrincante. En las imágenes finales del último episodio de la temporada, vimos a un magullado y presuntamente muerto Boone flotando en un tanque de líquido azul a bordo de una nave Taelon antes de que Zo´or lo vaporice. Efectivamente, éste fue el último episodio de Kevin Kilner en “La Tierra: Conflicto Final”.

Esta primera temporada fue sin duda la más interesante de toda la serie. Un buen reparto en la piel de personajes con gancho, una premisa interesante, un misterio intrigante y episodios bien escritos. Esto no significa que no hubiera capítulos poco afortunados, pero esto es siempre de esperar. Los efectos especiales –que entonces y a partir de “Babylon 5” aún se hallaban en pleno desarrollo para la televisión- son correctos y suficientes y el desarrollo de la trama de fondo estaba bien engarzada con las historias narradas en los diferentes episodios.

Todo esto fue bien acogido tanto por la crítica como por la audiencia. El episodio piloto se situó entre los diez más vistos de todas las cadenas sindicadas.

Para la segunda temporada se decidió presentar a un nuevo protagonista. De acuerdo con Gertz “los productores pensaron que podían alcanzar a un público diferente reemplazando al protagonista, así que eso hicimos. Kevin Kilner había hecho un gran trabajo pero pensaban que un cambio en el casting obtendría mejores resultados entre la audiencia. Así que trajimos a Robert Leeshock”.

Siempre que se reemplaza a la estrella central de una serie, ya sea por razones creativas o
económicas, los espectadores pueden responder favorablemente… o no. Y los seguidores de “La Tierra: Conflicto Final” habían mostrado su predilección por Boone, si bien había quien pensaba que no desplegaba la suficiente carga emocional.

Otro factor que pudo provocar el cambio fue la actitud del propio Kilner durante los rodajes. Obseso de la lógica y la continuidad, el actor detenía el rodaje abruptamente para protestar por este o aquel punto del guión que no consideraba coherente. Algunas veces sus quejas estaban justificadas, pero otras no. Además, los productores opinaban que la química entre Kilner y Lisa Howard no acababa de funcionar.

Para ocupar su lugar se presentó a un actor de teatro y televisión de 31 años relativamente desconocido, Robert Leeshock, que interpretaba a un híbrido humano-alien, Liam Kincaid.

Habiendo caído en manos de la Resistencia, una reanimada Beckett da a luz a un bebé que en pocos minutos crece hasta convertirse en un hombre: Liam. Beckett regresa con los Taelons con la memoria borrada y su hijo se queda con la Resistencia. Su excepcional naturaleza híbrida le proporciona extraños poderes, como la energía que irradia de sus manos y que puede utilizar tanto como arma ofensiva como escudo defensivo o sanadora de heridas. Tras salvar a Da´an de un ataque, Kincaid se convierte en Protector de los Compañeros y, en secreto, líder de la Resistencia enfrentado a menudo al más radical Jonathan Doors.

Aquí comenzaron a producirse los primeros vaivenes en los guionistas, achacables a la volubilidad de
los ejecutivos de las cadenas. En primer lugar, la introducción del personaje de Liam Kincaid se parecía demasiado a la de William Boone en la temporada anterior. Era un intento demasiado burdo de establecer un nuevo comienzo. El propio Robert Leeshock declaró que “tenían una aproximación muy interesante a mi personaje… pero entonces creo que comenzaron a prestar atención a los chats de Internet. No había mucha simpatía por un personaje con sus características, un tipo invulnerable”. El caso es que los productores forzaron que de un episodio a otro y mediando una mediocre explicación, esos poderes desaparecieran sin más.

En esta segunda temporada, Zo´or se convertía en el líder del Sínodo Taelon con Sandoval actuando de mano derecha. Además de las tensiones ya existentes con la Tierra, Zo´or creía que los humanos debían convertirse en siervos de los Taelons, mientras que Da´an deseaba tratarlos como iguales. Uno de los más siniestros secretos de los Taelons era que en realidad se hallaban en guerra con los Jaridianos, otra especie alienígena, y cuando éstos llegaran a la Tierra, considerarían inmediatamente a los humanos como aliados de los Taelons…y, consecuentemente, enemigos suyos.

A lo largo de ese año, Kincaid reveló su auténtica identidad a Beckett justo antes de la muerte de ella. En un emocionante final de temporada, el Presidente Thompson sufre un intento de asesinato, con todos los indicios apuntando a la Resistencia. Como resultado, Thompson declara la ley marcial y ordena el arresto de los miembros de ese movimiento. Al mismo tiempo, Lili conseguía acceder a los controles de autodestrucción de la nave nodriza de los Taelons y reflexionaba sobre si exterminar así a los extraterrestres de una vez por todas.

Los resultados obtenidos por la segunda temporada no satisficieron a los productores, que empezaron a dudar sobre la dirección que debía tomar la serie, algo que resultaba evidente por mucho que algunos de los episodios mantuvieran un gran nivel en sus guiones. Las inconsistencias se acumulaban, arcos argumentales planteados en la primera mitad de la temporada se esfumaban en la segunda, los intentos de introducir otros tópicos de la CF como los mundos paralelos no acababan de casar con el resto de la historia.

Por no mencionar lo absurdo del personaje de Liam Kincaid, pasando de bebé a adulto en minutos en lo que fue un retorcido modo de sustituir a Kevin Kilner en lugar de ascender al personaje de Lili Marquette al rango de protagonista principal. Quizá los productores tuvieran recelos a que una mujer pudiera soportar el peso de una serie. Para cuando se lo pensaron mejor, a la altura de la quinta temporada, las cosas habían degenerado tanto que su cambio de opinión ya surtió efecto.

