jueves, 2 de agosto de 2012

1927-METRÓPOLIS - Fritz Lang (2)







 (Continúa de la entrada anterior)

Pero hay consideraciones conceptuales que sí son muy destacables. Metrópolis fue la primera película de importancia que se hizo tras la Primera Guerra Mundial. Los ecos de la guerra química, los tanques y las ametralladoras, todo ello nuevas invenciones bélicas estrenadas en ese conflicto y que habían diezmado a toda una generación de jóvenes europeos, todavía se dejaban oír claramente en las obras de este periodo. Al hilo de ese trauma aún no superado, "Metrópolis" quería mostrar las fatales consecuencias que podía tener una tecnología que escapa a todo control, simbolizada en el robot construido por el maquiavélico Rotwang.

Una de las obsesiones de Lang era el funcionamiento del moderno mundo capitalista y construyó su discurso sobre una estética a mitad de camino entre el pulp y el Expresionismo. El icono central de sus películas era el reloj, símbolo de la racionalización del tiempo y el dominio del sistema económico sobre el individuo. En su retrato de la identidad urbana, Lang optó por lo abstracto en vez de por el naturalismo preferido por sus contemporáneos, lo que, inevitablemente, le acercó a la distopia.

En las profundidades de la ciudad, los obreros llevan una vida miserable y alienada, sin disfrutar
siquiera del orgullo de realizar un trabajo importante. Lang los representa con movimientos rígidos, mecánicos y sincronizados con las máquinas que manejan. La menor divergencia entre el movimiento corporal y el ritmo de la máquina tiene consecuencias desastrosas, tal y como contempla horrorizado Freder que, en su delirio, ve a la gran máquina como un ídolo pagano al que se ofrecen en sacrificio cientos de obreros. Cuando Freder sustituye en su puesto a un agotado operario, la máquina que debe manejar se asemeja a un reloj gigante cuyas manecillas ha de mover a intervalos fijados, un movimiento que carece de lógica aparente. En una producción en masa organizada de acuerdo a las necesidades de las máquinas, la relación del cuerpo humano con el tiempo se convierte en una programación inflexible. El cuerpo está atado a un reloj, una secuencia, una rutina, una línea de montaje. El tiempo deviene opresión y mecanización y el reloj -una máquina- se utiliza para regular los cuerpos como si se tratara de mecanismos. Metrópolis, por tanto, representa una visión distópica de una ciudad gobernada por máquinas; un gobierno, no obstante, inestable y marcado por el resentimiento y la desconfianza.

Sin embargo, mientras que los cuerpos masculinos se aproximan visual y conceptualmente a las máquinas, el de la mujer se transforma, literalmente, en una de ellas. El hecho de que el robot sea claramente femenino es sorprendente, especialmente si tenemos en cuenta la explicación que proporciona su propio creador, Rotwang, acerca del propósito del mismo: "He creado una máquina a imagen del hombre, que jamás se cansa o comete errores. Ya no necesitamos más a los obreros humanos". Un robot que está aparentemente diseñado como el obrero definitivo se transforma en una mujer de sexualidad desbordante. El maligno robot María puede ser interpretado, por tanto, como síntoma de los miedos asociados con la tecnología, contemplada como algo peligroso, amenazador e incluso demoniaco. Los temores y ansiedades que causan máquinas cada vez más complejas y poderosas son asociados al miedo masculino a la sexualidad femenina. Y, en el juego de opuestos que sustenta la película (arriba y abajo, orden y caos, patronos y obreros, padre e hijo, diseño futurista y arquitectura gótica), la viciosa Jezabel babilónica que encarna el robot se enfrenta a la auténtica y humana María, con su amor por los niños y su espíritu protector, metáfora de la madre definitiva: la Virgen María; paralelismo, por otra parte, claramente intencionado, como se desprende de la escena en la que, con un trasfondo de cruces, predica en las catacumbas el inminente advenimiento de un Mediador.

Y, desde luego, como marco vivo que acoge el discurso narrativo, tenemos a la propia ciudad de Metrópolis. Desde los años veinte hasta el presente, el cine fue explorando diferentes visiones de la experiencia urbana del futuro, una trayectoria que comenzó señalando el fracaso de las utopías modernistas en la forma de destrucción y vacío físico y espiritual y que fue dando paso a conceptos más modernos con énfasis en el agotamiento y el vértigo tecnológico. De hecho, las formas en que hemos imaginado nuestras ciudades del mañana son claros indicadores de nuestra relación con el paisaje urbano.

Metrópolis es un compendio de iconografía modernista, con sus rascacielos, aeroplanos y autopistas
elevadas mezclados con una decadencia distópica y el submundo obrero. Esta fue la primera descripción de una ciudad del futuro. Una década después, en 1939, el pabellón Futurama de la General Motors en la Exposición Universal de Nueva York exhibió el aspecto que los expertos pensaban tendría la ciudad en el futuro. Esta exposición, creada por el diseñador industrial Norman Bel Geddes, fue la oportunidad para mucha gente de entrar en el mundo del mañana inmediato gracias a su principal atracción: una intersección urbana a tamaño natural, con automóviles futuristas, un edificio de apartamentos, un cine y unos grandes almacenes. Los visitantes debieron haberse sentido transportados al decorado de una película de ciencia-ficción.

Los niveles superiores de Metrópolis eran un claro antecedente de la visión de Bel Geddes: aquí se enfatizaba el transporte, el ocio y el consumo. Podemos ver a los habitantes caminando en formación por grandes autopistas mientras los aviones se elevan sobre ellos volando entre los rascacielos; los edificios en el barrio nocturno están cubiertos por anuncios que promueven un estilo de vida extravagante y lujoso. Bajo todo ello, los obreros sudan para alimentar las grandes máquinas que suministran la energía a la ciudad. Metrópolis, como las urbes de "La vida futura" (1936) y "Just Imagine" (1930) es una ordenada jerarquía de actividad capitalista que recupera ideas de fuentes diversas, como la novela "Los condenados a muerte" (1920), de Claude Farrèrre o las obras de Wells "La máquina del tiempo" (1895) y "Cuando el durmiente despierte" (1899).

En otro orden de cosas, los científicos locos de la ciencia ficción son personajes que persiguen
obsesivamente el conocimiento con el poco modesto fin de gobernar el mundo. El "científico loco" arquetípico nació con el Rotwang de "Metrópolis", cuyos esfuerzos por conseguir su venganza sumiendo a la ciudad en el caos pasan por la invención del robot María. A menudo, la figura del científico en la ciencia-ficción viene fijada por su capacidad para imitar a Dios creando vida de algún tipo, aunque con igual frecuencia ese descubrimiento se vuelve contra él, castigando a su creador por sus delirios de grandeza. Esos personajes suelen representarse con algún tipo de distintivo que prueba lo lejos que están dispuestos a llegar en su ambiciosa búsqueda. Rotwang, por ejemplo, tiene una mano metálica, prótesis que reemplazó la auténtica, perdida presumiblemente en el curso de algún peligroso experimento. La desfiguración o la pérdida de algún miembro simbolizan, conectando el físico con el alma, la retorcida naturaleza del científico y sus planes.

Hemos comentado que aunque "Metrópolis" incluye conceptos e ideas pioneros, el desarrollo narrativo propiamente dicho dejaba bastante que desear. La interpretación tampoco figura entre lo más recordado del film. Es como si Lang no hubiera comprendido todavía que el lenguaje cinematográfico exige un estilo interpretativo diferente al del teatro. Las películas mudas, puesto que no podían apoyarse en el sonido, incluían un estilo actoral más chirriante y llamativo. Así, las interpretaciones de los actores en "Metrópolis" se antojan claramente exageradas, melodramáticas hasta llegar a la comicidad, hiperbólicas incluso para los estándares del cine mudo. Sus poses exageradas y gestos inverosímiles acercan a los actores más a una máquina que a un hombre. Y, a la inversa, uno de los mejores momentos de la película nos lo ofrece no un actor, sino un robot: el bello androide "art deco" construido por Rotwang se transforma en María mientras se sienta en una especie de trono, encerrado en círculos de luz que recorren su cuerpo. Su hierática expresión es una de las imágenes más perdurables de la cinta, a mitad de camino entre la máscara mortuoria y la sensualidad contenida.

Dentro de esta consideración general, cabe destacar a Brigitte Helm, que consigue desdoblar con
éxito la María humana y la robótica, transformando no sólo su postura y gestualidad, sino su misma apariencia. También Klein-Rogge resulta inolvidable como Rotwang; su aspecto y expresión sentaron las bases para innumerables científicos locos de la historia del cine, como el “Doc” de "Regreso al Futuro" (1985) y las muchas encarnaciones del doctor Frankenstein. Por su parte, Froelich resulta demasiado cursi como para verlo encarnando un auténtico héroe y Abel cumple competentemente en su papel de tecnócrata obligado a aprender una amarga lección.

Pero si ni el argumento ni la interpretación son particularmente merecedores de figurar en el canon cinematográfico, ¿cuál es entonces el mérito de "Metrópolis"?. La película ha perdurado gracias a su suntuoso aspecto visual y sus efectos especiales. Es en el ámbito formal y en su osadía visual donde reside su valor. La principal preocupación de Lang no era tanto la narración sólida de la historia como la creación de un mundo abstracto en el que introducir movimiento, formas y texturas. Sus excesos en este sentido no lastraron la película, sino todo lo contrario: crearon un clásico que todavía hoy sorprende por sus logros, inspirando no sólo a cineastas, sino a ilustradores, artistas, diseñadores y creadores de videoclips y anuncios publicitarios.

(Finaliza en la próxima entrada)

2 comentarios:

  1. Excelente nota. Realmente nunca he visto esta película, pero si algunas escenas.Y es cierto, las imágenes de la ciudad y del robot, quedan grabadas en la retina. Los decorados y efectos especiales de esta película se adelantaron a su época.

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  2. En la siguiente entrada profundizaré algo más acerca de los puntos fuertes de Metrópolis y su legado para el cine de CF. Efectivamente, yo vi la película por primera vez a mediados de los ochenta pero ya antes de eso estaba familizarizado con muchas de sus escenas e iconografía. Prueba de su importancia e influencia.

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