También se abandonó la interesante ambigüedad del personaje de Da´an, cuya actitud y comportamiento era uno de los enigmas de la primera temporada. En cambio, pasa a ser el amable y considerado oponente de Zo´or, personaje sin matices que encajaba en el más rancio tópico villanesco.

Estos cambios tenían un responsable: Tribune Entertainment. La productora comenzó a presionar
para que el programa se centrara más en la acción y menos en la reflexión, jugada que volvería a forzar unos años después con otra serie basada en una idea de Roddenberry, “Andrómeda”, con resultados igualmente nefastos. Sus pretensiones chocaban de frente con lo que siempre había sido el núcleo ideológico de Gene Roddenberry, más cerebral e intelectual. Pero a la postre Tribune se salió con la suya y “La Tierra: Conflicto Final” comenzó a derivar hacia fórmulas trilladas y una ciencia ficción de conceptos simples y poco estimulantes.

La mayoría de los guionistas y productores originales abandonaron la serie. Sus sustitutos se vieron incapaces de encontrar una dirección coherente y una base sobre la que apoyar el desarrollo de la serie. En cinco años hubo tres productores ejecutivos diferentes, lo que no hizo sino contribuir a la dispersión de ideas. El reparto original también iría desapareciendo poco a poco: Lisa Howard, a punto de ser madre, ya sólo aparecería en cuatro episodios de la tercera temporada, siendo “sustituida” por la actriz Jayne Heitmeyer en el papel de Renee Palmer, presidenta de Doors International y líder de la Resistencia. Jonathan Doors moriría a mitad de temporada, Augur se marcharía al comienzo de la cuarta y al final de ésta incluso Kincaid, Zo´or y Da´an fueron eliminados para intentar resucitar lo que ya era un barco a la deriva.


Pero volvamos a la tercera temporada. Lili Marquette es capturada por Sandoval a bordo de la nave
nodriza, su ADN es alterado y se la envía al espacio exterior con destino desconocido. Liam y Augur la dan por muerta. Mientras tanto, el propósito de los Taelons era hallar formas, utilizando bien la biología, bien la tecnología, para utilizar a los humanos en las próximas batallas contra los Jaridianos. Jonathan Doors muere en los brazos de su hijo Joshua. En uno de los últimos episodios del año, Liam y Zo´or descubren un artefacto construido por Ma´el en el que se revela que la Humanidad es el eslabón perdido entre los Taelon y los Jaridianos y que sin los hombres, ambas especies se extinguirán. Marquette vuelve a aparecer cuando de forma accidental proporciona un portal dimensional a los Jaridianos. Al final, regresa a la Tierra embarazada de una criatura Jaridiana. Pero para que el niño sobreviva, un Taelon debe morir.

La cuarta temporada comenzó en abril de 2000 e incorporó por primera vez en la televisión un sistema de producción digital cedido por Sony. La mejora en la tecnología de grabación no tuvo sin embargo reflejo en el rumbo creativo de la serie.

Marquette daba a luz a su hijo mestizo y escapaba con él (un arco argumental que se abandonó completamente. Nunca se supo de su destino). En la segunda mitad del año se descubre que los Taelons están muriendo. Su energía interior está disipándose y muchos de ellos se ven obligados a entrar en un estado de trance para conservarla. En el último episodio, “Punto de no retorno”, Liam y Renee descubren que la cámara secreta de regeneración de Ma´el se halla bajo un volcán. Para sobrevivir como especie, tanto Taelons como Jaridianos –antaño la misma raza pero ahora separados por una brecha evolutiva- deben penetrar en ese lugar. Los supervivientes así lo hacen, acompañados por Liam, justo antes de que el volcán entre en erupción.

A estas alturas, el show había perdido los papeles y ni siquiera los actores comprendían muy bien sus personajes. Liam Kincaid, por ejemplo, que había comenzado como un nexo capaz de salvar la brecha entre Taelons y humanos se encuentra súbitamente conciliando a Taelons y Jaridianos.

Hay una larga lista de programas televisivos que, agotada su energía creativa a la altura de la quinta
temporada, intentan reinventarse solo para empeorar aún más. “La Tierra…” había dejado por el camino, ya en la primera temporada, muchas de sus propuestas iniciales. Pero es que en su quinto año parece un programa completamente diferente, con los Taelons desaparecidos y reemplazados por un nuevo enemigo, una especie de vampiros energéticos llamados Atavus. Se presenta un reparto nuevo, con los miembros del antiguo anulados o reducidos a meras apariciones. La protagonista principal pasa a ser Renee Palmer, una especie de versión pobre de Buffy; Sandoval se pasa definitivamente al bando de los “malos” e incluso, en un intento de ligar a lo anterior lo que era claramente un programa distinto, trajeron de vuelta a Boone, Zo´or (ambos terminan muriendo otra vez) y, en el último episodio, Liam.

La serie probablemente se hubiera cancelado el cuarto año de no ser porque los productores querían completar un paquete de cinco temporadas que resultara vendible en el circuito sindicado de emisoras locales. Los guiones importaban menos que las consideraciones económicas y se abarataron todo lo posible los costes. La única razón de ser de la quinta temporada era financiera, un mero trámite con el que cerrar el negocio. Los guionistas así lo entendieron y, comprensiblemente, no se molestaron en exprimir su talento para ajustarse al menguante presupuesto.

En resumen, la primera temporada es definitivamente merecedora de un visionado por su respeto a la visión que de la CF tuvo Gene Roddenberry. La segunda es más irregular y reviste menos interés, pero todavía tiene episodios con argumentos sólidos y hacia el final remonta algo. La tercera y cuarta son recomendables para quien realmente se haya quedado enganchado a la serie. Con la quinta es mejor no perder el tiempo.